Amigos del alma. Teresa Southwick
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 1999 Teresa Ann Southwick
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amigos del alma, n.º 1068 - agosto 2020
Título original: A Vow, a Ring, a Baby Swing
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos
de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-647-5
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
NINGÚN hombre tenía derecho a estar tan atractivo con unos vaqueros azules desgastados y una chaqueta de cuero marrón que había conocido mejores días.
Y ninguna mujer a punto de casarse debía reparar en ello, se dijo Rosie Marchetti. Sobre todo, cuando ya estaba esperando a su novio en el altar.
¿Qué hacía Steve Schafer allí?
El corazón le dio un vuelco de la impresión. ¿Y por qué la afectaba tanto verlo?, ¿por qué permitía que ese hombre ejerciera tanta influencia sobre ella?
Lo observó mirar en derredor y las manos empezaron a temblarle cuando él se dirigió a la capilla de la iglesia. No lo habría visto de haberse tratado de un hombre normal, pero Steve Schafer rozaba el metro noventa y pesaba ochenta y siete kilos. Era rubio, tenía ojos azul oscuro y un mentón firme que podría haber sido cincelado por un escultor.
Algo en él atraía a las mujeres, las cuales se veían obligadas a coquetear para llamar su atención. Y ella no era una excepción, porque no había logrado, desde que lo conocía, encontrar el antídoto al encanto que exhalaba…
En cualquier caso, ¿qué estaba haciendo el mejor amigo de su hermano en su boda secreta?
Y entonces lo supo. Había supuesto que algo ocurriría; si no un milagro ni un terremoto, sí al menos algún tipo de entrometimiento por parte de su familia. Se llevó una mano al vientre y procuró no impacientarse aún más por el retraso de su novio.
Hasta la noche anterior no había telefoneado a Los Ángeles para informar de que iba a casarse con Wayne. Su madre le había pedido que pospusiese la ceremonia, para que ellos pudieran ofrecerle una boda por la iglesia por todo lo alto; pero Rosie le había explicado que Wayne y ella estaban locamente enamorados y que no podían esperar. No era fácil engañar a Florence Evelyn Marchetti, pero, tras colgar el teléfono, Rosie había pensado que su madre la había creído… en cuyo caso, la presencia allí de Steve sólo podía deberse a que había sucedido algo malo que no tuviera nada que ver con la boda.
–¿Mi madre está bien? –le preguntó en cuanto Steve entró en el vestíbulo de la capilla–. No habrá tenido otro ataque al corazón, ¿verdad?
–Está perfectamente, Ro –la serenó él, después de quitarse las gafas de sol.
–¡Gracias a Dios! –exclamó aliviada.
Nunca se habría perdonado que el anuncio repentino de su boda le hubiese provocado una recaída. El ataque que Florence Marchetti había sufrido hacía tres meses había traumatizado a toda la familia. Por suerte, el médico les había dicho que el corazón no había sufrido apenas y que se recuperaría sin problemas. Había sido una bendición disfrazada, un aviso de la necesidad de que iniciase una nueva y más saludable vida.
–Mamá te ha enviado para convencerme de que no me case –dijo entonces Rosie, mirándolo con desconfianza.
Steve no lo negó. Se limitó a mirar la capilla, decorada con flores de plástico metidas en jarrones de plástico junto a sillas de plástico. Rosie intuyó lo que estaba pensando Steve. A ella tampoco la entusiasmaba la decoración.
–Éste no es tu estilo –afirmó Steve con dureza y una veta de reproche en su mirada.
¿Y él qué sabía cuál era su estilo? ¡Si nunca le había prestado la menor atención! Y, ¡maldita fuera!, ¿por qué la seguía molestando tanto su indiferencia? Prefirió no pensar al respecto. En realidad, estaba enfadada por su mera presencia indeseada.
Puede que sus padres tuviesen derecho a no estar de acuerdo con su decisión, pero no lo tenían a interferir o a mandar a un intermediario de su parte.
Sabía que Wayne