E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras


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mano hacia sus muslos.

      —Axel…

      —Quiero oírte pronunciar mi nombre cuando me deslizo dentro de ti. Quiero oírte gemir.

      Tara sentía un fuego líquido corriendo por sus venas. Le agarró la mano frenética, pero no fue capaz de obligarle a apartarla.

      —¿Para eso me has traído aquí?

      —¿Te enfadarás si te digo que sí?

      —No lo sé —contestó Tara temblando.

      —Quería que conocieras esta casa. Quería verte en mi cabaña.

      A Tara se le encogió el corazón.

      —De verdad, no deberíamos estar haciendo esto —dijo con un hilo de voz.

      —Tienes razón. Pero no soy capaz de evitarlo. De modo que ya sólo queda una pregunta por hacer —Axel volvió a deslizar una mano entre sus muslos mientras alzaba la otra hasta su seno y le acariciaba el pezón con el pulgar—. ¿De verdad quieres que me detenga?

      ¿Quería poner fin a esa locura? ¿O quería entregarse a ella sin tener miedo a las consecuencias?

      Axel continuaba acariciándola y toda la determinación de Tara pareció disolverse en el fuego que parecía estar derritiéndole los huesos. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra su pecho.

      —No, no te detengas.

      Axel dejó escapar un largo suspiro, la hizo girar entre sus brazos y cubrió sus labios.

      El mundo pareció detenerse en el momento en el que sus lenguas se encontraron.

      Alex la sentó en la mesa de billar, le hizo abrir las piernas y se colocó entre ellas mientras deslizaba las manos bajo la falda para acariciarle las rodillas y los muslos.

      Tara se aferró a sus hombros buscando estabilidad y cuando sintió los dedos de Axel en sus caderas, comenzando a bajarle las medias de encaje, se mostró patéticamente dispuesta a colaborar. Estaban ya las medias por las rodillas cuando se dio cuenta de que las botas le impedían continuar.

      —Las botas… —señaló.

      Pero Axel resolvió aquel inconveniente desgarrando las medias y echándolas a un lado. Y entonces la tocó. Allí, justo allí.

      Tara dejó escapar una bocanada de aire y se aferró con fuerza a sus hombros.

      —Axel…

      —Eso era lo que quería oír —respondió Axel mientras hundía sus dedos en ella y cubría sus labios con un beso—. Dime que deseas esto tanto como yo.

      —Lo deseo tanto como tú —susurró Tara.

      Y a partir de entonces, ya no fue capaz de decir nada, porque pareció perder el control sobre su cuerpo y lo único que pudo hacer fue gemir y estremecerse mientras Axel la hacía volar hasta el límite del deseo. Todavía estaba temblando cuando Axel se desabrochó el cinturón y se hundió en ella. Gritó y se abrazó con fuerza a él, sintiéndose tan perfectamente unida a Axel que volvió a visitar la cumbre del placer sin haber terminado aún el camino de descenso.

      Sin separarse de ella, Axel la condujo hasta el sofá.

      —La próxima vez será todo más lento —le prometió mientras la dejaba sobre el sofá de cuero.

      Tara no era capaz de pensar en la próxima vez, porque en lo único en lo que podía pensar era en cómo iba a sobrevivir al interminable placer que la invadía mientras le besaba y rodeaba su cintura con las piernas.

      Y justo cuando pensaba que ya no era capaz de soportar la sensación que serpenteaba dentro de ella sin gritar, Axel se tensó, se aferró al respaldo del sofá y susurró su nombre.

      Tara sintió que se disolvía mientras sentía el latido de Axel en lo más íntimo de su cuerpo.

      Cuando el mundo volvió a girar de nuevo, Axel apoyó la cabeza en el hombro de Tara y susurró:

      —Es un buen sofá.

      Tara curvó los labios en una sonrisa.

      —Tara… —susurró Axel mientras se separaba de ella.

      —¡Hola! —gritó entonces alguien desde la puerta.

      Tara se tensó como si estuvieran presionándole la espalda con una barra de hierro candente al oír aquellas voces. Se levantó rápidamente del sofá, se alisó la falda y corrió a la cocina, porque no se le ocurrió otra posible forma de escapar.

      Afortunadamente, había un pequeño cuarto de baño junto a la cocina y allí se cerró, apoyada contra la puerta mientras el corazón le latía con tanta fuerza que casi sofocaba las voces que llegaban desde la otra habitación.

      Se lavó rápidamente la cara, esperando que quienquiera que hubiera llegado se fuera rápidamente. Pero no había acabado de formular aquel pensamiento cuando se elevó el sonido de las voces. Estaban ya en la cocina.

      Contuvo la respiración hasta que volvieron a alejarse y miró su reflejo en el espejo. Aquél era el resultado de haber hecho lo que no debía. Sobre todo teniendo en cuenta su secreto.

      Cuadró los hombros con resolución y terminó de refrescarse, pero toda su determinación se desvaneció al darse cuenta de que se había dejado las medias en el salón. ¿Dónde estarían? ¿En el suelo? ¿Encima de la mesa de billar?

      Suspiró y abrió la puerta. Las voces que llegaron hasta ella eran las de los primos de Axel, Casey y Erik.

      —Han venido a jugar al billar —le explicó Axel cuando reapareció.

      Tara miraba furtivamente hacia el suelo en busca de las medias de encaje.

      —No nos imaginábamos que podrías estar aquí, teniendo en cuenta todo el tiempo que pasas en casa de Tara —comentó Erik, y le tendió a Tara una botella de cerveza—. ¿Quieres?

      —No, gracias —sonrió, pero por dentro quería morirse.

      Acababa de ver sus medias. Estaban escondidas entre las botas de Axel.

      —Les he dicho que estábamos a punto de volver al pueblo —Axel no mostraba ninguna zozobra.

      —Sí —contestó.

      Se sentía como una adolescente a la que hubieran atrapado besuqueándose con su novio.

      —Muy bien —Eric descolgó uno de los tacos de billar—. Nosotros vamos a jugar un rato.

      —No todos somos unos tortolitos —añadió Casey con una sonrisa.

      Tara se apartó de la mesa. Sabía que estaba sonriendo, porque sentía los labios como si alguien estuviera tirándole con fuerza de ellos.

      —Adelante, seguid dándome pena —respondió Axel, arrastrando las palabras—. Dos jóvenes como vosotros jugando solos al billar un sábado por la noche. Es realmente triste.

      —Ése ha sido un golpe bajo —gruñó Casey.

      —Encima tienes razón —respondió Erik, abrió su botella de cerveza y le dio un largo trago—. Son estas las cosas que empujan a un hombre a la bebida.

      Si no estuviera tan avergonzada, a Tara probablemente le habría impresionado la habilidad de Axel para guardarse las medias en el bolsillo disimuladamente sin que ninguno de sus primos se diera cuenta.

      —Yo pensaba que en vuestras casas teníais mesas de billar —Tara recordaba que habían hablado de ello el día que había comido con toda la familia.

      —Y es cierto. Pero no quieren jugar allí porque saben que sus padres también querrán jugar y les darán una buena paliza.

      —Triste, pero cierto —dijo Casey haciendo una mueca.

      —Mi padre y mis tíos


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