Amigo o marido. Kim Lawrence

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Amigo o marido - Kim Lawrence


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sin más. Ni tampoco pasar más de un año de tu vida criando al hijo de otra persona.

      –Había veces en que lo olvidaba –reconoció–. Olvidaba que no era mío, en realidad –le explicó Tess con nerviosismo–. Y sé que lo que hice debe de parecerte un poco surrealista, pero no lo planeé como una solución definitiva. Chloe no quería a Ben, quería deshacerse de él, darlo en adopción. Me pareció tan terrible, tan definitivo… Siempre se oyen historias de mujeres que han renunciado a sus bebés en momentos de dolor y que luego lo han lamentado. No quería que Chloe acabara así. Pensé que solo era cuestión de tiempo que deseara a su hijo y supongo que, a medida que transcurrían los meses, yo me he olvidado de que solo era un parche –con un gemido ahogado enterró el rostro entre las manos–. Tenía razón, ¿no? Se ha dado cuenta de que lo quiere. Solo que ha pasado tanto tiempo que…

      –¡Por Dios, Tess! –bramó Rafe, y dio un puñetazo a un inocente escritorio. Una docena de imágenes de Tess y el niño que no creía haber retenido surcaron su mente. Tess y Ben se querían. Fuera su madre o no, debían permanecer juntos–. ¡No puede arrebatártelo así como así!

      Los labios de Tess, casi sin vida en aquella faz pálida, temblaron. Lo miró con ojos trágicos.

      –Sí, Rafe, sí que puede.

      –No te hagas la mártir, Tess. No puedes creer que sea bueno para Ben vivir con Chloe –masculló con incredulidad–. Ya la conoces… se cansará de la novedad a los dos meses y ¿qué será del pobre Ben? Así que deja de llorar y piensa en cómo vas a impedírselo.

      La cruel insinuación de que se estaba comportando como una mema le dolió.

      –¿Y qué crees que he estado haciendo? Lo mires por donde lo mires, Chloe es su madre –le recordó en tono agudo–. Yo solo soy un familiar.

      –Eres la única madre que Ben ha conocido.

      Tess reprimió un sollozo y desvió el rostro ceniciento.

      –He sido tan egoísta al quedármelo… Debí animar a Chloe a que participara más activamente… –el horror de su voz se intensificó–. Ben no entenderá lo que pasa. Dios mío, ¿qué he hecho?

      Rafe se puso de rodillas junto a la mecedora y tomó la barbilla de Tess en la mano.

      –Tú lo querías –la reprochó con suavidad–. Hay una persona a la que no has mencionado –Tess lo miró sin comprender–. ¿Qué hay del padre?

      Tess enderezó la espalda en actitud defensiva.

      –¿Qué hay de él?

      –¿No tiene ninguna influencia? Imagino que Chloe sabrá quién…

      –Por supuesto que lo sabe.

      –¿Le ha dado apoyo económico?

      –El padre ya no está.

      –Podrías ponerte en contacto con él y preguntarle…

      –Está muerto –lo interrumpió Tess con aspereza–. Murió antes de que Ben naciera. Chloe va a casarse, por eso siente que ha llegado el momento de recuperar a Ben.

      –¿Quién es el afortunado?

      –Ian Osborne.

      Rafe arrugó la frente.

      –Me suena. ¿Ian Osborne el actor? –Rafe movió la cabeza.

      –Tiene su propia serie…

      Rafe asintió.

      –El culebrón de médicos y enfermeras. Supongo que ha sido una astuta maniobra de Chloe para promocionarse en su profesión, más que amor verdadero.

      –La verdad es que está colada por él –le dijo Tess con pesimismo. A juzgar por su conversación telefónica, Tess tenía la impresión de que Ian Osborne tenía mucho que ver en el cambio de opinión de Chloe–. No sé cómo puedes ser tan mal pensado, Rafe.

      –Es mejor que hacerse la víctima.

      –¡Yo no me estoy…!

      Rafe se alegró al ver la chispa de enojo en los ojos de Tess; el enfado era mucho mejor que la desesperación.

      –Da igual –la interrumpió–. Podrías convencer a ese tal Osborne de que no le conviene tener a un niño por medio.

      Tess lo miró fijamente. Solo Rafe podía concebir una idea como aquella y hacer que pareciera razonable.

      –No quiero conocer los maquiavélicos planes que urde tu mente retorcida. Necesito hacer lo que es mejor para Ben –replicó con firmeza, intentando parecer más valiente de lo que se sentía–, lo que debería haber estado haciendo desde un principio, preparar a Ben para que vaya a vivir con su madre.

      Si el desenlace era inevitable, tenía que dejar a un lado sus sentimientos y hacer que la transición fuera lo menos dolorosa posible. Y si Chloe y el tal Ian hacían desgraciado a Ben, les haría desear no haber nacido nunca.

      –No puedes preparar a un niño para perder a la única madre que ha conocido –Rafe tenía los ojos entornados cuando Tess desvió la mirada–. Lo que necesitamos es inspiración. Mientras tanto, ¿te apetece un café?

      –No quiero café.

      –Lo necesitas, estás borracha.

      Tess abrió la boca para negarlo cuando se le ocurrió pensar que Rafe podía tener razón. De no estar bebida, no habrían tenido aquella conversación, ni la camisa de Rafe estaría bañada en lágrimas.

      –No te muevas, yo lo prepararé.

      Tess, que no había tenido intención de ofrecerse, permaneció en la mecedora. De no sentirse tan exhausta, le habría preguntado a Rafe desde cuándo había hecho de su problema una cruzada. Ella ya conocía la razón, por supuesto, aunque él ni siquiera fuera consciente de ella. El paralelismo era tenue, pero entendía que estuviera tan indignado.

      Rafe había adorado a su madre, todavía la adoraba. Las razones por las que Natalie había huido y abandonado a sus dos hijos eran diversas y numerosas dependiendo de qué habitante de la aldea contara la historia… Todos tenían su propia teoría.

      Decir que la relación de Rafe con su madrastra había sido mala era como decir que él era moderadamente alto y moderadamente atractivo. Un niño de siete años no tenía las armas necesarias para impedir que una mujer astuta y manipuladora lo apartara de su padre. En la actualidad, a Rafe no le faltaban armas, ni tenía demasiados escrúpulos para no usarlas. En resumen, Rafe podía ser bastante despiadado. Quizá fuera eso lo que requería la situación… Tess desechó con firmeza la tentadora idea de dejar las manos libres a Rafe.

      Varios minutos después, Rafe regresó con dos tazas de café solo.

      –¿Quieres azúcar? No me acordaba…

      La figura menuda de la mecedora se movió en sueños, pero no se despertó.

      Capítulo 3

      CON UN GEMIDO, Tess volvió a dejarse caer sobre la almohada. Tenía la cabeza a punto de estallar.

      –Ese licor debería llevar una advertencia en la etiqueta –la reacción solidaria de Rafe a su visible incomodidad procedía de un punto no muy lejano a su izquierda.

      Si no hubiera sentido tan frágil la cabeza, Tess abría asentido con pesar.

      –Como lo vuelva a ver… –con una exclamación confusa abrió de golpe sus pesados párpados… De hecho, en su cabeza sonó como un sonoro y doloroso ¡paf!

      Unos ojos oscuros le sonreían. La confusión de Tess se intensificó y el ruido de su cabeza se hizo insoportable.

      –Estás en mi cama.

      Tess intentó dar la impresión de que tener a un hombre increíblemente atractivo en su cama no era ninguna novedad,


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