Del sacrificio a la derrota. Nicolás Buckley

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Del sacrificio a la derrota - Nicolás Buckley


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      Como español nacido en 1985, no hay duda de que mi historia de vida también ha sido condicionada por las representaciones culturales del «Régimen del 78» (con ETA representando su principal antagonista), y esto ha influido en la manera en la que he llevado a cabo las entrevistas, un proceso que maduró a la vez que mis experiencias de vida con los militantes de ETA. En este sentido, mi actitud con los militantes de ETA durante las entrevistas estuvo marcada por un profundo respeto. Por un lado, sentí el privilegio de tener acceso de primera mano a unas experiencias de vida tan intensas. Sin embargo, por otro, esta emoción de «sentirme privilegiado» me limitó a la hora de abordar ciertos temas durante las entrevistas, como la violencia ejercida por Etxegarai y Amantes a otras personas durante su militancia en ETA. Ellos fueron militantes durante las décadas de los setenta y los ochenta, en un tiempo donde ETA aún disfrutaba de considerables niveles de apoyo social entre los vascos, en parte debido a los grupos paramilitares que aún existían. Durante los noventa, los vascos se empezaron a hartar de esa violencia de ETA y la organización empezó a perder apoyos. Mi entrevista con Gorka García Sertucha, que fue condenado por intentar asesinar al rey Juan Carlos I en 1993, tuvo lugar en un periodo en el cual mi experiencia como entrevistador me dio la confianza de poder preguntar abiertamente a un militante de ETA acerca de sus acciones armadas. Aunque Sertucha es en parte producto de dos generaciones previas de militantes de ETA (como la de Etxegarai y la de Amantes) que lucharon contra una cultura posfascista (en la forma de terrorismo de Estado) que aún estaba presente en la vida cotidiana de los españoles, un análisis estructural de este fenómeno no sería suficiente para entender el contexto cultural de la sociedad vasca en los noventa. Sertucha demostró durante la entrevista que su intención de asesinar al rey no le provocó contradicciones personales, como por ejemplo el conflicto moral de quitarle la vida a otro ser humano. La ETA de los noventa fue definida por la sociedad española, así como por los mismos militantes, de una manera en la que se aceptaba más el rol de perpetrador que el sufrimiento vivido por los militantes de ETA y otros miembros de la Izquierda Abertzale en forma de torturas por la policía española.