Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин

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Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин


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a una edad relativamente temprana a proporcionar placer a una mujer y a recibirlo durante el acto amoroso.

      Pero aquella noche temía no ser capaz de derribar la resistencia de Karen y que ella estuviera dispuesta a recibir sin tabúes lo que él le ofrecía. Ash tenía miedo de que sólo viera el acto como un medio para conseguir un fin, que no fuera capaz de verlo de otro modo que no fuera como un semental haciendo un servicio. Y él deseaba que lo viera como un hombre, no como un príncipe. Un hombre que quería tenerla toda entera, incluidos su confianza y su respeto.

      Aquello era muy importante para él, y era algo que no deseaba desde hacía muchos años. Quince años para ser exactos. Pero aquella noche no pensaría en ello. Volcaría toda su energía en las necesidades de Karen.

      –¿Ash?

      El jeque se dio la vuelta y se encontró con su esposa vestida con un camisón de encaje del color de la rosa del desierto que dejaba entrever las curvas de su cuerpo. Llevaba el cabello castaño suelto, enmarcándole el óvalo de la cara en suaves ondas.

      La visión de Karen de espaldas a la luz del fuego y la certeza de que era suya, al menos por aquella noche, provocó que Ash se pusiera duro como el acero bajo la bata que se había puesto. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron con el deseo de poseerla allí mismo.

      Pero cuando vio la incertidumbre reflejada en los ojos de su esposa recordó que tenía que tranquilizarse, mantener el control y tratar de persuadirla suavemente, olvidando lo desesperado que estaba su cuerpo por vaciarse.

      –Ven aquí –dijo estirando el brazo hacia ella.

      Karen avanzó lentamente en su dirección y tomó la mano que le ofrecía. Cuando la condujo hasta el sofá y la sentó a su lado, ella frunció el ceño.

      –¿Qué tiene de malo el dormitorio?

      –Más tarde –aseguro Ash sirviéndole una copa de champán–. Tal vez deberíamos hablar un poco antes.

      Cuando le ofreció la copa se dio cuenta de que a ella le temblaban ligeramente las manos. Él también experimentó un estremecimiento, pero no tenía nada que ver con los nervios. El suave pico de sus pezones se marcaba bajo la tela de encaje que cubría sus senos redondos. Ash se esforzó para ganar la batalla del control.

      –¿De qué quieres hablar? –preguntó Karen mirando fijamente su copa de champán y recorriendo el vidrio suavemente con un dedo.

      «De lo que voy a hacerte esta noche», pensó.

      –Del día que has pasado –dijo moviéndose casi imperceptiblemente para guardar la distancia entre ellos y mantener atado su deseo–. Pareces cansada.

      –Lo estoy –confesó Karen bebiendo un sorbo de champán–. Ha sido un día muy largo.

      –Túmbate –dijo entonces el jeque sujetándole la copa.

      –Ash…

      –Sólo quiero ayudarte a que te relajes.

      Los ojos de Karen, que parecían de oro bajo el reflejo del fuego, mostraban desconfianza cuando colocó la cabeza sobre el brazo del sofá y se cubrió los pechos con las manos. Ash le colocó las piernas encima de su regazo con cuidado de no acercarlas demasiado a su erección. El más mínimo contacto en aquella zona podría hacerle olvidar su voto de paciencia.

      Comenzó entonces a masajearle los pies, aquellos pies tan finos con las uñas pintadas del mismo color rojo que el camisón. Trabajó el interior, los talones y aquellos pulgares delicados que encontraba tan intrigantes. Cuando comenzó a subir por las pantorrillas Karen se puso tensa. Y cuando le deslizó las yemas de los dedos en la cara interna de los muslos abrió los ojos de par en par.

      –¿Estás más relajada? –preguntó Ash sin dejar de acariciarle las piernas con movimientos certeros.

      –No exactamente.

      –Dime qué puedo hacer para ayudarte.

      –No lo estás haciendo mal –respondió Karen exhalando un medio suspiro cuando él subió los dedos unos milímetros.

      ¿Que no lo estaba haciendo mal? Aquello no iba para nada con Ash. Se bajó del sofá con gesto decidido y se puso de rodillas delante de ella. Tenía los labios dibujados de un rojo profundo parecido al de las uñas. Muy tentador, pero Ash no estaba todavía preparado para besarla. Al menos no allí.

      –¿Qué hacemos ahora? –preguntó ella con incomodidad.

      –Tienes que recordar dónde estás y disfrutar.

      Ash le bajó uno de los tirantes y depositó suavemente los labios sobre el hombro desnudo. Luego procedió a hacer lo mismo con el otro tirante. Podía sentir el corazón de Karen latiendo con fuerza en el punto en que su pecho se encontraba con sus senos y supo que en cierto modo estaba triunfando con su seducción.

      –Eres muy hermosa –susurró masajeándole suavemente los hombros desnudos–. ¿Estás más relajada?

      –Me voy acercando –respondió Karen reprimiendo un gemido–. Lo estás haciendo muy bien.

      Al menos sus esfuerzos habían pasado de no estar haciéndolo mal a hacerlo muy bien. Ash esperaba llegar a hacerlo maravillosamente pronto. Estaba deseando darle a Karen la satisfacción que se merecía, demostrarle que sus necesidades eran para él más importantes que las suyas propias. Pero todavía no. No hasta que supiera que ella estuviera completamente lista para él.

      –¿Por qué te paras? –preguntó Karen desconcertada cuando Ash se fue al otro extremo del sofá.

      –Necesitas descansar –aseguró él atrayéndola hacia sí y colocándole la cabeza sobre su hombro–. Cierra los ojos.

      –Pero ¿y el bebé?

      Tal y como sospechaba, concebir un hijo seguía siendo su prioridad. Y Ash pretendía desviar su atención de la concepción hacia el proceso de conseguir ese objetivo.

      –Tenemos toda la noche. Ahora necesitas relajarte. Prefiero que estés bien despierta y cargada de energía antes de que vayamos más lejos.

      –Bueno, si insistes… –accedió Karen reposando la cabeza sobre su hombro–. Pero no voy a dormirme.

      Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que la respiración calmada de Karen se escuchara en medio del silencio de la sala y Ash se diera cuenta de que estaba dormida. Había querido que se relajara, quizá no hasta ese punto, pero, como él mismo había dicho, la noche era muy larga.

      Si por él fuera pasarían juntos todas las noches de su vida. Pero a menos de que pudiera convencer a Karen de que lo dejara tocarla después de concebir, que le permitiera quedarse con ella después de que naciera su hijo, aquellos serían los únicos momentos que tendrían para estar juntos. Y la intención de Ash era sacarles el mayor partido posible.

      El tiempo estaba de su parte. Por el momento.

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