Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby

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Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby


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de todas las patatas fritas que me he comido durante el embarazo. No me he controlado en absoluto —suspiró su amiga—. Bueno, ahora que ya sabes que estoy deprimida y gorda, ¿vas a venir?

      —Lo siento, pero no puedo. El sargento me ha asignado el control de visitantes del hospital. ¡Apasionante! —contestó Cagney poniendo los ojos en blanco.

      —Ah, me había olvidado de que eso era hoy —contestó su amiga—. ¿Por qué tanto revuelo porque se vaya a construir un ala nueva? ¿Tienes información confidencial?

      —No y, aunque la tuviera, no te la daría —contestó Cagney haciéndole una señal con la cabeza al compañero que estaba dirigiendo el tráfico, que le estaba indicando que dejara pasar a una limusina negra.

      Mientras lo hacía, Cagney pensó que, evidentemente, era el misterioso invitado de honor. ¿Quién más se iba a pasear por Troublesome Gulch en una limusina negra? Cuando el vehículo pasó a su lado intentó vislumbrar por las ventanas tintadas de quién se trataba, pero no pudo ver nada. Por supuesto, el sombrero de ala ancha y las gafas de sol tampoco la ayudaron en absoluto.

      —Como te iba diciendo, aunque tuviera información privilegiada, no te la daría. Lo único que sé es que la nueva ala la va a financiar un benefactor sorpresa. Por lo visto, quieren que, gracias a esto, Troublesome Gulch comience a ser conocido.

      —Ya, lo de siempre. ¿Cuándo se van a dar cuenta de que este pueblo es conocido única y exclusivamente por lo que pasó la noche del baile de fin de curso? Perdón por el recordatorio desagradable, pero es que todo esto de que nuestro municipio se haga famoso me parece absurdo.

      —Estoy completamente de acuerdo contigo, pero ya conoces a Walt. Le encanta la publicidad —contestó Cagney refiriéndose al adjunto del alcalde.

      —Y no sé a qué viene tanto secreto —se lamentó Faith—. Vivimos en un pueblo pequeño y todos nos conocemos. Todos sabemos lo que hacen los demás. Es lo que suele pasar al vivir en un sitio pequeño.

      —Sí, pero, por lo visto, la persona que dona el dinero quería mantener el anonimato.

      —¿Por qué?

      —No lo sé. Ya sabes que la gente rica es un poco rara y, cuando uno dona un ala hospitalaria entera, puede pedir lo que quiera. Estamos hablando de millones.

      —¿De cuántos exactamente?

      —Ni idea, pero seguro que de más de lo que nos podamos imaginar —contestó Cagney observando cómo la limusina se perdía en el garaje subterráneo que había sido cerrado al público—. La verdad es que esto es lo más excitante que ha ocurrido en Troublesome Gulch desde hace un tiempo.

      —En eso tienes razón —suspiró su amiga—. Bueno, llámame en cuanto sepas algo interesante. Yo lo único que tengo que hacer hoy es lavar ropa y más ropa. No tenía ni idea de que un bebé pudiera ensuciar tanta.

      —Siento decirte que será peor cuando sea adolescente.

      —Cállate de una vez—protestó Faith—. La verdad es que no me importa. Siempre será mi preciosa niñita.

      Cagney sintió una punzada de envidia.

      —Ya sabes que te cambiaría el sitio sin pensarlo.

      —Muy bien, ya te llamaré a las tres de la madrugada para recordártelo —bromeó su amiga.

      —No he dicho nada —se despidió Cagney chasqueando la lengua—. Te tengo que dejar. Dale un beso a la pequeña de mi parte —añadió al escuchar por radio que el espectáculo estaba a punto de comenzar.

      Jonas Eberhardt escuchaba aburrido desde detrás de la cortina lo que el adjunto del alcalde estaba diciendo sobre él. Desde luego, el hombre no estaba escatimando palabras bonitas para presentarlo.

      Jonas sacudió la cabeza disgustado.

      Olvidándose del empalagoso discurso, intentó concentrarse en aquel momento con el que había estado soñando durante más de diez años. Había pensado en ello constantemente, pero se le estaba quedando corto.

      Había comenzado a orquestar su venganza casi desde el mismo momento en el que había abandonado la casa de Cagney Bishop con el corazón roto. Ese deseo de venganza había sido su motor.

      En innumerables ocasiones se había imaginado humillando a los habitantes de Troublesome Gulch por lo mal que se habían portado con él y con su madre.

      Sin embargo, las cosas no estaban saliendo como él había creído.

      De momento, todo el mundo se estaba comportando de maravilla con él. Parecía que eran sinceros. Claro que también podía ser porque ahora tenía dinero. En cualquier caso, debería sentirse feliz por la bienvenida que le habían dispensado.

      Pero lo cierto era que no era así.

      Con o sin dinero, no se sentía a gusto allí.

      Mientras se ajustaba las mangas de la chaqueta, por debajo de las cuales asomaban unos gemelos de platino y diamantes, Jonas percibió la zozobra interior que sentía en aquellos momentos. Aunque había soñado muchas veces con aquel momento, jamás se había parado a pensar en lo raro que se sentiría al estar de vuelta en aquel pueblo que odiaba.

      Era difícil de describir.

      Después de todo lo que había conseguido en el mundo de la informática, no había contado con sentirse como un intruso, como aquel chico avergonzado que había intentado con todas sus fuerzas mezclarse con los demás.

      Evidentemente, después de la cantidad de dinero que le había entregado al consejo del hospital, tendrían que darle la llave de la ciudad y ponerle su nombre a la calle principal. Aun así, algo en su interior sentía que no merecía todo aquello.

      No era cierto, pero aquel lugar hacía que la confianza que tenía en sí mismo se tambaleara.

      El traje a medida que llevaba le había costado más de lo que solía pagar su madre por un año entero de alquiler de la desvencijada caravana en la que había pasado sus años adolescentes. Entonces, ¿por qué seguía sintiéndose como aquel adolescente solitario al que nadie quería y que llevaba vaqueros de segunda mano porque no había dinero para más?

      «Ya basta», se dijo a sí mismo.

      Aquellos sentimientos amenazaban con dar al traste con todo. Jonas apretó las mandíbulas e intentó apartarlos de su mente. El hecho era que había triunfado en la vida a pesar de que no lo había tenido fácil y que no iba a permitir que nada ni nadie diera al traste con eso.

      Ni siquiera Troublesome Gulch.

      El pueblo de Cagney.

      Cagney.

      Jonas sintió una punzada de dolor seguida de un gran enfado, que le llevó a cerrar los ojos.

      Sí, para ser sincero consigo mismo, debía admitir que el problema era ella.

      Había amado a aquella chiquilla más que a nada en el mundo, se había abierto a ella como no había hecho antes en la vida y como no lo había vuelto a hacer, y ella se lo había pagado rompiéndole el corazón.

      Jonas estaba decidido a no volver a sentir aquel dolor jamás.

      Esperaba que Cagney siguiera viviendo allí. Aunque no fuera así se enteraría del espectáculo de todas manera. Cuando todo terminara, esperaba que sintiera un intenso dolor.

      Sabía que el canalla de su padre seguía al mando de la policía del pueblo y sabía que lo que iba a suceder lo iba a enfurecer, lo que le daba una gran satisfacción, pero su principal objetivo era Cagney.

      Aun así, sentía algo… algo que lo molestaba… ¿Remordimiento? ¿Duda? Fuera lo que fuese, Cagney se merecía lo que iba a suceder.

      Estar de vuelta en Troublesome Gulch hacía que volviera a sentirse como aquel adolescente al que aquella chica había traicionado la noche del baile de fin de curso. Aquella traición había matado su inocencia, le había roto el


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