Amigos del alma. Teresa Southwick

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Amigos del alma - Teresa Southwick


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estoy segura de nada, salvo de una cosa.

      –¿De qué?

      –De que quiero tener al bebé –afirmó Rosie. Steve asintió con la cabeza–. Voy a tenerlo –reforzó.

      –Muy bien.

      –Cuando mi madre sufrió el infarto, pensó que iba a morirse. Me dijo que le daba mucha lástima no conocer a sus nietos.

      –No creo que lo dijera para que tú…

      –Ya lo sé –se anticipó Rosie–. Yo no he planeado esto, Steve. Ha sido un accidente. Las cosas suceden… La vida se desordena y no te queda más remedio que luchar por reencontrar el equilibrio.

      –¿Y piensas que el bebé te ayudará a estabilizarte?

      –Voy a tenerlo –repitió Rosie.

      –¿Cuándo darás a luz?

      –Dentro de seis meses –respondió.

      –Y ahora estás con las náuseas matutinas, ¿no?

      –Los Marchetti nunca hacemos las cosas a medias –contestó Rosie, encogiéndose de hombros.

      Steve asintió con aire ausente. Seguía sentado sobre el bidé y miraba con intensidad su vientre, buscando pruebas de la existencia del bebé. Ella misma estaba deseando notar sus primeros movimientos, la experiencia de recibir una patadita…

      Por otra parte, tenía la esperanza de que nadie advirtiera su embarazo durante cierto tiempo… Si se hubiera casado con Wayne, le habría dado igual, pues ella habría tenido un marido y un padre para el bebé.

      Después de sus padres, sería su hermano Nick quien peor encajaría la noticia. Él siempre la había protegido mucho. Como Steve. La mirada de él ascendió hacia sus pechos, hacia los labios, donde se detuvo un momento antes de fijarse en sus ojos.

      –Seis meses no es mucho tiempo –comentó Steve por fin, tras suspirar y ponerse de pie. Se mesó el pelo y consultó la hora–. Cuanto antes lo sepa tu madre, mejor. ¿Tienes la maleta hecha? El avión sale dentro de…

      –Ve tú, yo me quedo –le interrumpió Rosie, mientras Steve salía ya del baño.

      La miró con dureza mientras procuraba controlar su frustración. Quería dejarla junto a su madre y poder disfrutar de la tranquilidad del refugio en la montaña que los Marchetti le habían ofrecido. Quería olvidar su participación en ese lío.

      Maldijo a Wayne por enésima vez. Si no hubiera sido tan rastrero, no habría aceptado el soborno y todo habría salido bien. Pero el muy codicioso no lo había dudado. Deseó estar cara a cara con Wayne durante cinco minutos para ajustarle las cuentas… Lo que tenía que hacer era aprovechar uno de los billetes de avión y largarse. Pero no podía. No en esas circunstancias.

      El embarazo lo cambiaba todo.

      La situación le había parecido muy sencilla al principio: bastaba con disuadir a Wayne de que se casara con Rosie.

      Pero nadie contaba con el bebé. En cualquier caso, aunque ahora estuviese enfadada con su familia, Rosie la necesitaba. Tenía que convencerla, como fuera, de que regresase junto a su madre. Sin embargo, a juzgar por la expresión testaruda de su cara, no iba a ser tarea sencilla.

      –¿Y qué pasará con tu librería si no vuelves a casa? Ahora vas a necesitar el dinero más que nunca.

      –Ya lo sé. No voy a abandonar la librería –replicó Rosie–. Había previsto tomarme dos semanas para el viaje de novios. Jackie se ocupará de todo hasta entonces.

      –¿Qué vas a hacer?

      –Estar a solas para aclararme las ideas.

      –Tu madre podría ayudarte.

      –Si estuviera con mi madre, no estaría sola –repuso Rosie–. Además, no necesito ayuda. Soy una mujer adulta.

      No hacía falta que lo jurara. Steve había tratado de no fijarse en ella en muchas ocasiones, pero las curvas de su cuerpo y su increíble feminidad se lo impedían.

      –Todos necesitamos ayuda de vez en cuando –argumentó él.

      –¿Incluso tú? –lo desafió.

      –Incluyo yo –contestó sin vacilar, aunque lo cierto era que él nunca necesitaba nada de nadie. Y, en todo caso, la única persona a la que acudiría sería Nick Marchetti.

      Nada valoraba más que la amistad de Nick, el cual había estado a su lado cuando él no tenía un centavo. No se podía poner precio a un amigo así. Lo conocía bien… y sabía que se iba a tomar fatal el embarazo de su hermana.

      Se arrepintió de no haberle revelado a Rosie la información que había descubierto sobre Wayne nada más investigarlo, al principio de aquella relación. Había supuesto que Rosie acabaría cansándose de él con el tiempo; hasta Nick le había dicho que ella no lo aguantaría mucho…

      Pero al menos no se arrepentía de haberlo sobornado. Estaba seguro de que había hecho lo correcto… lo que no cambiaba el hecho de que Rosie estaba embarazada y sin marido. Y, en parte, se sentía culpable de dicha situación.

      –Rosie, tienes que contárselo a tu madre –insistió Steve de nuevo.

      –No pienso hacerlo –se negó con testarudez.

      –Más tarde o más temprano tendrá que enterarse. Y tu padre también.

      –Pues será más tarde –sentenció Rosie.

      –Sé razonable.

      –Muy bien, ¿qué te parece esto? Me voy a ir de luna de miel. Cuando vuelva a casa, les diré que Wayne está en un viaje de negocios… del que nunca volverá.

      –Tu madre sabe que lo he sobornado.

      –Cierto –Rosie comenzó a pasear en círculo–. Podrías apoyarme cuando le dijera que no aceptó el dinero.

      –Tu madre se preguntaría por qué había sido cobrado el cheque.

      –Sí… –se puso un dedo sobre los labios y siguió paseando, sumida en sus pensamientos.

      –Vamos, Rosie. ¿Nunca te han dicho que la sinceridad es la mejor estrategia?

      –Quienquiera que dijese eso seguro que no tenía que enfrentarse a Florence y Tom Marchetti para decirles que estaba embarazada y sin marido.

      –No será tan horrible. Confía en ellos.

      –Tú no sabes cómo se van a poner.

      –No, supongo que no lo sé –aceptó. Él no sabía lo que era hacer frente a unos padres, no–. Yo sólo tenía que rendir cuentas al director de mi orfanato.

      –Perdona, Steve, yo no quería… –se disculpó Rosie–. Lo siento, de verdad.

      –No pasa nada –se encogió de hombros.

      –Es que voy a tener que mirarlos a los ojos y ver sus caras. No soportaré que me lancen La Mirada.

      –Ellos te quieren.

      –Ya lo sé. Eso lo empeora todo. La Mirada sólo funciona cuando viene de la gente a la que se quiere.

      –No puede ser tan espantoso.

      –Preferiría pasarme un mes a pan y agua. La Mirada es el peor castigo.

      –Bueno, ¿pero de qué mirada hablas?

      –La de la decepción –Rosie suspiró–. Los voy a decepcionar, Steve. No podría haber hecho algo peor. Sus amigos, cuyos hijos e hijas les han dado nietos legítimos, sabrán que Rosie Marchetti la ha fastidiado. Mis padres se culparán, tratarán de descubrir en qué se equivocaron conmigo. Dirán que deberían haber sido más estrictos.

      –Estás sacando las cosas de quicio.

      –No, eso es lo que veré


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