Años de mentiras. Mayte Esteban
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28001 Madrid
© 2020 Mayte Esteban
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Años de mentiras, n.º 266 - septiembre 2020
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-655-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Para Aitana, por regalarme el día más feliz de mi vida
Prólogo
«Un viaje de mil millas comienza con un solo paso».
Lao-Tse
Madrid, primavera de 2016
Los jueves deberían estar prohibidos. El jueves fue el día dedicado por los romanos a Júpiter, el encargado de las leyes y el orden social, pero para Daniel Durán un jueves era todo lo contrario. Si repasaba su vida, siempre había uno en el que su biografía tomaba un rumbo imprevisto, en el que todo se desordenaba hasta lo insoportable. Los jueves, desde hacía mucho tiempo, despuntaban para Daniel con el sello del desastre rubricado en la espuma del primer café tomado deprisa por la mañana en la cafetería que había bajo su casa. Para él, los jueves amanecían marcados.
Había aprendido de ellos que, por mucho que pusiera todo su empeño, no se podía esquivar al destino.
La redacción de Vimar bullía esa mañana. El tecleo constante en los ordenadores se mezclaba con el sonido del televisor, que siempre permanecía encendido en un canal de noticias, y el de los teléfonos que no paraban de sonar. En cada mesa, los empleados se afanaban en su trabajo. Algunos, corrigiendo los textos de los libros que tenían una fecha de publicación a la que debían llegar sin retraso. Otros, concentrados en los artículos que les habían asignado para las revistas que debían cerrar la edición esa misma mañana. El tiempo corría más que los dedos sobre las teclas, así que no convenía perderlo. La daga de la fecha de entrega pendía sobre cada cabeza y ese día nadie se podía permitir el breve descanso de un café. El murmullo constante de voces apresuradas completaba la banda sonora de esa mañana en la cuarta planta del edificio del Grupo Editorial Vimar, situado en el centro de Madrid, a dos calles de la Gran Vía.
Daniel, sentado en su silla, era la excepción.
Daniel Durán no tenía nada que hacer y permanecía ocioso y en silencio frente a la pantalla de su ordenador. Su labor era cubrir los huecos, «apagar fuegos» como llamaban a lo que hacía en el argot de la empresa, y ese día no se necesitaban sus labores de extinción de incendios. Entretenía las horas que le quedaban hasta la salida leyendo artículos de otros compañeros, analizando su manera de expresarse al milímetro. En realidad, eso era parte de su trabajo, empaparse de la forma, averiguar cómo construían las frases para, llegado el momento, hacerse pasar por ellos. Daniel era el imitador, el que nunca firmaba nada porque su tarea era cubrir a quienes, por la razón que fuera, no podían entregar sus artículos a tiempo al cierre de la edición. Daba igual el tema, Daniel era hábil con las palabras, tanto que era capaz de hacer creer que lo sabía todo de cualquier cosa que le encargasen. Una simple búsqueda en Google, las frases elegidas con tiento, y el milagro estaba servido.
Esa mañana, su objeto de estudio era el estilo florido y barroco de uno de los redactores más antiguos, a quien tendría que sustituir en breve porque se pasaba más tiempo en consultas médicas que sentado delante de su pantalla. No le gustaba su manera de redactar, pomposa y enrevesada, pero era de los más fáciles a imitar porque repetía hasta