En la noche de bodas. Miranda Lee

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En la noche de bodas - Miranda Lee


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eres desde el principio y lo descubre más tarde, se va a poner furiosa, y tu nombre se manchará. Lo que significa que nuestro nombre se manchará. No veo más solución que mantener la cita que he hecho para ti, que confieses tu identidad con tacto y diplomacia y que después le ofrezcas mis servicios. Por lo menos así, aunque decida no contratar a Five Star Weddings, no tratará de crearnos mala fama.

      Fiona reflexionó sobre lo que Owen había dicho. Puede que tuviera sentido con respecto al negocio. Además, aún tendría la satisfacción de ver la cara que pondría Kathryn Forsythe al enterarse de quién era ella en realidad.

      En cierto modo, demostrarle a esa mujer odiosa que la persona que había despreciado ya no era ignorante como el pecado ni vulgar como el estiércol sería mejor que engañarla. La primera esposa de Philip, a la que ridiculizaron y despreciaron, podía relacionarse en los mejores círculos de sociedad.

      Fiona había aprendido cómo vestirse, hablar y actuar para cualquier ocasión que se le presentase. Era propietaria de la mitad de un negocio floreciente, de un piso precioso con vistas a Lavender Bay, y de un armario lleno de ropa de diseño. Conocía los vinos y los manjares. Apreciaba el arte y la música. ¡Hasta sabía esquiar!

      Pero, lo mejor de todo, podía conseguir casi cualquier hombre que quisiera, cuando y durante el tiempo que quisiera.

      Fiona se preguntó con tristeza durante un instante qué ocurriría si se encontraba con Philip otra vez. ¿La reconocería? ¿Y si lo hiciera, qué pensaría de Fiona en comparación con Noni? ¿Desearía a Fiona igual que una vez deseó a Noni?

      Era una especulación intrigante.

      A pesar de que había superado hacía mucho tiempo su amor por Philip, aún sentía cierta curiosidad por él. ¿Qué aspecto tendría ahora? ¿Cómo sería la mujer con la que había decidido casarse?

      –Muy bien, Owen –admitió–. Iré y me descubriré ante la señora Forsythe. Pero, primero, dime: ¿por qué tiene Kathryn que organizar la boda de su hijo? ¿Es que la afortunada novia no tiene madre?

      –Parece que no.

      –Bueno, ¿y quién es esa criatura exquisita que va a formar parte de la familia Forsythe?

      –No tengo ni idea. No hemos llegado tan lejos.

      –¿Cuándo es la cita?

      –Mañana a las diez de la mañana.

      –¿Un sábado? ¡Sabes que nunca recibo a nadie los sábados! Por favor, Owen, mañana por la tarde tengo una boda.

      –Rebecca puede encargarse.

      –No –dijo Fiona–, no está preparada.

      –Sí lo está. La has enseñado muy bien, Fiona. Lo que pasa es que no te gusta delegar en nadie. Sabes que admiro tu dedicación y perfeccionismo, pero ha llegado el momento de darle a Rebecca más responsabilidad.

      –Puede –dijo Fiona–, pero esta vez no. La madre de la novia me espera a mí. No quiero decepcionarla en un día tan importante.

      –Quizá puedas hacer las dos cosas –sugirió Owen–, la cita y la boda.

      –Lo dudo, y menos si la señora Forsythe todavía vive en Kenthurst, y por tu mirada me temo que sí. Eso queda a una hora en coche desde mi casa y está muy lejos de Cronulla, donde se celebra la boda de mañana. Tendrás que llamarla para cambiar la cita al domingo, Owen. Hazla a las once. No voy a madrugar un domingo porque ella quiera.

      –Pero… pero…

      –Hazlo, Owen. Dile la verdad: que Fiona tiene que organizar una boda mañana y que no puede acudir a la cita. Lo más seguro es que admire mi… ¿cómo dijiste? ¿mi dedicación y perfeccionismo?

      –Eres una mujer dura –se quejó Owen.

      –No seas tonto. Soy más suave que la mantequilla.

      –Sí, recién sacada del congelador.

      –Confía en mí, Owen, sé lo que hago. Los Forsythe respetan más a la gente que no es servil. Sé educado pero firme. Te aseguro que funcionará como un embrujo.

      Y para sorpresa de Owen, así ocurrió.

      –Ella estuvo muy complaciente –informó diez minutos más tarde–. Quiere que vayas el domingo a la hora de comer. Por suerte, su hijo y la novia no estarán allí. Da gracias porque el novio no viva en casa.

      Fiona ya sabía que Philip no vivía en casa. Se había enterado por la guía telefónica. No hay muchos P.Z. Forsythe en este mundo, y en Sydney sólo uno. Quince meses después de que ellos se separaran, más o menos cuando él terminó la carrera de derecho, aparecía con una dirección de Paddington, a un paso de la ciudad.

      Al año siguiente se mudó mas lejos, a Bondi. Y después, a Balmoral Beach, que aunque estaba al lado norte del puente, no quedaba lejos de la ciudad.

      Cuando él vivía en Paddington, Fiona solía llamarlo sólo para escuchar su voz y, en cuanto contestaba, ella colgaba. Poco después de que se trasladara a Bondi, Fiona lo llamó un sábado por la noche y preguntó por alguien llamado Nigel, para así alargar un poco la conversación. Se llevó el susto de su vida cuando Philip avisó a un tal Nigel.

      –Ahora mismo se pone, cariño –dijo Philip y dejó descolgado el auricular. Se oía el ruido de una fiesta. Risas. Música. Alborozo.

      Ella colgó en seguida y prometió no volver a llamar.

      Y no lo hizo. Pero nunca se quitó la costumbre de comprobar la dirección de Philip cada vez que recibía una guía de teléfonos nueva. Así se enteró de que se había mudado a Balmoral.

      Fiona emergió de sus pensamientos. Su socio la miraba. Ella le sonrió.

      –Deja de preocuparte, Owen.

      –Quiero saber cómo te las vas a arreglar para decirle a la señora Forsythe quién eres en realidad.

      Con guantes de cabritilla, te lo aseguro. Puedo ser muy diplomática, ya sabes. Incluso puedo ser dulce y encantadora cuando me lo propongo. ¿No tengo siempre a la madre de la novia comiendo de mi mano?

      –Sí, pero la señora Forsythe no es la madre de la novia. Es la madre del novio, ¡y tú eres su primera esposa!

      Capítulo 2

      FIONA se detuvo en el arcén y miró el callejero para comprobar que conocía el camino a Kenthurst. Sólo había ido allí dos veces, después de todo, hacía diez años.

      Kenthurst era una zona semi rural y cada vez más exclusiva que estaba en las afueras al norte de Sydney, tenía un paisaje pintoresco con montones de árboles, colinas ondulantes y aire fresco. El lugar perfecto para los terrenos aislados que posee la gente privilegiada a quien le gusta la calma y la intimidad.

      Hubo un tiempo en el que los hombres de negocios de Sydney se construían casas de verano en las Blue Mountains o en la región montañosa del Sur para huir del calor y del ritmo acelerado de la ciudad. Después se inclinaron más por los palacios con aire acondicionado en terrenos de cinco a veinticinco acres, en Kenthurst o Dural y por vivir allí casi todo el año.

      El padre de Philip había hecho eso. También poseían un apartamento en Double Bay donde se quedaba cuando trabajaba hasta tarde en la ciudad o cuando llevaba a su esposa a la ópera o al teatro. Era un sitio enorme, que ocupaba toda la planta de un edificio de tres pisos, estaba amueblado con antigüedades, y tenía una cama con dosel y cuatro columnas en el dormitorio principal que perteneció a una condesa francesa. Fiona lo sabía porque había dormido en ella.

      Bueno… no durmió exactamente.

      Se preguntaba si Philip habría dormido con su futura esposa en la misma cama, si le habría hecho sentir lo mismo que había sentido ella.

      «No empieces a ponerte amargada y retorcida», se aleccionó. «Es perder el tiempo, cariño.


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