En busca de un hogar. Claudia Cardozo

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En busca de un hogar - Claudia Cardozo


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develar su presencia solo la pondría en problemas, siempre y cuando pudiera saber de quién se trataba.

      —No, madre, apenas puedo recordar al joven que mencionas —respondió al fin—; debe de ser por el impacto de la caída y el láudano.

      El médico se adelantó para inspeccionar sus rasgos, con ademán concentrado y profesional.

      —Desde luego, milord, le recomiendo que procure dormir; verá que en cuanto despierte se sentirá mucho mejor.

      —Claro, excelente idea —aprobó la condesa.

      Luego, sonrió con cariño a su hijo, se encargó de correr las cortinas, e hizo un ademán al médico para que la siguiera fuera de la habitación.

      Una vez que se encontró a solas, Robert cerró los ojos, y poco antes de quedarse dormido, un rostro acudió a su memoria, el mismo que lo acompañó en sus sueños.

      Juliet miraba una y otra vez a Daniel por encima del arreglo floral que adornaba la mesa de los Sheffield durante la cena, y si bien su primo la veía con el mismo nerviosismo, hizo un gesto de negación tan sutil que solo ella captó.

      De modo que no le quedó otra opción que ahogar un suspiro y volver la atención a su plato.

      La charla de su abuela y los señores Sheffield, una pareja mayor y agradable, que no habían tenido más que gentilezas para con ellos, no tenía cuando acabar. Desde luego que en circunstancias normales se habría comportado a la altura de lo que se esperaba de ella, pero no creía encontrarse en un momento muy normal de su vida.

      Se sentía extremadamente angustiada por el destino del hombre que ella y Daniel auxiliaran en el camino esa tarde, y hubiera deseado poder hablar con él al respecto, pero ya que desde su llegada no habían estado un solo momento a solas, su preocupación continuaba intacta.

      Solo podía esperar que su lesión no resultara tan grave como señalaban los síntomas, y que Daniel hubiera logrado llevarlo de vuelta a su casa en el momento correcto para que un doctor se encargara de atenderlo a la brevedad posible.

      No podía creer en la buena fortuna que les había lanzado un salvavidas en el instante menos pensado.

      Luego del susto que le provocó esa súbita reacción del hombre, tomándola del brazo con desesperación para susurrar una palabra que apenas sí logró captar, tanto ella como su primo se sintieron completamente desconcertados.

      Discutían acerca de la conveniencia de llevarlo a la mansión de los Sheffield, o preguntar por el camino la ubicación de Rosenthal, cuando un granjero caído del cielo se acercó a ellos en su carreta, y al ver al hombre tendido en la grama, se apresuró a correr en su ayuda.

      Al parecer, este era su arrendador, «el conde», lo llamó, y les indicó que su residencia se encontraba a escasa distancia, ofreciéndose a llevarlo en la carreta. Fue una suerte que Daniel pensara en lo inconveniente que hubiera resultado su presencia, aconsejándole que regresara a la casa de los Sheffield, en tanto él acompañaba al granjero.

      Tan solo pidió que le dejara un caballo para regresar en cuanto cumpliera con su labor, y así ella podría valerse del otro, idea con la que desde luego estuvo de acuerdo; no quería ni pensar en lo que diría su abuela si se enterara de la aventura en la que se había involucrado.

      Pero no por ello se sentía mejor, hubiera preferido contar con unos minutos para hablar con Daniel y que este pudiera contarle qué había pasado, con quién dejó al herido, si se aseguró de que fuera correctamente atendido.

      Volvió su atención a la conversación en la mesa cuando notó que su primo tomaba la palabra; eso era extremadamente inusual.

      —Sí, pasamos una mañana muy agradable, sus campos son extraordinarios; nunca había visto unos tan bien cuidados. —Sus anfitriones estaban encantados por los halagos de Daniel—. Y los terrenos aledaños son también muy impresionantes.

      —Bueno, muchacho, te diré algo. —El señor Sheffield, un hombre regordete y bonachón, infló el pecho, orgulloso—. Cuanto tengas tu propio hogar, harás todo lo que esté en tu mano para hacer de él el mejor; es la labor de todo hombre que se precie de serlo.

      Daniel sonrió de lado, asintiendo; solo Juliet pudo ver que no estaba completamente de acuerdo con esa sentencia, y no le extrañó, ya que su primo usualmente no compartía la opinión ajena.

      —Sus vecinos parecen compartir esta filosofía —reanudó la charla—. Lo menciono porque al regresar pudimos apreciar algunas propiedades muy interesantes, ¿no es verdad, Juliet?

      —Por supuesto, es muy cierto. —Empezaba a entender cuáles eran sus intenciones.

      —Debieron de pasar por la mansión Prescott, es un lugar hermoso, y queda a muy corta distancia —la señora Sheffield, que guardaba un curioso parecido con su esposo, tomó parte en la conversación.

      —En realidad, no preguntamos los nombres de las residencias, solo pasamos por allí; pero creo haber escuchado a unos hombres en el camino hablando de un lugar llamado Rosenthal, decían que era una de las propiedades más importantes de la zona.

      Juliet prestó mucha atención a sus anfitriones, y vio con sorpresa que ambos intercambiaban una mirada de contrariedad.

      —Sí, Rosenthal, por supuesto, un lugar encantador. —La señora Sheffield fue la primera en recuperar la sonrisa—. Me temo que hace mucho que no lo visitamos, nos resulta un poco alejado…

      Por la expresión en el rostro de Daniel, no fue difícil adivinar que la señora no decía precisamente la verdad.

      —Es curioso, oí que estaba a tan solo unas leguas.

      —Rosenthal —la intervención de su abuela fue bien recibida por los anfitriones—; claro, la recuerdo, un hermoso lugar. ¿No pertenece al condado de Arlington?

      —Precisamente, así es —la señora Sheffield asintió.

      —Conocí al anterior conde, un hombre muy agradable, lamenté enterarme de su muerte tan temprana. —Lady Ashcroft hizo un gesto de pesar—. Vi a su hijo alguna vez, cuando era apenas un niño pequeño, ¿cómo se ha desempeñado hasta ahora?

      Era propio de su abuela el hacer preguntas que podrían parecer impertinentes, pero quien la conociera sabría que no se quedaría tranquila hasta obtener una respuesta.

      —Bueno, en cuanto al condado se refiere, hace un estupendo trabajo; ha optado por continuar con la labor de su padre y he oído que instauró algunas mejoras —el señor Sheffield intervino luego de atusarse el bigote—. Parece un joven muy agradable.

      Lady Ashcroft dirigió una mirada a sus nietos, con los ojos entornados, como sopesando qué tanto podría decir en su presencia.

      —Imagino que agradable no puede ser el único adjetivo apropiado para él.

      —Oh, no, desde luego que no, es también muy atractivo.

      —Por supuesto, atractivo. —La dama arrugó las comisuras de la boca y guardó silencio.

      Juliet dio un vistazo a su primo, que había vuelto su atención a la comida.

      —Señora Sheffield, Daniel y yo hablábamos esta mañana acerca de su sala de música; si a la abuela le parece bien, nos gustaría visitarla luego de terminar la cena.

      —Por supuesto que no me opongo, querida, sabes cuánto disfruto oírte tocar. —Su abuela la miró con el ceño fruncido.

      —Ah, pero había pensado en que Daniel me acompañara. —Le dirigió una mirada con intención a este—. ¿Verdad?

      —Claro, si pueden perdonarme con antelación por no estar a tu altura.

      La señora Sheffield rio, recuperando la expresión alegre que la había abandonado por unos momentos mientras hablaban del conde Arlington.

      —Será un placer oírles, por supuesto, hace mucho tiempo que no usamos el salón; desde que nuestra querida Charlotte se casó,


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