Caballo sea la noche. Alejandro Morellón

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Caballo sea la noche - Alejandro Morellón


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todo lo demás: el aire real y los sonidos de la calle, la mañana y la tarde, el frío, el calor, el paso arrastrado de mi madre por el pasillo, negando todo lo que no tomara forma a partir de mi propia mentalidad, sometiéndome cada vez más a un sueño inagotable, una falsa memoria que fluía y recomenzaba, desarticulándose para luego volver a articularse en formas variadas de la memoria o de la recreación, porque yo no sabía diferenciarlas y porque me costaba abandonar el estadio lunático para regresar al original, al tiempo de las obstinaciones, porque la historia de mi familia fue una historia de revivencia, de repetición, la debilidad en el padre, el silencio en la madre, la lesión en el hermano, yo no quería volver a la clarividencia sino sustituirla por los estados más nobles, por la noche y el sueño, para despertar después como quien no ha conocido un pasado, como quien no ha conocido el cuerpo de los demás, y a veces la realidad era un ojo que se abría para ver lo poco del paisaje que entraba desde la ventana de mi cuarto, un sol de septiembre o las ramas peladas del árbol, distinguía la nieve del invierno y yo abrí la boca como para probar el frío pero no lo sentí, me obligué a continuar entre las imágenes de cada sueño, reutilizándolas, reciclándolas, valiéndome de ellas como en una proyección cíclica demoledora, habitando un interregno de la conciencia hasta que al final el sueño se imponía de nuevo y se manifestaba, por ejemplo, en un cuerpo y en una mano y dentro de esa mano en un puño y dentro de ese puño en un ángel sin boca y dentro del ángel en las palabras, quisiera transformar el lenguaje, intentaba decirlo murmurando, volverlo sagrado silencio, sonaba como un gemido, y el ángel se retorcía y yo veía su cuerpo caer perdiendo el conocimiento, cayéndose en la noche, y se le olvidaban al ángel los cánticos y el idioma, todos los lugares y los espacios del mundo, y yo volvía a quedarme solo muy detrás de la memoria allá donde no llegaba ningún conocimiento, a salvo donde mi padre me envolvía por entero, su aliento desde arriba y desde detrás, comprimiéndome en un abrazo sin tiempo, hasta que abrí los ojos y miré la mancha de mi ropa interior y me vino una duda antigua: sobre la reformulación de las vivencias en memoria, sobre la revivificación de los cuerpos mediante la imagen, y me pregunté si mi cuerpo también habría desaparecido o por el contrario seguía ahí, con los brazos ahora cruzados sobre el pecho y mis pestañas sellando la puerta de la luz, siempre en una dicotomía entre el ser y el querer ser, entre una materia inconformable y la otra inconformista, cuestionándome la naturaleza del deseo que siempre avanza en perpendicular a la voluntad pero sin tocarla nunca, de la misma forma que los proyectos y los apetitos habitan entre sí sin comprenderse, pensaba, fijándome en la mancha, y me pregunté si la mancha del que sueña era y no era la misma mancha del que recuerda, porque en el sueño no se tenía un orden concreto para los acontecimientos, a la memoria del sueño no se le podía imponer un proceso estructural, introducir un episodio origen, establecer un ritmo, el sueño era distinto del pensamiento, que era otro artificio más, al fin y al cabo, y mi pensamiento se apresuraba, convencido de no hacer caso a los códigos establecidos, volvía con el entusiasmo de la primera vez a la idealización de la atmósfera hasta que la mañana me despertó como un dolor, una corriente de aire llegaba desde la ventana abierta, ¿la habría abierto mi madre?, mi saliva había dejado un surco en la funda de la almohada y me pareció que la línea misma apuntaba hacia afuera, hacia la puerta, y decidí levantarme pero mi cuerpo no me respondió enseguida, estaba igual que cuando me había tendido sobre la cama salvo por unas mínimas variaciones: un hombro ligeramente elevado, una pierna que se desplazaba unos centímetros a la izquierda, la cabeza algo más hundida, los brazos ya no estaban en cruz sino que uno de ellos estaba metido entre mis muslos y el otro bajo la almohada, quería ponerme de pie sin saber cómo, con qué pierna empezar a andar, cuáles eran los movimientos precisos, primero la rodilla, flexionar la pierna varias veces y luego buscar con ella un contacto real, mi cuerpo escorándose hasta el borde de la cama, tomando impulso, me senté para sentir que se reorganizaba la sangre dentro de mí, los intestinos asentados al fondo de mi estómago, y después todavía sin levantarme me vino la sed, inevitable, apoyé en mi pierna izquierda el peso del cuerpo hasta que la maquinaria de huesos empezó a rodar como un ejército bien instruido, cruzando la puerta hasta el pasillo, pero ahí me detuve, ¿el baño estaba a la izquierda o a la derecha?, intentaba recordar la casa, las direcciones, la anchura de las paredes, el techo, la disposición del espacio, la posición de las luces, la mecánica de los objetos, quería comprender las cosas para apoyarme en ellas, avanzar por encima de ellas, pero los objetos no se sostenían, se desmoronaban: por aquel entonces la cortina de la ducha se descolgaba siempre, las bombillas se fundían, los electrodomésticos se averiaban, el tocadiscos dejó de funcionar, el espejo del baño se rompió y nadie quiso arreglarlo, pero en ese momento yo no recordaba nada debido a que había estado soñando una cantidad indefinida de tiempo y solo podía intuir los espacios o imaginármelos, por una de las puertas vi el lavabo del baño y me metí en él para beber directamente del grifo como un perro, después me bajé los pantalones y lo dejé ir todo por el retrete antes de volver a mi cuarto, aunque antes, en otro intento por ubicarme dentro de la casa, miré hacia atrás donde el corredor se abría unos metros y aparecía el salón, y vi al fondo sobre el sofá el cuerpo reducido de mi madre que miraba hacia mí, pero no le dije nada, sin detenerme y sin perder el rumbo, entrando en mi cuarto para cerrar la puerta y enfrentarme al espejo del armario, recordando el día en el que marqué mi pecado contra la imagen que me devolvía, reviviendo el momento en el que guardé la lengua y me cubrí el torso con las manos cuando la puerta se abrió detrás de mí, el día en el que había escrito algo honesto por primera vez, mi ropa interior colgaba de la silla y yo miraba mi cuerpo desnudo para compararlo al resto de cuerpos de mi colegio, había una luz que parecía inextinguible, alcé las manos para reconocer la forma de mis hombros, miré mis ojos a la altura de mis ojos, miré reconociéndome y saqué la lengua y llevé la punta a la extensión del cristal y entonces besé la imagen de lo que era yo, mi lengua y la lengua fría del espejo también se reconocieron y yo me reconocí en ellas, entonces escribí con la lengua sobre la superficie empañada y las palabras se quedaron ahí para siempre, y yo también, por mucho que se limpiaran después, por mucho que mi madre intentara deshacerse de la mancha, qué saliva corrosiva, qué lengua tan ácida la de mi boca, supe que ella había entendido las palabras escritas en el espejo por la forma que tuvo de mirarme a partir de entonces, supongo que al leerlas mi madre pensó que constituían una llamada de auxilio aunque yo insisto en mantener que no fueron sino un conjuro, un repelente emocional, una fórmula de protección, las palabras se quedaron marcadas en el cristal antes de que entrara mi hermano y me descubriera como me descubrió, su mirada anticipándose a todas esas miradas futuras, me gritó y todavía sigue gritando: ¿qué porquería estás haciendo?, y yo seguía sin entender la rabia, por más que quisiera no lograba darle un sentido, una sensibilidad, una lógica en medio de la enajenación del pensamiento, pero el mensaje se me escapaba, la realización última se perdía, no encontraba una sustancia para encarnarse, y yo me repetía, no tengo heridas pero las siento, rememorando frente al mismo espejo y sin saber darle un nombre al mundo que me rodeaba, volví a la cama saltando sobre ella y me introduje otra vez bajo las sábanas, más allá del sueño y más allá de la conciencia hasta que las horas se propagaron y se contrajeron sin control en episodios que apenas podía identificar, las visiones me llegaban sin ningún criterio, iban apareciendo y desapareciendo, el caballo, un tumulto de ojos, gargantas inhumanas, cabezas sin orificios, seres polimórficos, toda clase de animales que trotaban junto a mí, personas conocidas y desconocidas se proyectaron sobre la pared negra en la que coexistían también rostros deformes, soles escondidos, aberraciones de la naturaleza, toda una exhibición de atrocidades, y también soñé que mi padre estaba hecho de tierra y que la tierra se evaporaba en un aire que no podía respirar, y soñé con sus manos y me desvelé porque me había vuelto el dolor de cabeza, tanto divagar me dejaba confuso, las ilusiones reverberaban entre un estado de delirio anamnésico y el cuestionamiento de la verdad, y si la verdad es repetición, si también es recuerdo, si las miradas del pasado se vuelcan y se vierten en nuestros ojos del presente, ¿no son susceptibles estos recuerdos de concitar otros?, ¿algunos recuerdos de reclamar otros?, ¿una imagen de generarse en otra?, y durante el sueño se estaba sentenciado a la repetición, a que los episodios dolorosos se hicieran una y otra vez verdad, mi padre extendiendo sus brazos hacia mí el día que se fue de casa, me siento tan orgulloso de tu silencio, os quiero tanto a todos pero sobre todo a ti, no olvides que somos una familia, ahora estáis solos, prométeme que no llevaréis a tu madre a ningún
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