Casada con un desconocido. Эбби Грин

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Casada con un desconocido - Эбби Грин


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no le dolió demasiado. Enfocó el rostro de la mujer y vio que no la conocía. Había otras dos mujeres, también desconocidas. Todas tenían cabello oscuro y ojos oscuros. Había un sonido de fondo y se oía el pitido rítmico de las máquinas. Todo era de color blanco y olía a antiséptico.

      Una palabra apareció en su cabeza: hospital.

      Percibió un movimiento a los pies de la cama y miró hacia allí. La silueta era la de un hombre. Ella lo conocía.

      –A-A… ¿Apollo?

      –Muy bien.

      Apenas notó el tono de alivio con el que había hablado la doctora ya que estaba fijándose en el hombre. Llevaba un jersey de manga larga y cuello redondo. Tenía anchas espaldas y el torso definido, pero no muy musculoso. Era delgado.

      Tenía el cabello corto y oscuro. Rasgos masculinos marcados. Los ojos verdes. Ella lo sabía, aunque no pudiera verlo desde allí. El mentón prominente. La barba incipiente. Sus labios firmes. Y ardientes sobre los de ella. Se estremeció. Ese hombre la había besado.

      Notó que le apretaban la mano. Oyó la voz de la doctora.

      –¿Sabe quién es este hombre?

      Le resultaba difícil dejar de mirarlo, como si tuviera miedo de que pudiera desaparecer. Ella asintió.

      –Sí… Acabamos de conocernos. La otra noche en la función –él frunció el ceño, pero ella no se percató. Se sonrojó al recordar la primera vez que lo vio y cómo se había parado al ver lo atractivo que estaba vestido de esmoquin.

      Él parecía aburrido. La gente estaba arremolinada a su alrededor, pero en la distancia, como si no se atrevieran a acercase más.

      Entonces, sus miradas se encontraron y… ¡Bam! Ella sintió que le daba un vuelco el corazón y, desde entonces, no había sido la misma.

      Poco a poco comprendió que estaba en un hospital. ¿Qué hacía allí con un hombre al que apenas conocía?

      «¡Aunque sí lo conoces! ¡Íntimamente!»

      Estaba convencida de ello. Aunque ¿cómo lo sabía si acababa de conocerlo? Intentó encontrar la respuesta, pero no lo consiguió.

      Se sentía confusa y, por primera vez, tuvo la sensación de que algo iba muy mal. El miedo… El pánico se apoderó de ella.

      –¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy yo aquí? –le preguntó a la doctora.

      Según pronunció la palabra «yo», cayó en la cuenta. «Yo»… Un completo vacío. Un gran temor.

      –Espera… No sé quién soy. ¿Quién soy?

      De pronto, recordó algo. La doctora la había llamado…

      –¿Me ha llamado señora Vasilis?

      La doctora la miró con una expresión difícil de descifrar.

      –Porque es la señora Vasilis. Sasha Vasilis.

      «Sasha». No era ella.

      –¿Creo que ese no es mi nombre?

      –¿Cuál es su nombre?

      Mente en blanco. Nada. Frustración.

      La doctora habló de nuevo. Tranquilizándola.

      –Sasha. Te llamas Sasha y estás casada con este hombre. Con Apollo Vasilis.

      Ella miró de nuevo al hombre. Él tenía el ceño fruncido y no parecía especialmente contento de estar casado con ella. Ella negó con la cabeza y sintió un fuerte dolor en un ojo.

      –No es posible, acabamos de conocernos.

      «Entonces, si acabas de conocerlo, ¿cómo puedes conocerlo de forma íntima? ¿Cómo podéis estar casados?»

      Empezaba a dolerle la cabeza. La doctora se percató de que no se encontraba bien y dijo:

      –Basta por ahora. Necesita descansar. Podemos continuar más tarde.

      Una enfermera dio un paso adelante y reguló un gotero que estaba junto a la cama. Enseguida, Sasha se sintió inmersa en la oscuridad que le proporcionaba tranquilidad, dejando atrás el miedo y las preguntas inquietantes. Y a él, lo más inquietante de todo. Aunque ella no supiera muy bien por qué.

      Dos días más tarde

      –Creemos que su pérdida de memoria se debe a la experiencia traumática del accidente. Los escáneres no muestran ninguna lesión evidente en su cerebro, sin embargo, solo recuerda haber visto a su marido el primer día que se conocieron y nada más. Nada del antes ni del después. A veces, el cerebro hace eso como manera de protección ante un evento. No tenemos motivo para no creer que recuperarás la memoria en un futuro. Puede que sea poco a poco, como un puzle, o puede que pase de golpe.

      «¿Y puede que no pase nunca?», pensó ella.

      –Y por eso debe de estar en observación mientras se recupera –la doctora miró a Apollo Vasilis un instante.

      Después volvió a mirar a Sasha.

      –No se esfuerce mucho en tratar de recuperar la memoria. Ha de concentrarse en recuperarse de las lesiones. Estoy segura de que todo volverá a funcionar correctamente.

      En aquellos momentos, eso le parecía una posibilidad lejana. Se sentía confusa. ¿Y dónde estaba su casa? La doctora le había dicho que era inglesa, así que era posible que hubiera nacido allí.

      Cuando preguntó por su familia, su marido le dijo que sus padres habían muerto y que no tenía hermanos. Así sin más. Ella sintió un dolor en el pecho, cerca de su corazón, pero puesto que no era capaz de recordar el rostro ni los nombres de sus padres, no podía sentir pena profunda.

      La doctora se marchó y Sasha miró a Apollo Vasilis. Su marido. Él estaba muy serio. ¿No se alegraba de que hubiera sobrevivido al accidente? No obstante, Sasha sentía su malestar.

      Curiosamente, Sasha recordaba la noche en que se conocieron. Lo recordaba sonriendo. Incluso riéndose. Y recordaba su rostro atractivo y su voz profunda.

      Le habían contado que esa noche había tenido lugar cuatro meses atrás. Y que llevaban casados desde entonces. Que ella se había mudado a Grecia desde Inglaterra. Era demasiado para asimilar y Sasha trataba de evitar pensar en ello.

      –¿Estás preparada? Afuera hay un coche esperándonos.

      ¿Estaba preparada para marcharse con un hombre que no era más que un desconocido? ¿En un país al que no recordaba haber llegado? No obstante, ella asintió.

      Apollo recogió una bolsa. Le había llevado ropa para cambiarse y, al verla, ella se sintió todavía más desorientada ya que no se imaginaba eligiendo ropa como aquella. Un pantalón de seda color crema y con aperturas en los laterales, a juego con un top y una chaqueta. Zapatos de tacón.

      Él abrió la puerta y se echó a un lado. Sasha salió de la habitación.

      Apollo caminó por el pasillo junto a su esposa. Ella caminaba despacio, como si nunca hubiera llevado antes zapatos de tacón. Era extraño, porque la única vez que él recordaba haberla visto con zapatos planos había sido la primera noche en que se conocieron.

      Sasha se tambaleó una pizca y él la agarró del codo para estabilizarla. Ella lo miró y se sonrojó.

      –Gracias.

      –De nada –él apretó los dientes al ver que su cuerpo reaccionaba al tocarla. Ella no llevaba su perfume habitual. Él había visto que lo había sacado de su bolsa, que se había puesto un poco en su muñeca y que, al olerlo, había fruncido la nariz.

      –¿Este es mi perfume? –le había preguntado.

      Él asintió.

      Apollo solo podía percibir su aroma femenino y recordó la primera vez que la vio y, cómo se quedó asombrado por su belleza. El impacto fue


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