Obras Completas de Platón. Plato
Читать онлайн книгу.no están hechos también para los pies?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Tenemos cuidado de nuestros pies cuando lo tenemos de nuestros zapatos?
ALCIBÍADES. —Aún no te entiendo, Sócrates.
SÓCRATES. —Pero qué, ¿no has dicho, Alcibíades, que se toma cuidado por las cosas?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Y hacer una cosa mejor no es tomar cuidado por ella?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Cuál es el arte que hace los zapatos mejores?
ALCIBÍADES. —El arte del zapatero.
SÓCRATES. —¿Por medio del arte del zapatero es como tenemos cuidado de nuestros zapatos?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Es por el arte del zapatero por el que nosotros tenemos cuidado de nuestros pies, o es por el arte que hace nuestros pies mejores?
ALCIBÍADES. —Es por este último arte sin duda.
SÓCRATES. —¿No hacemos nuestros pies mejores por el mismo arte que hace todo nuestro cuerpo mejor?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Y este arte no es la gimnástica?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Por medio de la gimnástica tenemos cuidado de nuestros pies, y por el arte del zapatero tenemos cuidado de las cosas destinadas a nuestros pies?
ALCIBÍADES. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Por medio de la gimnástica tenemos cuidado de nuestras manos, y por el arte del joyero tenemos cuidado de las cosas destinadas a nuestras manos?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Por medio de la gimnástica tenemos cuidado de nuestro cuerpo, y por el arte del tejedor y todas las demás artes tenemos cuidado de las cosas destinadas a nuestros cuerpos?
ALCIBÍADES. —Es indudable.
SÓCRATES. —Y por consiguiente, ¿el arte por el que tenemos cuidado de nosotros no es el mismo que aquel por el que tenemos cuidado de las cosas que son para nosotros?
ALCIBÍADES. —Así lo creo.
SÓCRATES. —Se sigue de aquí, que cuando tienes cuidado de las cosas que son tuyas, no tienes cuidado de ti mismo.
ALCIBÍADES. —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Porque ¿no es el mismo arte por el que un hombre tiene cuidado de sí mismo y lo tiene de las cosas destinadas para sí mismo?
ALCIBÍADES. —Lo confieso.
SÓCRATES. —¿Cuál, pues, es el arte, por el que tenemos cuidado de nosotros mismos?
ALCIBÍADES. —No puedo decírtelo.
SÓCRATES. —Estamos convenidos ya en que no es ninguno por el que podemos mejorar las cosas que son nuestras, sino que es aquel por el que podemos hacernos nosotros mismos mejores.
ALCIBÍADES. —Eso es cierto.
SÓCRATES. —¿Pero podemos conocer el arte de hacer zapatos, si no sabemos antes lo que es un zapato?
ALCIBÍADES. —No.
SÓCRATES. —¿Y el arte de engastar sortijas, si no sabemos antes lo que es una sortija?
ALCIBÍADES. —Es claro.
SÓCRATES. —¿Qué medio tenemos de conocer el arte que nos hace mejores a nosotros mismos, si no sabemos antes lo que somos nosotros mismos?
ALCIBÍADES. —Es absolutamente imposible.
SÓCRATES. —¿Pero es una cosa fácil conocerse a sí mismo, y fue un ignorante el que inscribió este precepto a las puertas del templo de Apolo en Delfos? ¿O es una cosa muy difícil que no es dado a todos los hombres conseguir?
ALCIBÍADES. —Para mí, Sócrates, he creído con la mayor evidencia, que es dado a todos los hombres conseguirlo; pero también que ofrece gran dificultad.
SÓCRATES. —Pero, Alcibíades, sea fácil o no, es cosa infalible que si una vez llegamos a conocerlo, sabremos bien pronto y sin dificultad el cuidado que debemos tener de nosotros mismos; mientras que si lo ignoramos, jamás llegaremos a conocer la naturaleza de este cuidado.
ALCIBÍADES. —Eso es indudable.
SÓCRATES. —¡Animo, pues! ¿Por qué medio encontraremos la esencia de las cosas, hablando en general? Siguiendo este rumbo encontraremos bien pronto lo que somos nosotros, y si ignoramos esta esencia nos ignoraremos siempre a nosotros mismos.
ALCIBÍADES. —Dices verdad.
SÓCRATES. —Sígueme, y te conjuro a ello por Zeus. ¿Con quién conversas en este momento? ¿Es con otro más que conmigo?
ALCIBÍADES. —No, es contigo.
SÓCRATES. —¿Y yo contigo?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Es Sócrates el que habla?
ALCIBÍADES. —Sí.
SÓCRATES. —¿Es Alcibíades el que escucha?
ALCIBÍADES. —Así es.
SÓCRATES. —Y para hablar Sócrates, ¿no se vale de la palabra?
ALCIBÍADES. —¿Qué quieres decir con eso?
SÓCRATES. —Servirse de la palabra y hablar, ¿no son la misma cosa?
ALCIBÍADES. —Sin dificultad.
SÓCRATES. —El que se sirve de una cosa y la cosa de que se sirve, ¿no son diferentes?
ALCIBÍADES. —No te entiendo.
SÓCRATES. —Un zapatero, por ejemplo, ¿se sirve del trinchete, de las hormas y otros instrumentos?
ALCIBÍADES. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Y el que corta con su trinchete es diferente del trinchete con que corta?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Por consiguiente, el hombre que toca la lira no es la misma cosa que la lira con que toca?
ALCIBÍADES. —Es seguro.
SÓCRATES. —Esto es lo que te preguntaba antes: si el que se sirve de una cosa te parece diferente siempre de la cosa de que él se sirve.
ALCIBÍADES. —Sí, muy diferente.
SÓCRATES. —Pero el zapatero no corta solo con sus instrumentos, corta también con sus manos.
ALCIBÍADES. —También con sus manos.
SÓCRATES. —¿Se sirve de sus manos?
ALCIBÍADES. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Se sirve igualmente de sus ojos al cortar?
ALCIBÍADES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —¿Estamos de acuerdo en que el que se sirve de una cosa es siempre diferente de la cosa de que se sirve?
ALCIBÍADES. —Estamos de acuerdo.
SÓCRATES. —Por consiguiente, ¿el zapatero y el tocador de lira son otra cosa que las manos y los ojos de que ambos se sirven?
ALCIBÍADES. —Es claro.
SÓCRATES. —El hombre se sirve de su cuerpo.
ALCIBÍADES. —¿Quién lo duda?
SÓCRATES. —¿Y lo que se sirve de una cosa es diferente que la cosa de que se