La última vez que fue ayer. Agustín Márquez

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La última vez que fue ayer - Agustín Márquez


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      Apenas han pasado diez minutos y una mosca ya revolotea junto al cuerpo.

      «Intentó cruzar al descampado, pero un coche rojo con un golpe en la puerta y un bulldog que decía sí lo atropelló y se dio a la fuga. La matrícula era M-1265-GH. O M-1285-GN», digo a dos mujeres que se han acercado.

      La mosca se ha posado sobre uno de los pies descalzos, pero el pequeño Mazinger la espanta cuando se acerca por tercera vez al cuerpo de Chico B.

      –¿Quién coño ha sido esta vez? –pregunta el dueño de los ultramarinos, que carraspea y lanza un escupitajo con personalidad de Ducados.

      –¡Ay, Dios mío! Creo que ha sido ese pobre chico de las cangrejeras –contesta una señora con un vestido estampado de flores tan marchitas como ella.

      Le pregunto al dueño de los ultramarinos si ha podido ver la matrícula del coche.

      –Yo no he visto nada. Por cierto, dile a tu padre que me debe mil doscientas treinta pesetas.

      »¡Quita de aquí!

      Es la cuarta vez que Mazinger se ha acercado a Chico B, ha husmeado su cuerpo y se ha vuelto gimiendo con el rabo entre las patas para pulular entre las piernas de los que miramos el cuerpo de Chico B, como si estuviésemos esperando a que se levante, se sacuda el polvo y diga algo así como «¡Qué atropello tan tonto!».

      –¡Por Dios! No le pegue al perrito.

      –Esto no es un perro, es un chucho.

      Mazinger es un cruce de varias razas y chihuahua, esta es la única que hemos conseguido reconocer hasta ahora. Cabría en una caja de zapatos de la talla treinta y ocho. Camina sobre tres patas. Tiene los ojos saltones, las orejas grandes y puntiagudas, la nariz chata y un colmillo que sobresale dándole un aspecto agresivo.

      La mosca ha vuelto a posarse sobre el ojo abierto de Chico B.

      –Es usted un bruto –dice otra señora con rulos en la cabeza.

      –Señoras, no me toquen los huevos, que es muy temprano.

      –Y un grosero.

      »Y ahora que saca el tema, ¿por qué cobra usted los huevos de dos yemas al doble?

      –Pues los cobro al doble por lo que acaba usted de decir: porque tienen dos yemas.

      –Sí, pero son más pequeñas. Además, ¿cómo sabe usted que tienen dos yemas?

      –Mujer, muy fácil, por el sonido: los agito cerca del oído y por el sonido sé si tienen una o dos yemas.

      –¡Santo Dios, los agita! ¿Y si tienen un pollito dentro?

      –Pero señora mía, ¿cómo va a tener un pollo dentro si no tengo gallo que las pise?

      –Pues vaya un método. ¿Y por qué no nos devuelve el dinero cuando algún huevo de dos yemas tiene solo una?

      –Hombre, señora, una equivocación la puede tener cualquiera.

      –Claro, pero siempre se equivoca en el mismo sentido.

      –Mi nieta estudia algo de eso de los animalitos y me ha dicho que los huevos son la menstruación de las gallinitas. ¡Virgencita! ¿Pueden creerlo?

      –¿Cómo va a ser eso? Le dice usted a su nieta de mi parte que es una guarrería y una gilipollez.

      Mazinger es un perro callejero, es la mascota del barrio, entre todos lo cuidamos lo mejor que sabemos, le damos de comer nuestras sobras, alimentos caducados, y a veces incluso entre pan y pan le metemos alguna mierda. Esto debe ser lo que más le gusta, porque cuando se lo damos no para de relamerse. Luego nos lame en señal de agradecimiento.

      Mazinger va de nuevo a oler el cuerpo de Chico B. La mosca sale de nuevo espantada y se posa sobre la nariz de Mazinger; bizquea, la mira e intenta darle una dentellada. La mosca vuela, Mazinger corre hacia nosotros, y el insecto se posa sobre la boca de Chico B.

      –Bueno, bueno, no se líen, escúcheme, la próxima vez que compre huevos de dos yemas y me salga una se lo voy a llevar para que me devuelva el dinero –dice la mujer de los rulos.

      –Señora, si compra huevos de dos yemas y le sale una, mala suerte, yo no pienso devolverle una mierda.

      –Lo justo es que si sale con una yema nos lo cobre de una.

      –¡Ay, bendito, bendito! Tiene razón la señora.

      –Aquí no estamos en un juzgado, así que déjense de si es justo o no es justo. Si les vendo un huevo de dos yemas y les sale una, pues lo siento mucho señoras mías, pero no pienso devolverles ni un duro. Si les parece, bien, y si no, los compran en otro lado.

      –Es usted un impertinente.

      –¡Ay, Jesús querido!

      La señora del vestido de flores vuelve su cabeza hacia el cuerpo de Chico B y comienza a llorar. De su boca salen dos palabras, las veo letra a letra: una pe, una o, una be, una erre, una e, una che, una i, una ce y otra o. Las letras se estampan contra el aire, avanzan, crecen, pierden intensidad, se desvanecen. La mujer cierra los ojos, aprieta los labios hasta perder su color rosáceo y mueve la cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Saca de un bolsillo un pañuelo negro y se lo lleva al lagrimal seco. Camino hacia ella y la miro a los ojos:

      –Puta. Hija de puta. Hija de la grandísima puta.

      Mazinger vuelve sobre el cuerpo. La mosca se espanta y se posa sobre el charco de sangre que se extiende bajo el cuerpo de Chico B. El insecto mueve sus patas delanteras, las frota, se prepara para un gran banquete.

      8

      Me preguntarías que a qué huelen, ¿a que sí, Chico B? No lo sé, no sé a qué huelen las bolas de alcanfor. Que por qué me gustan entonces, dirías. Porque es un olor intenso. Me recuerdan que solo existe hoy. En casa utilizo antipolillas. Huelen a lavanda. O eso dicen. A mí me huelen también a alcanfor. Me gusta el de la marca que tiene dibujado un hombre con un sombrero verde, unos ojos saltones y un abrigo verde con un agujero hecho por las polillas, o eso imagino yo. El monigote se parece a esos hombres que van vestidos solo con un abrigo y un sombrero, y que cuando se les cruza una mujer lo abren y gritan: «¡Sorpresa!». Que por qué quiero meterte un par de bolitas en los bolsillos, sería tu siguiente pregunta, ¿verdad? Porque ahora hueles bien, Chico B, estás recién duchado, pero dentro de un rato no olerás a domingo. Y supongo que no querrás que tu madre y tu padre te huelan así.

      9

      Los niños se tapan los oídos y los perros aúllan en distintos idiomas.

      La ambulancia llega. La ambulancia se detiene junto al cuerpo.

      Ya no se escuchan las sirenas. Chico A decía que las ambulancias utilizan las sirenas para ahuyentar a la muerte.

      Los niños liberan sus oídos y los perros vuelven al movimiento cansino y ahogado de sus lenguas.

      Las luces de la ambulancia siguen emitiendo destellos.

      Una mujer y un hombre bajan de la ambulancia. El hombre se arrodilla junto a Chico B.

      –Te lo he dicho: en cuanto me encienda un cigarro tendremos un aviso –dice.

      Se levanta y se dirige a la parte de atrás del vehículo donde espera la mujer.

      –Este no tiene pulso –dice el hombre.

      La mujer saca un desfibrilador. Es una palabra difícil, tanto como rombicosidodecaedro. El hombre saca una bolsa pequeña. Se arrodillan los dos junto a Chico B y lo vuelven. La parte izquierda de su cuerpo parece un trabajo de Picasso en su época de mayor esplendor.

      –Qué te parece, con una esvástica el muy pringao –dice la mujer.

      ¿Y


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