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y en correspondencia y unidad con los elementos. El mejor maestro ha de ser en todos los casos la observación minuciosa y comprometida con ella, que puede revelarnos, que ha de revelarnos seguramente, los secretos caminos por los que discurre la savia del árbol de la vida.

      El arte de fluir en calma es el arte de vivir

      Aprender el sutil, el exquisito arte de fluir en calma en medio de las tribulaciones del tiempo urbano, de los caprichos y demandas de la actual civilización, no parece cosa sencilla. Seguramente no lo sea. Pero al menos predisponer la mente y la conciencia para entrar en acción de una forma nueva, no condicionada por la moral pública ni por la sinergia de fuerzas materiales, por la estridencia y el mal gusto, pueden ser motores eficaces para cambiar de punto de mira, de perspectiva, y animarse a ensayar con una nueva dinámica: la dinámica del reposo. Ne es viable para nadie resolver los grandes temas de la vida en un santiamén, en un abrir y cerrar de ojos. Lejos de ello, si dejamos de lado nuestras circunstancias más inmediatas y abogamos por la resolución mayor de los dramas planetarios, sin antes hacer experiencia y obtener señales de cambio en nosotros mismos, difícilmente beneficiaremos a la humanidad y mucho menos aún a aquellas personas con las que vivimos diariamente y sobre las que tenemos una responsabilidad especial. Antes de acceder a un rango significativo, influyente en el concierto de las fuerzas en juego en la humanidad, lo que cuenta, lo verdaderamente sabio es adecuar nuestra vida al tempo refinado y sutil de nuestra alma, de nuestro ser interior. Relajarnos y respirar antes de entrar en actividad. Relajarnos y respirar en cada momento amenazado por una instancia critica. Tomar distancia mental y emocional de los conflictos, no implicarse emotivamente en la guerra que se libra sin pausa en el mundo entre los antagonistas del drama; tomar distancia, contemplar con equidad y sin involucramiento cada una y todas las manifestaciones de la vida, es un requisito previo a cualquier otra práctica sostenida en el tiempo. Debemos sentirnos capaces de asumir esta actitud de sanos y autónomos observadores de cuanto ocurre a nuestro alrededor.

      Lograr estabilidad en nuestros vínculos

      Sólo si logramos estabilidad en el ejercicio de la interacción con los otros seres humanos y con el mundo, estaremos en condiciones de aplicar la misma lógica a la vida global, a los grandes temas de la aventura del hombre.

      En todo caso lo que procede es siempre comenzar cerca. Y lo que está más cerca de nosotros es nuestra mente y nuestro corazón, la energía vital, el cuidado del cuerpo físico, la armonización de todo ello como una unidad. Hacerlo por medio de una acción en paz, calma, estable, exenta de pasión y excesivo esfuerzo, sin fricción ni dejando secuelas que luego se vuelven harto difíciles de disipar. Emplear la energía de la que disponemos en resolver la ecuación de la existencia, antes de que la consideremos como un drama de guerra, eso es lo que cuenta, y el poder que dimana de esta práctica es la verdadera fuerza que nos puede volver aptos, eficientes miembros de la naturaleza y de la familia humana, precursores en la labor de poner orden sobre cada uno de nosotros, de encontrar el orden en nuestro centro interno de sensibilidad y luz, extendiendo esta bendición al resto de los seres vivos.

      El reposo ha de ser dinámico, sin estancamiento

      Si el verdadero reposo no fuera dinámico, resultaría mera agua estancada, pútrida, algo corruptible y perecedero, algo del todo indeseable e insano. No se trata de apagar la luz, sino de encender la llama, nuestra naturaleza luminosa, sin la presión de las herramientas mundanas que lejos están de procurarnos equilibrio y ecuanimidad. La movilidad externa ha de seguir la impronta del movimiento interior. Parece una cifra misteriosa, pero se trata de la forma en que la energía del alma “circula” en su esfera, el mundo de las ideas, uniendo las conciencias de las otras almas con la propia, estableciendo una perfecta conciencia universal. Semejante movimiento del fuego del alma en el plano espiritual está disponible para sus instrumentos psico-materiales, en la medida que el hombre personal despierte en conciencia a esa atmósfera profundamente beatífica y armoniosa, con el ligamento de esa gnosis que es amor en acción.

      Estamos hablando de la atmósfera propia de la vida del alma

      Este capítulo intenta impregnarnos con el élam de la vida interna, de la vida de la más exquisita y refinada paz e iluminación: movimientos rítmicos y balanceados producidos por las grandes transmutaciones en el continuo mental de quien está dispuesto a alinearse con la fuente interior. Alinearse con semejante fuente equivale a abocarse a la acción sin actuación ni premeditación, de una forma transparente, genuina, fresca, siempre nueva, ya que para la mente personal la energía creadora del alma, unida a todas las almas, es siempre impensada, revolucionaria y “estupefaciente”. Ante ella podemos quedar estupefactos, antes los esplendores de la vida interna, de la dinámica del reino de los seres de luz, de los eones y genios espirituales, sólo podemos abdicar de nuestra pretendida altura en beneficio de la humanidad y de la vida toda, renunciando a continuar imponiendo nuestra peculiar forma de acción, al esfuerzo, a la fuerza y a la presión.

      Estar atentos a la voz interior y a su ritmo apacible

      Nada de cuanto estamos intentando describir sería viable, factible, sin una sincera y veraz entrega a la pulsación más honda, a la voz del espíritu. De no encontrar por nosotros mismos la ingénita y universal vocación espiritual por paz, luz y amor, toda transformación constructiva y creadora resultará imposible.

      Sincronizar nuestra vida interna con nuestra vida en el mundo

      Sincronizar el adentro con el afuera de modo que ya no exista el adentro ni el afuera, es alcanzar aquel estado de realización de la unidad en nosotros, la individuación tan deseada, en el cual no existe sombra de vacilación, de hesitación ni de duda. Somos y procedemos rigurosamente como extensiones del espíritu universal en la tierra y como natural consecuencia la iluminamos con un foco de luz poderoso que en mayor o menor medida contribuirá a disipar las tinieblas reinantes y a abrir más ojos a la verdad inmanente y maravillosa que es la realidad misma: el ser único o real. Sincronizar el tiempo y el espacio en una unidad, moverse en la duración conforme al flujo de la energía nutricia de la vida -el espacio vital-, podría ser otra forma de enunciar la propuesta que aborda este capítulo.

      En la calle, en el trabajo, en nuestro domicilio, viajando o haciendo deportes o disfrutando de alguna recreación, una vez que la especial textura de paz, propia del espacio, asume el primer plano en nuestra vida, toda acción se encuentra en sincronía, en armonía con el trasfondo, con la base viva, y eso y sólo eso garantiza el éxito sobre las adversidades y la tortuosidad que usualmente exhiben las relaciones interpersonales.

      Consideremos el ejemplo del columpiarse por los aires

      La imagen del columpio flotando en el aire a un ritmo graduado voluntariamente por aquel que se balancea, es una pálida imagen de esta acción fresca y sencilla, que no pone su énfasis en el arrancar por la fuerza resultados o beneficios.

      Antecedentes de la Repososofía

      La Repososofía no es una disciplina nueva, ni una técnica creada por neurólogos y psicólogos celebérrimos, en absoluto: es la práctica del sentido común, que no tiene autor, o mejor, cuyo autor es el ritmo de la vida, el ritmo inmanente pulsando en un corazón en paz y bañado por el alto carisma de la comprensión y del amor. El ritmo del amor universal es el propio carácter del espacio trascendente e inmanente, su tonalidad fundamental, la sustancia de la paz, de la luz y del poder, que se manifiesta en cada uno de nosotros en aquellos momentos en que renunciamos a la pugna, a la contradicción y al conflicto y nos entregamos de lleno a la abundancia, es decir a la paz interior, a la verdadera prosperidad, a la riqueza superior, a la llama sin humo de la libertad.

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