La Rusia de los zares. Carles Buenacasa Pérez

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La Rusia de los zares - Carles Buenacasa Pérez


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condicionadas, no obstante, por la diferencia de credo religioso, pues los kievitas no eran cristianos, sino paganos. Su conversión interesaba especialmente al emperador bizantino, pues la cristianización de varegos y eslavos le permitiría un mayor grado de intervención en los asuntos internos de la Rus de Kiev, al someterlos a la primacía del patriarca de Constantinopla, un cargo que estaba férreamente controlado por el monarca bizantino.

      La primera noticia sobre la conversión al cristianismo de un gobernante kievita tuvo lugar entre 955 y 957, cuando la regente Olga, una princesa escandinava originaria de Pskov que ejercía la regencia en nombre de su hijo Sviatoslav (r. 964-972), viajó a Constantinopla y, una vez allí, se hizo bautizar apadrinada por el emperador Constantino VII Porfirogéneta. Ahora bien, para evitar caer bajo el control del patriarca ortodoxo y para no rendir vasallaje a los bizantinos, Olga envió una embajada a Occidente, al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, pidiendo que le enviara misioneros. Muchos de estos murieron asesinados en el trayecto, por lo que el proyecto de Olga no llegó a buen puerto.

      La conversión oficial del Estado kievita no se produjo hasta los tiempos de Vladimiro I (r. 980-1015), hijo de Sviatoslav, quien tuvo que hacerse cristiano para poder casarse con la princesa bizantina Ana Porfirogéneta (988) y, de esta manera, fraguar una alianza con Bizancio que obligara a este último a intervenir como aliado militar en las guerras de los kievitas. En un principio, el monarca bizantino se negó a las pretensiones matrimoniales de Vladimiro, pues nunca antes una princesa bizantina había sido entregada en matrimonio a un extranjero. Ahora bien, cuando el pretendiente conquistó una serie de plazas en el mar Negro desde las cuales era posible lanzar un ataque a Constantinopla, todas las objeciones desaparecieron. Para mantener la independencia religiosa, el príncipe ruso decidió que los evangelizadores de su Estado procedieran del Imperio búlgaro, otro territorio independiente en la periferia de Bizancio que continuamente amenazaba la seguridad de las fronteras bizantinas en los Balcanes, y donde también se profesaba la fe ortodoxa. Más adelante, en 1037, se estableció en Kiev un metropolitano (o arzobispo) para los kievitas, aunque dependiente del patriarca de Constantinopla. Otra vía por la que la corte de Kiev, desde ese momento, intentó mantener su independencia con respecto a Bizancio fue la matrimonial, por lo que resultaron frecuentes los enlaces de sus príncipes con consortes procedentes de los reinos de habla latina.

      Los siglos xi y xii fueron trascendentales en la consolidación del cristianismo ortodoxo en Kiev. De hecho, el príncipe Mstislav el Grande (r. 1125-1132) fue canonizado por la iglesia local en contra del parecer del patriarca bizantino, un indicio más de que la Iglesia era un pilar de la autonomía del principado. En este sentido, la Iglesia era beneficiaria de una gran cantidad de tierras, con el fin de contar con medios para la asistencia a los pobres.

      En aquella época, el clero se hallaba integrado por dos tipos de sacerdotes: los monjes, que vivían en conventos y dedicaban su tiempo a la formación y el estudio, y los popes (término derivado del griego pappás, «padre»), que se hallaban a cargo de las parroquias, apenas tenían estudios y estaban obligados a casarse, aunque solo se les permitía un único matrimonio. Debían dejarse crecer la barba y vestir siempre una sotana negra. En la época comunista, el nombre de «pope» adquirió connotaciones peyorativas porque la propaganda del régimen los tildaba de lacayos del feudalismo y del capitalismo. Popov («hijo de un pope») es un apellido bastante frecuente en Rusia.

      A la muerte de Vladimiro I (1015) se abrió una crisis sucesoria protagonizada por las luchas fratricidas entre los diversos pretendientes, que desembocaron en la coronación de Yaroslav I el Sabio (r. 1019-1054), hijo de Vladimiro I y de Ana Porfirogéneta. Tomando como modelo al Imperio bizantino, su gobierno se caracterizó por una intensa actividad en todos los campos que condujo a la Rus de Kiev a su apogeo político; de hecho, en la historia rusa, se considera a este monarca el émulo de Carlomagno. En primer lugar, para atenuar la influencia bizantina en los asuntos de su principado, Yaroslav casó a su hermana con el duque de Polonia, a su hijo con una princesa bizantina y a sus hijas con los reyes de Francia y de Hungría. En lo religioso, nombró a un monje eslavo como metropolitano de Kiev, poniendo fin así a la tradición bizantina de nombrar prelados griegos para dicha sede. En lo militar, amplió sus territorios a costa de los polianos, los estonios y los bizantinos y, sobre todo, obtuvo una victoria decisiva contra los pechenegos, instalados en la península de Crimea y en las estepas al norte del mar Negro y el mar Caspio. Como consecuencia, estos pueblos jamás volverían a constituir una amenaza para sus dominios. Por último, a él se le atribuye el primero de los códigos legales rusos y se le considera un gran mecenas de las artes, pues patrocinó la construcción, en Kiev, de diversos monasterios, escuelas e, incluso, una biblioteca. Por todo ello, a su muerte (1054) la Rus de Kiev no tenía rival.

      Sus sucesores mantuvieron por un tiempo la hegemonía del principado. Sin embargo, a partir de mediados del siglo xii, se abrió una época de decadencia durante la cual muchos de los territorios sometidos a su poder renunciaron al vasallaje kievita y, además, los comerciantes varegos perdieron el monopolio de la ruta del ámbar. De hecho, el epicentro del poder se desplazó más al norte, desde Kiev hasta la ciudad de Vladímir, sede del principado de Vladímir-Súzdal, que vivió su momento de esplendor bajo Vsévolod III (r. 1176-1212), príncipe que llegó a tener como tributarios a otros principados más pequeños e insignificantes políticamente. A principios del siglo xiii, los principados rusos eran unos cincuenta, y en el siglo siguiente la cifra se elevó hasta, aproximadamente, doscientos cincuenta.

      Después de siglos temiendo el ataque de suecos, polacos, eslavos o bizantinos, el verdadero azote de Rusia llegó de Oriente y estuvo protagonizado por los mongoles (o tártaros), una confederación de tribus de la zona del río Amur que en el siglo xii se hallaban asentadas en Mongolia. Este pueblo llevaba un modo de vida nómada, que alternaba el pastoreo con el perfeccionamiento de sus habilidades como jinetes, una actividad en la que eran consumados maestros.

      En 1194, Temujin obtuvo el liderazgo sobre todas estas tribus y tomó el nombre de Gengis Kan («el fuerte»). Bajo su caudillaje, los mongoles se lanzaron a la conquista de Asia y, en poco tiempo, sometieron a China y a una buena parte de Asia Central.

      En 1222, dos de sus generales se dirigieron hacia el Cáucaso y se enfrentaron a la experimentada caballería georgiana, del reino de Georgia, el principal Estado en la zona del Cáucaso. Tras una serie de batallas de suerte cambiante para cada uno de los dos bandos, los mongoles lograron imponerse. Desde allí, se dirigieron hacia el norte y se enfrentaron a los cumanos (también conocidos como polovtsianos o kipchakos), una confederación de pueblos turcos emparentados con los pechenegos que estaban asentados en el mar Negro, en la cuenca del Volga, desde el año 1061. Los príncipes rusos fueron advertidos por los generales mongoles para que no acudieran en ayuda de los cumanos pero, desoyendo sus consejos, reunieron un ejército de 80 000 soldados. Tras unos cuantos días de tácticas dilatorias destinadas a que los rusos ganaran confianza, los mongoles llevaron a cabo su ataque a orillas del río Kalka (31 de mayo de 1223). El enfrentamiento duró tres días y los rusos sufrieron una aplastante derrota, aunque esta careció de consecuencias para ellos, pues los mongoles no tenían planes para esas tierras tan alejadas de las suyas por lo que, una vez se vieron vencedores, montaron sobre sus caballos y se marcharon. Los rusos, de hecho, no sabían contra quién habían combatido ni de dónde procedían, tal como se desprende de la Crónica de Nóvgorod, del siglo xv, en la cual se dice de ellos: «El mismo año aparecieron unos pueblos de los que nadie sabía con certeza quiénes eran ni de dónde venían, ni qué lengua hablaban, ni de qué tribu eran ni cuál su confesión». Tras este primer contacto, los mongoles renunciaron a una expansión por las estepas rusas durante los trece años siguientes, pero no se olvidaron de ese proyecto, tan solo lo aparcaron.

      Mientras tanto, el líder mongol Gengis Kan murió en 1227 dejando un dominio que abarcaba desde Corea hasta el mar Caspio, pasando por China, Mongolia, Afganistán y Persia. Sin embargo, la unidad territorial no logró subsistir a su muerte, pues el difunto había decidido dividir su Imperio entre sus cuatro hijos. Ahora bien, como su primogénito ya había fallecido, el kanato de la Horda de Oro, con capital en Sarai (en el tramo inferior del Volga), pasó a manos de los hijos del primogénito, es decir, de Batú Kan


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