Activos de aprendizaje. Fernando Trujillo Sáez

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Activos de aprendizaje - Fernando Trujillo Sáez


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      Centros Finlandia: casos andaluces para la búsqueda de nuevos modelos educativos

      Los activos de aprendizaje están presentes dentro y fuera de la escuela, sin lugar a dudas, pero la escuela es un espacio con una alta concentración de competencias y recursos dedicados al aprendizaje. Por esta razón, analizar de qué manera los centros educativos movilizan sus activos para realizar la mejor oferta educativa posible es el primer paso para la mejora.

      Muchos responsables educativos, investigadores y docentes han realizado a lo largo de los últimos años visitas de estudio a Finlandia en busca del grial educativo. Sin embargo, lo más sencillo, útil y beneficioso para el sistema no es importar soluciones educativas de otros países; la educación siempre está social y culturalmente situada y, con frecuencia, la importación de soluciones genera frustración y nuevas situaciones problemáticas. Lo más razonable es mirar de nuevo a nuestros centros para detectar nuestros centros Finlandia, o para ayudar a los centros en su camino hacia la mejora.

      La pregunta, por tanto, es doble. Por un lado, ¿cuáles son las claves que hacen de estos centros educativos unos auténticos centros Finlandia? Por otro lado, también persiste la pregunta más compleja y dolorosa: ¿por qué como país no acabamos de ser Finlandia, entendida como metáfora de un país donde la educación es una prioridad y donde parece que han encontrado la manera de que el sistema educativo dé una respuesta efectiva a los retos de la sociedad?

      Os contaré una historia. El personaje central se llamará María.

      María siempre quiso ser maestra. Ya de pequeña le gustaba explicar a sus hermanos menores cómo resolver los ejercicios del cole y les daba buenos consejos para enfocar el trabajo diario o los exámenes, especialmente en Secundaria, cuando la cosa se empieza a poner intensa.

      Sus padres se alegraron de que estudiara Magisterio, aunque a veces comentaran que tan buena cabeza merecía unos estudios con “mejores salidas”. Sin embargo, en los padres aún resonaban los ecos de aquellos maestros y maestras de su infancia y animaron a su hija para que disfrutara de sus estudios y se preparara bien para la vida y el trabajo, a pesar de que ella se quejaba de que en la universidad, más que prepararla para la escuela, lo que hacía era asistir a una exhibición de profes de universidad liados con sus artículos, sus tesis, sus congresos y sus problemas de gestión universitaria.

      A pesar de todo, tras cuatro años de estudios, María obtuvo su grado y comenzó a preparar las oposiciones, un trabajo más parecido a la preparación para un concurso televisivo de preguntas y respuestas (todo consiste en seguir memorizando) que a demostrar lo que cada uno es capaz de hacer en la clase y fuera de ella con sus estudiantes. Aun así, María fue disciplinada, hizo lo que se esperaba que hiciera y su recompensa fue obtener una buena calificación y… una interinidad en un centro rural andaluz.

      Así pues, María comenzó su carrera, como todos, como interina en un pequeño pueblo de nombre literario: Niebla. Y esa fue su suerte, arrancar su vida laboral en un centro donde han hecho de la innovación un modo normal de funcionamiento. Eso sí, la madre de María tardó un trimestre en aprenderse el nombre del colegio de su hija:

      – “¿El Bala…qué?, ¿Ualasón? ¿Guabalón?”, decía su madre.

      – “No, mamá. El Colegio San Walabonso”, le explicaba su hija.

      El CEIP San Walabonso es un colegio pequeño en Niebla, un pueblo pequeño de la provincia de Huelva, pero no puedes dejarte engañar por las apariencias. El pueblo tiene un castillo hermoso y un río de color tinto que merece la pena que vayas a ver. Lo mismo ocurre con el colegio: merece la pena que vayas a verlo.

      ¿Por qué? Entre otras cosas, porque el CEIP San Walabonso se ha convertido, a partir de un importante atrevimiento intelectual y pedagógico centrado en el servicio a sus niños y niñas, en un centro visionario: fueron TIC cuando aún no lo era nadie y han hecho proyectos cuando no los hacía nadie. En este centro el aprendizaje-servicio, el emprendimiento, las familias lectoras y muchas otras actuaciones han ocurrido con normalidad cuando aún en muchos centros siguen siendo la excepción.

      Comenzar tu carrera en un centro así solo te garantiza una cosa: no serás nunca una maestra típica. Una vez que has visto que las familias acuden a votar en masa en las elecciones al Consejo Escolar, que los resultados en las pruebas de diagnóstico son inmejorables, que la convivencia es una realidad y no un conjuro contra la violencia y que aprender es un verbo natural cuando se dan todas las condiciones para hacerlo posible, entonces ya sabes que enseñar como se enseña en el CEIP San Walabonso es una garantía de éxito y que tú estás marcada para siempre por la marca de las maestras excepcionales, y no de las maestras típicas.

      Sin embargo, todo lo bueno se acaba y llegó el momento de partir. ¿Cuál fue el siguiente destino de nuestra amiga María una vez que se había asentado en Huelva? Pues lo normal: Almería.

      Cuando María abrió las puertas del CEIP Clara Campoamor vio, sobre todo, muchas maestras: de todas las edades, de todas las alturas, con todos los colores de pelo posibles. Muchas maestras, todas diferentes, pero con algo en común: su sonrisa.

      Se puede decir que María aprendió a enseñar en equipo en el Wala, pero aprendió a ser maestra, así, acabado en “-a”, en el CEIP Clara Campoamor. La escuela es un espacio que se escribe en femenino y por ello necesitamos el liderazgo pedagógico que tienen las maestras en el CEIP Clara Campoamor y que permitió a María comprender que esta profesión nuestra exige amar a los niños, pero no necesita ñoñerías con los niños. Necesitamos voluntad de servicio público y de construcción de una sociedad mejor desde la comprensión y el amor hacia la infancia, pero a partir de la competencia profesional que tienen las maestras (y los maestros) del Clara Campoamor, no de vocaciones de osito de peluche.

      Además, María descubrió en el Clara Campoamor que aprender es un producto derivado de hablar. No de escuchar a la maestra, sino de practicar la oralidad, esa antigua destreza humana que consistía en mantener una interacción con el otro para descubrir en esa persona valores y conocimientos de los cuales tú pudieras apropiarte para hacerlos tuyos. Si solo en la escuela pudiéramos ir un poco más lento y hablarnos y escucharnos un poco más, quizá no necesitaríamos tanto diagnóstico y tanto tratamiento…

      Finalmente, el compromiso de María con la profesión salió reforzado tras su paso por el CEIP Clara Campoamor. Los valores de la democracia, la igualdad (y especialmente la igualdad entre mujeres y hombres, que es el fundamento de todas las demás), la formación permanente del profesorado o la participación en proyectos de innovación y mejora de la escuela son claves en la vida del CEIP Clara Campoamor y son tesoros que María se llevará para siempre como ejes fundamentales de su propia profesionalidad.

      Acabada su etapa en el CEIP Clara Campoamor, llegó el momento de un nuevo destino. Creía María que llegaría, por fin, el tiempo de las grandes ciudades, así que ¿dónde fue en esta ocasión? A la Alpujarra granadina, por supuesto.

      En Andalucía hay cientos de “centros invisibles”. Son esos centros a dos horas de todos lados, unos centros donde nadie quiere ir porque nuestra vida hoy depende tanto de los centros comerciales de las grandes ciudades como del aire que respiramos.

      Sin embargo, el siguiente destino de María fue el CPR Sánchez Velayos y ¡qué hermoso es el CPR Sánchez Velayos! Pero ¡qué duro es también el CPR Sánchez Velayos!

      En este colegio de Ugíjar las maestras y los maestros hacen magia: cuando los niños y niñas salen de la Escuela Hogar Sagrado Corazón en los meses duros del invierno hace frío, pero cuando entran en el cole, de repente, llega el calor. No creáis, la temperatura sigue siendo baja porque el frío se cuela por los tambuchos y los resquicios en las ventanas que el Ayuntamiento no acaba nunca de arreglar convenientemente, pero los niños, sin embargo, no pasan frío. Allí se produce el efecto mágico de una comunidad educativa que cambia la temperatura del corazón.

      María lo notó desde el primer día. Al llegar, las niñas y los niños del CPR Sánchez Velayos le habían preparado un recital de poesía para recibirla y Soledad, una niña gitana, guapa, de carita redonda y pelo negro, negro como la esquizofrenia que convocaba fantasmas negros para ella por la noche, esa Soledad se había aprendido un poema de Gloria Fuertes para María, que desde aquel momento se convirtió en su tutora y en su ángel de la guarda.


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