Seducción temeraria. Jayne Bauling
Читать онлайн книгу.fue quién me persiguió, ¿es que no me crees! –preguntó irritada–. Además, no he vuelto a ponerme en contacto con él.
–Cierto –reconoció Richard mientras salían de la mansión de los Keverne–. Perdona, confieso que me cuesta confiar en los demás. Tú hablas de todo con mucha ligereza y yo me tomo las cosas demasiado en serio…
–No deja de asombrarme tu sinceridad –comentó Challis, conmovida por el tono vulnerable que había advertido en la voz de Richard–. Puede que yo debiera ser igual de sincera conmigo misma, pero es que nunca me he parado a pensar demasiado cómo soy… Quizá pueda empezar diciendo que no pretendo hacer daño a nadie.
–Es un buen comienzo… ¿Pero qué pasa con Miles Logan? Dijiste que tenías su consentimiento para fichar a Kel, ¿pero sabe también que quieres reemplazarlo al mando de la emisora?
–¡Por supuesto! Él quiere que lo sustituya –le aseguró Challis–. Las emisoras pequeñas sufren cambios constantemente. Son un trampolín para conseguir contactos; por ejemplo, a Miles le gustaría dirigir un canal de televisión. Él me ha elegido como su sucesora y la productora está de acuerdo en formalizar la situación con un nuevo contrato.
–¿Y ésa es tu máxima ambición?, ¿dirigir la emisora?
–No estoy segura. Lo más probable es que luego me cambiara a algún otro sitio, o que aceptara doblar más documentales y anuncios… si es que no me da por tener algún niño –bromeó Challis–. Pero, aunque lo tuviera, estoy segura de que podría hacerlo compatible.
–Estoy convencido.
–El único problema es que estar a cargo de Sounds puede ser muy tentador: ya sabes, sentirse el tiburón de una pecera pequeña – prosiguió ella–. Por otra parte, reconozco mis limitaciones.
–Eso sí que es una sorpresa –rió Richard.
–No sé, procuro ser realista. Creo que tengo lo que hace falta para hablar en la radio.
–Seguro que no tendrás problemas para hablar; pero puede que seas demasiado subjetiva –observó él.
–¿Me crees incapaz de ser objetiva? –preguntó, dispuesta a discutírselo.
–Para mí, la objetividad es algo que se adquiere con la madurez.
–¿Y estás seguro de que eres lo suficientemente mayor como para saberlo? –atacó entonces ella.
–Pensaba que me tomabas por un anciano.
–Sí, puede que haya sugerido algo así; pero ahora estoy siendo objetiva. En realidad, no eres tan viejo… Y no creo que la objetividad tenga que ver con la edad.
–Yo sí –insistió Richard–. Por ejemplo, hace unos años, me habría formado una opinión de ti muy subjetiva y me habría quedado con ella sin intentar descubrir cómo eres en realidad.
–¿Y ahora que has crecido me ves con total objetividad? –preguntó Challis.
–Lo intento –respondió Richard tras una pausa.
–¿Pero no lo consigues?
–Estábamos hablando de tu futuro –le recordó él de repente, cambiando de conversación con brusquedad.
–No es un tema que me preocupe demasiado –dijo Challis entre risas.
–No te tomas nada en serio, ¿verdad? No hay nada que te preocupe.
–Estoy demasiado ocupada como para preocuparme. Salvo que sea inevitable, no dejo que nada me perturbe –aseguró ella.
–¿Demasiado ocupada divirtiéndote?
–¿Por qué no? Es mi vida y me gusta –respondió.
Le habría gustado poder transmitirle parte de la alegría de la que carecía su vida; pero Richard era diez años mayor que ella y, probablemente, no encontrarían divertidas las mismas actividades.
–Te acompaño –le ofreció él, cuando llegaron al piso de Challis–. Está a punto de empezar a llover –añadió después de que sonara un trueno.
–Basta con que vengas hasta el ascensor –repuso ella con sonrisa pícara–. A no ser que quieras subir un rato –lo tentó.
–No, gracias –rechazó Richard con delicadeza–. Pero te acompañaré hasta la puerta.
Una vez en el portal, un relámpago estalló en el cielo, seguido de un trueno estremecedor, y todo se quedó a oscuras.
–¿Dónde estás? –le preguntó Challis a Richard, asustada. Un nuevo relámpago iluminó la silueta de éste, que estaba mirando hacia la calle.
–El apagón afecta a todo el barrio –comentó Richard.
–¡El ascensor! –exclamó Challis–. Menos mal que vivo en el primero. Si consigo encontrar las escaleras… ¡sí, aquí están!
–¿Tienes alguna linterna arriba?
–No sé… puede que un par de velas –respondió vacilante.
–Subiré contigo.
–De acuerdo –convino Challis–. Aunque tal vez nos rompamos algo. Nunca he subido por las escaleras… ¿Dónde estás?
–Aquí –estaba justo detrás de Challis, la cual notó, un segundo después, que Richard le tocaba la espalda con una mano–. ¿Lista? Adelante entonces –añadió, después de que ella asintiera.
Podía notar cada uno de los dedos de Richard a través del fino tejido de su vestido; ¡era como si fuese desnuda! La respiración se le entrecortó y el corazón se le aceleró aún más cuando él cambió de posición y la tomó por el antebrazo.
–Unos segundos más tarde y nos habríamos quedado encerrados en el ascensor –comentó Challis con una risilla, tratando de distraerse del tacto de Richard.
–Una situación muy sugerente, aunque imagino que demasiado convencional para ti –repuso él.
–¿Eso crees? –preguntó Challis, excitada.
–Sí. Me da que tú eres un tanto… exhibicionista.
–¿Exhibicionista? –repitió con tono divertido–. ¡Qué va!
–Extrovertida en cualquier caso. Y, tal como has dicho antes, nunca te has parado a pensar mucho cómo eres, ¿así que cómo vas a saberlo? –la desafió.
Puede que fuera el esfuerzo de subir las escaleras lo que afectaba a su respiración, trató de engañarse Challis… en vano.
–Ahora hay que girar –lo advirtió ella, al tiempo que un relámpago iluminaba el suelo momentáneamente.
Alcanzaron el piso sin que se produjera ningún desastre.
–¿Dónde tienes las velas? –le preguntó Richard tras entrar en casa.
–No sé, por algún lado.
–¿Es que nunca tomas precauciones para los casos de emergencia? – protestó él.
–Soy optimista –contestó Challis–. Además, ¿para qué quieres una linterna?, ¿no te parecen románticas las velas?
Era consciente de que estaba coqueteando, pero no le pareció arriesgado. Eran demasiado diferentes como para involucrarse sentimentalmente y, aunque lo encontrara atractivo, era una mujer adulta, capaz de controlar sus impulsos sexuales. ¿No?
–Me parecen innecesarias –contestó Richard.
Lo que la hizo sentirse más segura todavía.
–¿Quieres beber algo? –le propuso Challis, dirigiéndose hacia la cocina–. Es lo menos que puedo hacer después de todas las molestias que te has tomado. Aunque no tengo café… No sé qué más habrá. Si te apetece algo de lo que me he llevado del buffet…
–No