Años de mentiras. Mayte Esteban

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Años de mentiras - Mayte Esteban


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desde hace muchos años.

      —¿Y cómo voy a hacer la entrevista entonces?

      —Me pasarás el cuestionario y yo le trasladaré tus preguntas. Después, te daré a ti sus respuestas.

      Aquello le pareció todavía más rocambolesco que cuando Beatriz le había planteado el reto. Sin el escritor presente, no tenía ningún sentido que estuviera sentado en aquella cocina, tomando café con una jubilada a la que acababa de conocer. Ni siquiera estaría seguro de estar entrevistando al escritor. Se atrevió a sugerir las dudas que planeaban por su mente.

      —Podría haber mandado un correo con el cuestionario y sería lo mismo —dijo.

      —No, créeme, no sería lo mismo. No es igual dejar que otro hable frente a ti que leer las respuestas que te manda, que podrá reescribir las veces que quiera. De este modo la entrevista será más auténtica.

      —Pero no se la haré a Novoa, sino… a usted.

      —Lo conozco mejor que nadie y hablaré primero con él, te reproduciré lo que me diga palabra por palabra.

      —¿Y si a Beatriz no le vale?

      —Le tendrá que servir porque de otro modo no hay trato.

      Daniel se revolvió en la silla. Beatriz no le podía haber asignado algo normal, no. Le tenía que haber dado aquello, una mierda muy grande porque le sonaba a estafa por los cuatro costados. Solo daba gracias porque no le obligaría a firmarlo. Si se descubría que nunca había hablado con el escritor, su prestigio como periodista quedaría por los suelos. No es que lo tuviera, pero al menos quedaba la duda de si era bueno o no hasta que pudiera demostrarlo.

      Le quedaba pendiente exponerle el otro tema que le había llevado hasta la sierra, conseguir ese libro en el que había puesto su empeño Beatriz. Estaba seguro de que era un imposible, pero tampoco quería demorar mucho planteárselo a aquella mujer resuelta que tenía frente a él. Si se negaba, podría marcharse a su casa en ese mismo momento, decirle a Beatriz que había sido imposible y asunto resuelto. No sería culpa suya que la señorita Álvarez no consiguiera lo que pretendía.

      —Beatriz quiere más, una novela nueva de Novoa. La entrevista me temo que solo es el camino para llegar a él y convencerlo. ¿Cómo voy a hacer eso si ni siquiera lo veo?

      Esperó una negativa de la mujer, que se escandalizara ante la osadía que le estaba proponiendo. Se preparó para un «no» rotundo al que seguiría un educado «muchas gracias por el café, encantado de conocerla». Se levantaría y volvería a Madrid, a su casa, donde trataría de olvidar la ocurrencia de Beatriz mientras buscaba otro empleo. Porque estaba seguro de que ella le presentaría de inmediato el despido.

      —Tendrás que convencerme a mí para que yo lo convenza a él.

      Daniel posó sus desconcertados ojos sobre los de Elsa, olvidándose de contener una emoción dentro de él. Durante unos instantes se preguntó si aquello que estaba viviendo no sería más que un extraño sueño. ¿Qué hacía allí si ni siquiera tendría acceso directo a Alejo Novoa? Beatriz le había asegurado que tenía un contacto, pero una mujer mayor que abría la puerta sin preguntar quién llamaba no le parecía alguien de quien fiarse demasiado. Era verdad que toda ella transmitía una seguridad pasmosa, que en sus ojos claros, de un color que en otro tiempo pudiera haber sido azul, pero que ahora se diluía en matices de gris, había una resolución que no había visto en mucha gente. Eso no garantizaba que no le estuviera tomando el pelo ni que aquella historia de la entrevista fuera cierta. Podría ser un simple delirio derivado de la edad. Un engaño en el que había caído su jefa y que lo arrastraba a él.

      Tuvo la tentación de pellizcarse para comprobar que estaba despierto, pero lo cambió por un sorbo de café dulce. Decidió que ya estaba bien de pensar, que tenía que empezar preguntando más si quería aclarar todos los puntos oscuros de aquella historia.

      —¿Novoa tiene una novela escrita? —preguntó.

      —Bueno… puede decirse que sí —contestó Elsa, mientras se llevaba su café a los labios.

      Hizo un gesto de desagrado y devolvió la taza a la mesa para ponerle más azúcar. La cucharilla resbaló de sus dedos y la mitad del azúcar que contenía se perdió entre la mesa y el plato.

      —¿Qué significa «puede decirse»? —preguntó Daniel.

      —Significa que lo principal está, el armazón de esa novela. La trama está escrita, los personajes perfilados, el final… Todo lo importante.

      —¿Va a escribirla ahora? ¿Cuántos años tiene?

      —Muchos, es cierto, y quizá no tenga los reflejos de la juventud, pero la idea es buena y es posible que de ella salga el best seller que está buscando Beatriz.

      —¿Y por qué va a aceptar su petición si no lo ha hecho en todos estos años que llevan reclamándole una novela?

      —Eso, si me lo permites, no te incumbe.

      Daniel se sorprendió. Beatriz era una mujer de carácter, capaz de poner en un aprieto a alguien como él, que la sobrepasaba en altura al menos veinte centímetros, pero de ahí a lograr convencer a alguien como Novoa, que llevaba toda la vida escondiéndose, iba un mundo. No se imaginaba qué clase de deuda podían tener entre ambos para que él aceptase volver a escribir.

      —Está bien, no necesito saber nada —dijo, pensando que, cuanto antes empezase, antes acabaría—. Le daré las preguntas y mi teléfono, y esperaré a que haya hablado con él para venir a por las respuestas.

      —No hemos terminado de hablar de la novela de Alejo. Tú mismo has llegado a la conclusión de que la entrevista es solo una excusa para convencerlo.

      —Pero me ha dicho que tiene la base. Supongo que si acepta se pondrá a escribir.

      —No has hecho nada para convencerme de que le convenza —dijo Elsa.

      —Es que no sé qué puedo hacer yo —contestó confundido.

      —Si estás aquí es porque Beatriz cree que tú eres el único capaz de hacer esto, de llegar a Alejo. Y en eso, querido, empiezo a estar de acuerdo con ella. Hay algo en ti que me recuerda mucho a él. Déjame esas preguntas que has traído para él y vuelve mañana a la misma hora.

      —Pero, ¿cuál es mi papel?

      —Todo a su tiempo, Daniel. Todo a su tiempo.

      Elsa se levantó de la silla y él hizo lo propio, siguiéndola de vuelta por el pasillo hasta la salida. Volvió a fijarse en las habitaciones y dedujo que aquella de la puerta cerrada no podía ser más que un dormitorio. Quizá era allí donde se escondía Novoa del mundo.

      En el autobús de vuelta a Madrid, a Daniel empezó a dolerle la cabeza. ¿Qué demonios tenía él de particular? ¡Nada! Él era un cualquiera. Menos que un cualquiera, era el último de la redacción, el hombre que nunca firmaba nada, un ser invisible sin apenas contacto con el resto. Un hombre asocial que hacía años que solo se relacionaba de manera superficial con el resto del mundo.

      Todo aquello era una puñetera locura, pero quedarse sin trabajo lo era aún más. Sus padres no se merecían que les fallase de nuevo, no ahora que había logrado que volvieran a confiar en él. Nunca había sentido que alguien le tuviera más cogido por los huevos que Beatriz Álvarez.

      La odió.

      Capítulo 1

      «El nombre exacto de las cosas».

      Juan Ramón Jiménez

      Una fina lluvia recibió a Daniel al bajar del autobús. Se subió el cuello del abrigo, agachó la cabeza y enfiló a buen paso el camino a la casa de Elsa. No estaba lejos, pero aun así no pudo evitar llegar empapado. Esta vez no dudó al apretar el timbre, animado por lo desapacible del día, que no invitaba a quedarse ni un minuto en la calle. Dos minutos después seguía a Elsa por el pasillo hasta


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