Breviario de pequeñas traiciones. Ramón Bueno Tizón
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David Toscana
Ramón Bueno Tizón nació en Lima, en 1973. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Lima y tiene un máster en leyes por la Universidad de Florida y otro en creación literaria por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Ha trabajado como abogado, profesor universitario y periodista hípico en su país de origen y ha sido columnista de opinión en la página web Perú Liberal.
Es autor de las colecciones de cuentos Los días tan largos (Solar, 2006) y La mujer ajena (Candaya, 2014). Relatos suyos han sido antologados en Emergencias, doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013) y El fin de algo, antología del nuevo cuento peruano 2001-2015 (Santuario, 2015). Breviario de pequeñas traiciones es su primera novela.
Candaya Narrativa, 59
BREVIARIO DE PEQUEÑAS TRAICIONES
© Ramón Bueno Tizón
Primera edición impresa en la Editorial Candaya: junio de 2019
© Editorial Candaya S.L.
Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles
08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)
Diseño de la colección:
Francesc Fernández
Imagen de la cubierta:
© Núria Tomàs
Maquetación y composición epub
Miquel Robles
BIC: FA
ISBN: 978-84-18504-14-3
Depósito Legal:B 13758-2019
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.
Nadie alcanza de buenas a primeras la frivolidad. Es un privilegio y un arte; es la búsqueda de lo superficial por aquellos que habiendo advertido la imposibilidad de toda certeza, han adquirido asco por ella; es la huida lejos de esos abismos naturalmente sin fondo que no pueden llevar a ninguna parte.
E. M. Cioran
Índice
1
Dafne camina con prisa, pantalón negro, top blanco. Tacones. Lentes oscuros en todo momento. Habitación trescientos diez, tercer piso, subes por las escaleras y a la mano derecha. Debería haber un ascensor, caray. El hotel Serenzza antes era el Heraldo, ¿verdad? No lo recuerdas pero te lo han dicho tantas veces y todos siguen llamándolo así, el Heraldo. Es discreto porque no tiene letreros en la calle, sus paredes están pintadas de colores mate y hay poca iluminación en los pasillos. Te parece mucho más caleta que su vecino el Queen’s, que tú conoces mejor, ese otro hotel que está muy cerca del cruce de las avenidas Nicolás Arriola con Javier Prado. Dafne llega a la puerta de la habitación trescientos diez del Serenzza o del Heraldo, da lo mismo. Crees no haber estado antes ahí, justo en esta habitación. Esta es, ¿no?
–Sí. Habitación trescientos diez del Heraldo. A las seis en punto.
La voz de Noemí al otro lado del celular suena perentoria, como si estuviese dando una orden. Valeria mira su reloj, calcula su tiempo. Tienes cuarenta minutos para cambiarte, coger tu cartera y salir volando. Además, debes inventarte una buena excusa en casa porque te vas a perder un par de horas, mínimo. Valeria hace una mueca, se estira todo lo larga que es sobre su cama. Estás viendo un capítulo repetido de Sex and the City por el cable, pero ya te enganchaste. ¿Por qué no va Jade, mejor? Vamos, no remolonees y anda de una vez.
–¿Puedes, no? –dice Noemí, la voz apuradita.
–Sí –dice Valeria–. Ahí voy.
Dafne se sube los lentes por encima de la cabeza y toca la puerta, tres golpecitos firmes. La puerta se abre. Entonces lo reconoces de inmediato, mujer. Ay Dios, qué roche, no puede ser. Más calvo, más canoso en lo poco que queda de pelo, pero los mismos ojos claros que ahora te miran de pies a cabeza, comiéndote. Dafne siente cómo la sangre se le congestiona en las mejillas, los ojos muy abiertos. Es él, es él, sí, las caras nunca se te olvidan. ¿Y Dani? Pobre Dani. Ni hablar, Valeria. Lárgate de aquí. Explícaselo a Noemí, te va a entender. Dafne abre ligeramente los labios, como si fuera a decir algo. Vete, vete. ¿Cómo es posible? Maldita coincidencia, algún día tenía que pasar. Ahora te quiero ver. Imagínate lo que diría Diego. Di que te equivocaste y media vuelta. Sal corriendo, Valeria. Vete. Piensa en Dani. Pobre Dani.
–Hola –dice Dafne, la voz tranquila–. Jorge, ¿no?
El hombre abre aún más la puerta. Dafne permanece en su sitio, sin moverse. Te ha reconocido, carajo, ya te jodiste con Dani. Vete de aquí, vete. Dile a Noemí. Qué vergüenza, mujer. Pobre Dani. No puedes hacerle esto a Dani. ¿Y la mamá de Dani? ¿Y Diego? Vete, vete. El hombre ahora le sonríe a Dafne. ¿Cuántos años que no lo veías? Entonces eras una niña o una adolescente y no te llamabas Dafne, pero siempre sentiste esos ojos clavados en ti, especialmente cuando pegaste el estirón y te vino el desarrollo. ¿Quince años? No, tanto tiempo no. Menos, mucho menos. ¿Doce, diez años?
–Adelante, pasa por favor.
Valeria se despide de su madre con un beso. Caminas asustada y con pasos suaves hacia ese señor tan alto y de frente amplia que te abre por completo la puerta. La casa de Dani está rodeada de jardines inmensos, tiene piscina, intercomunicador eléctrico y hasta un circuito cerrado de televisión. ¿Cómo se llama esta calle? Avenida Velasco Astete, muy cerca de la avenida Primavera. Santiago de Surco. Cómo te gustaría vivir aquí. Valeria logra distinguir una fuente de agua mientras se dirige hacia el interior de la casa. Unos escalones de piedra te llevan al vestíbulo principal,