El último beso. Jessica Lemmon

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El último beso - Jessica Lemmon


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      Esa noche lo averiguaría.

      Reconoció a Denver nada más verlo aparecer por la puerta. Derrochaba un gran carisma y más de una cabeza se volvió para mirarlo. Mientras la camarera lo acompañaba a la mesa, Gia se concentró en su reacción. Lo había visto en fotos, en vídeo y por internet, pero aquel era Denver Pippen en persona. Eso siempre era una experiencia diferente.

      Tenía el pelo rubio oscuro y lo llevaba largo y revuelto. Llevaba una camiseta suelta, unos vaqueros de marca y unas zapatillas Converse. Su rostro se iluminó cuando le dedicó la sonrisa más cautivadora que se podía imaginar.

      Era perfecto.

      –Tú debes de ser Pip –dijo ella tendiendo la mano.

      No se esperaba que le besara la mano, así que tampoco se llevó una desilusión.

      –Y tú Jee-ahh –replicó y la besó en la mejilla.

      Al apartarse, reparó en que tenía una cicatriz encima de una ceja y otra en el labio superior. Por los vídeos de sus proezas en el monopatín sabía que Denver estaba lleno de cicatrices por los brazos y las piernas. Aquella combinación de pelo revuelto y cicatrices resultaba interesante.

      –Mola este sitio.

      –Ya he pedido. Soy muy impaciente –dijo ella acariciando el borde de su copa de martini.

      –Guay.

      Denver llamó a la camarera y pidió una cerveza. Se mostró atento y le arrancó una sonrisa a la joven. Si hubiera sido maleducado, Gia se habría ido y habría vuelto a la casilla de salida.

      –Así que trabajas en ThomKnox. Ordenadores, teléfonos y todos esos aparatos tecnológicos –dijo sacudiendo los dedos como si estuvieran hablando de brujería.

      –Sí, esa es la esencia.

      –¿Y de qué te ocupas?

      –Dirijo el departamento de marketing.

      –Guay.

      Gia dio un sorbo a su martini y ocultó una sonrisa. Siempre había pensado que con su título del Instituto Tecnológico de Massachusetts acabaría dirigiendo un equipo técnico, pero ese puesto lo ocupaba Jay.

      Su padre le había asegurado que Jayson era el más indicado para ese trabajo y que prefería tenerla en un puesto más alto, uno con más prestigio en ThomKnox. Cuando su padre había decidido dejar su puesto de presidente, Gia se había alegrado de que fueran sus hermanos los que optaran a sustituirlo en el cargo.

      Nada más divorciarse, había optado por dirigir el departamento de marketing. En los días buenos, se engañaba diciéndose que había tomado la decisión adecuada. En los malos, se arrepentía de no haber insistido más en hacerse cargo del departamento que tanto amaba.

      Pip tamborileó con los nudillos en la mesa al ritmo de la música, lo que la sacó de sus pensamientos.

      –¿Cómo descubriste que el monopatín era tu pasión?

      –Mi padre me compró uno cuando tenía doce años. Una vez que logré mi primer gran salto, me enganché –dijo, y levantó la mano, mostrando el extraño ángulo en el que se doblaba su dedo corazón–. Nunca me ha asustado el peligro.

      –Ya veo. A mí no me gustan los riesgos. Al primer contratiempo, lo dejo.

      Al decir aquello, recordó cómo había dejado el departamento de tecnología después del divorcio. Le gustaba su trabajo, pero después de que Jayson y ella se separaran, no soportaba estar bajo su autoridad ni un segundo más. Necesitaba espacio y aunque no podía tenerlo físicamente porque su despacho estaba en la misma planta, al menos no tenían que verse en las reuniones semanales.

      –¿Para qué ibas a arriesgar tu linda cabecita?

      Denver giró la mano y buscó la suya. Intrigada, dejó que se la entrelazara. Era fuerte y rugosa.

      –He buscado información sobre ti –continuó él–. Te graduaste en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y perteneces a la familia Knox. ¿Por qué buscar una cita en una aplicación de contactos?

      Buena pregunta. Había revisado los perfiles de un montón de millonarios, actores y creadores de videojuegos. Pip era completamente diferente a cualquiera que hubiera elegido. Era la solución perfecta para su problema. Teniendo en cuenta que no estaba preparada para salir con nadie, era el acompañante ideal para la boda. No se llevaría una impresión equivocada y seguramente se apartaría de su camino sin echar la vista atrás.

      En vez de decirle que era la solución perfecta a su problema, optó por darle una respuesta más agradable.

      –Me gusta tu cara.

      Él sonrió. Era guapo.

      –Sí, claro, a mí también me gusta tu cara, Jee-ahh. Vamos, confiesa. ¿A qué viene quedar para tomar una copa un lunes a las seis de la tarde? ¿De qué va este rollo? –preguntó y dio un sorbo a su cerveza.

      Era más listo de lo que quería hacer ver.

      –Y ahora, ¿quién es el listillo? –replicó ella arqueando una ceja.

      Denver rio entre dientes.

      Gia tomó la copa por el tallo y decidió contarle la verdad.

      –Estoy buscando un acompañante para la boda de mi hermano. Es el sábado que viene.

      –¿Y me has elegido a mí? –preguntó divertido–. ¿Qué pasa, que quieres enfadar a tus padres o tienes que poner celoso a alguien?

      No pretendía poner celoso a Jayson y sabía que a sus padres les daba igual si iba a la boda acompañada o no. Lo que le preocupaba era la atracción que sentía por su exmarido. Con tan solo mirarla desde el otro extremo del salón, Jayson era capaz de hacer que su mente se quedara en blanco y que su corazón se detuviera. Un inocente baile en la última boda había acabado con sus manos en la parte baja de su espalda y sus labios junto al oído.

      No podía permitir que eso volviera a pasar.

      –Un poco de las dos cosas –mintió.

      –Soy tu hombre –dijo Pip, y alzó su cerveza para brindar.

      No era su tipo, pero cumplía el papel. Sonriendo, Gia levantó su copa y brindó con él.

      Capítulo Tres

      La mujer que yacía sobre la arena era alta, dada la forma sugerente en que desplegaba sus piernas mientras posaba para la cámara.

      Cuando Gia había dicho que estaba saliendo con un famoso, se le había ocurrido una idea. Ese mismo día, había llamado a Mason, su hermanastro, y había tenido la gran suerte de que tenía programada una sesión de fotos con una modelo.

      Mason estaba de cuclillas en la arena, delante de la mujer, dándole instrucciones de cómo colocarse sin dejar de disparar su cámara.

      A lo largo de los años, había tenido que aguantar todo tipo de bromas.

      –Mason y Jayson, ¿qué sois, gemelos? –solían preguntarles.

      La respuesta era evidente a primera vista. Jayson tenía una constitución más robusta que la de su hermano. Jayson era más fuerte y ancho que su hermano. Mason era delgado y unos centímetros más alto. Ambos habían llevado perilla, pero Jayson se la había quitado. Desde entonces, solo optaba por afeitarse o dejarse barba.

      –Preciosa, Natasha –dijo Mason, felicitando a la modelo antes de bajar la cámara.

      Preciosa Natasha sería un apodo perfecto. Aquella diosa en biquini, con arena pegada a los pechos, había aparecido en muchas revistas. La sesión de fotos era para su calendario. El año anterior había sido portada de la edición de bañadores de Sports Illustrated, y en la más reciente también aparecía, aunque en páginas interiores.

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