Del sacrificio a la derrota. Nicolás Buckley

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Del sacrificio a la derrota - Nicolás Buckley


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      El presente libro trata de desentrañar las emociones que experimentaron algunos militantes de ETA a lo largo de un dilatado periodo de tiempo que abarca desde el tardofranquismo hasta el cese definitivo de la violencia en 2011, un recorrido histórico en el que el autor considera el periodo neoliberal (crisis petrolera de 1973 a la gran recesión de 2008) como el terreno idóneo para analizar la composición de las emociones de los militantes de ETA dentro de la historia del conflicto vasco. La tradición política aranista de rechazo visceral de la identidad española y de glorificación de una pretendida «edad de oro» de los vascos es parte constitutiva de las historias de vida de los militantes que participan en esta investigación.

      El nacimiento de ETA y su evolución ideológica durante la década de los sesenta supusieron un cambio radical en el desarrollo histórico del nacionalismo vasco como actor social y como identidad política, ya que el movimiento abertzale en sus diversas manifestaciones logró un apoyo considerable de las clases medias y de los trabajadores oprimidos por la dictadura, erigiendo una «comunidad moral» de las clases explotadas que se fundamentó en un nacionalismo más inclusivo que el aranismo étnico tradicional. Si, durante la primera mitad del siglo XX, el PNV había basado su nacionalismo en la sangre y la religión, ETA hizo de la defensa de la lengua y del activismo político sus principales referentes identitarios. Buckley argumenta que ETA logró canalizar con éxito la desafección de un parte de la sociedad vasca hacia el régimen neoliberal español nacido de la transición a la democracia, y ello le ayuda a explicar la pervivencia de la protesta, crecientemente violenta, hasta más allá del final de la dictadura franquista. Sin embargo, la organización terrorista tendió a interpretar el conflicto desde una perspectiva preferentemente patriótica (presentándose como movimiento armado de liberación nacional) y no social, lo que limitó el alcance y la viabilidad de su causa. El éxito en convertirse en la vanguardia (junto al Partido Comunista de España [PCE]) de la lucha contra la dictadura en los años sesenta, hizo que ETA aspirase a tomar el relevo al PNV como referente principal del nacionalismo euskaldún, pero su fracaso en crear un «frente de masas» estable y mayoritario explica su reclusión en una comunidad radical vasca cada vez más autorreferencial.

      En su proyecto de observación participante (en la terminología acuñada por Clifford Geertz), Buckley asume el reto de disociar el componente político-ideológico de la experiencia más íntima y personal. En realidad, cuestiona la existencia de una objetividad absoluta entre el narrador y el entrevistador, pero la necesaria empatía que debe establecerse para que la entrevista ofrezca resultados relevantes no le impide mantener una actitud crítica respecto de los relatos canónicos elaborados desde el oficialismo (sea español o vasco) o la disidencia abertzale.

      Las historias de vida, producto de las entrevistas realizadas por Buckley, muestran algunos rasgos comunes, como el desencanto experimentado con el proceso de transición española hacia la democracia, que no condujo a una liberación nacional y social, tal como planteaba el proyecto abertzale de un «Euskadi independiente y socialista», o al menos a la implantación de un régimen democrático que amparase el derecho de autodeterminación. La intensa decepción vivida permitió que la Izquierda abertzale se convirtiese en la antagonista más radical de la identidad nacional española forjada al final de la dictadura, especialmente por el empleo de la violencia como un último pero necesario recurso para plasmar en la práctica su proyecto nacional alternativo.

      Por otro lado, la alargada sombra que aún proyecta el franquismo, cuyos excesos represivos posibilitaron la construcción y pervivencia de una narrativa antifascista surgida en la Guerra Civil, anclada por largo tiempo en el arquetipo idealizado del gudari como modelo a imitar permitió, hasta el final de la dictadura, que vascos, catalanes y el resto de españoles antifranquistas compartieran un «enemigo común». Sin embargo, la ruptura de la identidad antifranquista compartida por los vascos y el resto de la comunidad antifascista española se hizo evidente en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco. Este nostálgico «culto al héroe» convive con sentimientos de amenaza y autoprotección que están muy presentes en todos los militantes entrevistados. Las torturas policiales y el terrorismo de Estado, junto con la transformación del militante etarra en delincuente común y su deshumanización en los medios de comunicación de ámbito estatal, generan una narrativa de respuesta autocomplaciente, en la que su erección en luchadores (y mártires) por la libertad del pueblo vasco dificulta la emergencia de cualquier subjetividad personal y emocional sobre la violencia y el daño causado.

      El trauma carcelario está en el origen del último de los relatos que analiza el presente libro. La comunidad de presos es posiblemente el último bastión emocional donde los restos de ETA aún tienen una base social importante en la actualidad. En esto se parece a todas las causas temporalmente derrotadas –o irremisiblemente perdidas– de la historia.

      Nicolás Buckley no oculta que su crítica a los relatos más o menos oficiales sobre el conflicto vasco (que analiza desde la perspectiva de la insurgencia antes que de la del terrorismo) se efectúa desde una posición en donde el neoliberalismo como sistema económico dificulta que las comunidades (nacionales, religiosas o cualquier otra índole) puedan seguir su propio proceso emancipatorio. Su trabajo ofrece una útil visión alternativa de alguno de los aspectos clave del relato de la «inmaculada transición», que en la última década ha sido cuestionado a través de la crítica más o menos global al «Régimen del 78». A buen seguro, algunos de sus planteamientos desatarán polémica en un momento en que las emociones aún están a flor de piel, como lo muestran los debates en torno a la posibilidad de establecer algún tipo de justicia transicional que restituya a todas las víctimas de la violencia, o al control del relato dominante sobre la violencia política vasca de la segunda mitad del siglo XX. Creo que no podremos superar nuestro particular «trauma» historiográfico hasta que no hablemos de la violencia perpetrada por ETA y por el Estado en los mismos términos de distanciamiento –que no quiere decir equidistancia– que el estudio del pistolerismo sufrido hace un siglo o de la insurgencia carlista desplegada hace casi dos centurias. Buckley contribuye a restituirnos una parte de esa historia, en la certeza de que, como dice uno de los activistas entrevistados, «como no contemos nosotros nuestra historia, la van a contar otros».

      Eduardo González Calleja

      Universidad Carlos III de Madrid


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