E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras


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libros sobre el embarazo ya le habían advertido sobre los cambios hormonales que se producían durante la gestación. Así que decidió ignorar la voz interior que le decía que no era el embarazo, sino Axel, el que estaba en la raíz de aquel deseo.

      Tiró el té por el fregadero y, enfadada consigo misma, salió de la cocina. Vio la ropa que había dejado Axel al lado de su bolsa. Inmediatamente, desvió la mirada y ordenó las revistas de encima de la mesa. Oyó entonces el sonido de la ducha. Y su imaginación enloqueció. Corrió a encerrarse en el dormitorio antes de hacer una locura, como, por ejemplo, sumarse a su ducha.

      Estaba ya vestida, se había puesto una blusa de seda de color azul y unos pantalones negros de cintura elástica. Ordenó los objetos que tenía sobre la cómoda: el espejo que le había regalado su madre, una fotografía de la familia McCray cuando Tara y Sloan tenían cinco años… Todavía eran demasiado pequeños como para darse cuenta de lo que podían esperar de un padre que llevaba una doble vida.

      No sabía por qué había dejado allí aquella fotografía en particular cuando el resto de las fotografías familiares, las pocas que tenía, estaban guardadas en un armario. ¿Sería por lo felices que parecían en ella?

      Ni siquiera se acordaba de dónde vivía cuando tenía cinco años. No reconocía los muebles que aparecían en la fotografía, pero su madre se mostraba en ella feliz y despreocupada, con Tara sentada en su regazo, mientras su padre parecía también muy relajado sosteniendo a Sloan. Quizá aquella fotografía representara lo fugaz de la felicidad.

      Cuando Axel llamó a la puerta, el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. La abrió y sintió que la recorría un calor intenso al verlo vestido con un jersey que se pegaba a su torso y unos vaqueros.

      —¿Estás lista?

      Para él, siempre lo estaría.

      —Sí —contestó más o menos tranquila. Bajó la mirada—. Deberías calzarte.

      —¿De verdad? —contestó Axel con una elocuente sonrisa, antes de dar media vuelta y dirigirse al cuarto de estar.

      Para cuando se encontraron de nuevo en la puerta, Tara ya se había puesto el abrigo. Pero estaba a punto de salir cuando Axel la detuvo:

      —Espera, yo saldré primero. Todavía no he inspeccionado los alrededores de la casa esta mañana. Si no hay ningún problema, te avisaré.

      Tara tragó saliva.

      —¿Y si surge algún problema?

      No le gustaba tener que reconocer que alguien quería hacerle daño. Y tampoco le gustaba la intención de Axel de interponerse entre ella y ese alguien en el caso de que ocurriera algo.

      —En ese caso, enciérrate en casa, mantente lejos de puertas y ventanas y llama a Hollins-Winword.

      —¿Y cómo se supone que voy a llamar a la agencia? No creo que aparezca en la guía telefónica el nombre de una agencia de la que supuestamente nadie debería conocer su existencia.

      —He programado su número en tu teléfono móvil.

      —¿Cuándo? —preguntó Tara boquiabierta.

      A menos que estuviera conectado al cargador, siempre llevaba el teléfono en el bolso.

      —Ayer, pero no te preocupes. No he leído tu diario.

      —Muy gracioso.

      Seguramente, a esas alturas, Axel ya sabía que no llevaba nada de ese estilo en el bolso. Y se alegró inmensamente de haber guardado la edición de bolsillo de Nueve meses después en la cómoda.

      Sacó el teléfono y localizó inmediatamente el número de la agencia.

      —Es un número local.

      —Sí —Axel se puso la cazadora y comenzó a abrir la puerta.

      —¡Espera!

      —¿Qué pasa ahora?

      —¿Y tú? Quiero decir… ¿no deberías llevar una pistola o algo así?

      —¿Estás preocupada por mí?

      —¿Y no debería? Sloan y tú decís que necesito un guardaespaldas. ¿Crees que me apetece que te hagan algo por protegerme?

      —Pon a descansar tu conciencia, cariño. Éste es mi trabajo —abrió la puerta y salió.

      Tara esperó en silencio hasta que oyó la bocina de la camioneta. Exhaló entonces aliviada, salió y echó los cerrojos que el propio Axel había instalado la noche anterior.

      Cinco minutos después, estaban en la tienda. Mientras Tara encendía una vela aromática, Axel estuvo merodeando por la tienda. Al cabo de un rato, se sentó en un sofá de cuero que había enfrente de la barra que hacía las veces de mostrador.

      —Es una pena que no tengas este sofá en tu cuarto de estar —comentó—. Es mucho más cómodo que el que tienes en tu casa.

      —Y más de medio metro más largo.

      —¿Cuánto cuesta?

      —¿Por qué lo preguntas? No vas a mudarte a mi cuarto de estar.

      —¿Por qué no? De hecho, ya estoy viviendo contigo.

      —Vas a pasar una temporada en mi casa —le corrigió—, que es algo muy distinto.

      —Sí, y no incluye nada de sexo.

      Tara se volvió para limpiar el mostrador.

      —Tú mismo dijiste que querías que fuera así.

      —Lo que dije fue que era lo más adecuado en estas circunstancias, no que no quisiera…

      Tara continuó quitándole el polvo al mostrador, pero al cabo de unos segundos, Axel insistió:

      —Entonces, ¿cuánto cuesta? —Tara le dijo una cifra astronómica—. Muy bien, me lo quedo.

      Al oírle, Tara se volvió indignada hacia él.

      —¿Y dónde crees que vas a meter un sofá tan grande?

      —En mi casa, naturalmente.

      Su casa, la casa de la que le había hablado durante el fin de semana de Braden. La había hecho construir justo antes de abandonar el país y estaba a medio camino entre la casa de sus padres, la granja equina y el rancho Double-C. Era una auténtica tortura saber que recordaba todas y cada una de las palabras que habían salido meses atrás de sus labios.

      —Ya te comenté que prácticamente no tenía muebles. Y supongo que quieres vender éste, ¿verdad?

      —Un sofá con este precio debería estar fuera de tu presupuesto.

      —Si quieres, podemos comparar las devoluciones de hacienda. Estoy seguro de que así dejarás de preocuparte por si un sofá que cuesta más de lo que debería entra o no dentro de mi presupuesto.

      —Si crees que cuesta más de lo que debería, ¿por qué lo quieres? —respondió Tara mientras tomaba la tarjeta de crédito que Axel le tendía.

      —Porque a veces me gusta conseguir exactamente lo que quiero —bajó la mirada hacia sus labios—. Y algún día, tú y yo terminaremos haciendo el amor en este sofá.

      —Ni lo sueñes.

      —Puedes estar segura.

      Tara pasó la tarjeta de crédito por la máquina.

      —¿Y cómo vas a sacar el sofá de aquí? Por lo menos hacen falta tres hombres para moverlo.

      —Mandaré a alguien a buscarlo.

      Tara imprimió el ticket de compra y se lo tendió para que lo firmara.

      —¿Y tendré que pedirles el carné de identidad para asegurarme de que son quienes dicen ser?

      —Hasta ahora no me había


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