Los atributos de Dios. A. W. Pink
Читать онлайн книгу.de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”. Si nos fijamos con atención en las palabras de este versículo, veremos que el apóstol no estaba hablando del conocimiento anticipado de Dios del acto de la crucifixión, sino de la Persona crucificada: “este [Cristo], entregado por…”.
El segundo es en Romanos 8:29–30. “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó”. Notemos bien el pronombre que se utiliza aquí. No es “lo que”, sino “los que” antes conoció. Lo que se nos muestra no es la sumisión de la voluntad, ni la fe del corazón, sino las personas mismas.
“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Romanos 11:2). Una vez más, la referencia es claramente a personas solamente.
La última cita es 1 Pedro 1:2: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre” ¿Quiénes son ellos? El versículo anterior nos lo dice: “a los expatriados de la dispersión”; es decir, la Diáspora, los judíos creyentes de la dispersión. Aquí, también, la referencia es a personas, no a sus hechos previstos.
Ahora, en vista de estos pasajes, ¿qué base bíblica hay para decir que Dios “previó” los hechos de algunos, es decir, su “arrepentimiento y fe”, y que, a causa de los mismos, los eligió para salvación? Absolutamente ninguna. La Escritura jamás habla del arrepentimiento y la fe como algo previsto o preconocido por Dios. Es verdad que Dios conocía desde toda la eternidad que algunos se arrepentirían y creerían, pero la Escritura no se refiere a esto como objeto de la “presciencia” de Dios. El término se refiere invariablemente a Dios preconociendo a personas; así pues, retengamos la “forma de las sanas palabras” (2 Timoteo 1:13).
Otra cosa sobre la que deseamos llamar particularmente la atención es que los dos primeros pasajes citados, muestran de manera clara y enseñan implícitamente que la presciencia de Dios no es causativa, sino que, detrás de ella hay algo más: Su propio decreto soberano. Cristo fue “entregado por el [1] determinado consejo y [2] anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Su “consejo” o decreto fue la base de su anticipado conocimiento. Asimismo en Romanos 8:29. Este versículo empieza con la palabra “porque”, lo cual nos habla de lo que precede inmediatamente. ¿Qué es, entonces, lo que dice el versículo anterior? “Todas las cosas les ayudan a bien… a los que conforme a su propósito son llamados”. Así pues, “el anticipado conocimiento” de Dios se basa en su “propósito” o decreto (ver Salmo 2:7).
Dios conoce por anticipado lo que será, porque Él ha decretado que sea. Afirmar, por lo tanto que Dios elige porque preconoce es invertir el orden de la Escritura; es como poner la carreta delante del caballo. La verdad es que Dios preconoce porque Él ha elegido. Esto elimina la base o causa de la elección como algo de la criatura, y la coloca en la soberana voluntad de Dios. Dios Se propuso elegir a ciertas personas, no porque hubiera algo bueno en ellas, ni porque previera algo bueno en las mismas, sino solamente, a causa de Su pura buena voluntad. El por qué Dios escogió a éstos no lo sabemos; lo único que podemos decir es: “Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26). La verdad clara de Romanos 8:29, es que Dios, antes de la fundación del mundo, separó a ciertos pecadores y los escogió para salvación (2 Tesalonicenses 2:13). Esto se ve claro en las últimas palabras del versículo: “los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”. Dios no predestinó a aquellos que Él preveía que serían “hechos conformes…”, sino que, por el contrario, predestinó a aquellos a los que “antes conoció” (es decir, amó y eligió) “para que fuesen hechos conformes…”. Su conformidad a Cristo no es la causa, sino el efecto de la presciencia y predestinación de Dios.
Dios no eligió a ningún pecador porque previó que creería, por la sencilla y suficiente razón de que ningún pecador cree jamás hasta que Dios le da fe; de la misma manera que ningún hombre puede ver antes de que Dios le otorgue la vista. La vista es un don de Dios, y ver es la acción consecuente de usar ese don. Asimismo, la fe es el don de Dios (Efesios 2:8–9); y creer es la consecuencia de utilizar ese don. Si fuera cierto que Dios eligió a algunos para ser salvos porque a su debido tiempo éstos creerían, eso convertiría el creer en un acto meritorio y, en este caso, el pecador tendría razón de jactarse, lo cual la Escritura niega enfáticamente (Efesios 2:9).
En verdad la Palabra de Dios es suficientemente clara al enseñar que creer no es un acto meritorio. Afirma que los cristianos son aquellos que “por la gracia [han] creído” (Hechos 18:27). Por lo tanto, si han creído “por la gracia”, no hay absolutamente nada meritorio, el mérito no puede ser la base o causa que movió a Dios a escogerlos. No, la elección de Dios no procede de nada que exista en nosotros o de nada que proceda de nosotros, sino únicamente de Su propia y soberana buena voluntad. Una vez más, en Romanos 11:5, leemos de “un remanente escogido por gracia”. Ahí está suficientemente claro; la misma elección es por gracia, y gracia es favor inmerecido, algo a lo que no tenemos derecho alguno.
Vemos por tanto la importancia de que tengamos ideas claras y bíblicas sobre la presciencia de Dios. El mantener concepciones erróneas sobre este tema llevará inevitablemente a tener ideas deshonrosas sobre Él. La idea popular sobre la presciencia de Dios es totalmente inadecuada. Dios no solamente conoció lo por venir desde el principio, sino que planeó, fijó y predestinó todo desde el principio. Por tanto, si el lector es un cristiano verdadero, lo es porque Dios lo escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4) y lo hizo no porque previó que creería, sino porque, simplemente, así le agradó hacerlo; te escogió a pesar de tu incredulidad natural. Siendo así, toda la gloria y la alabanza le pertenece solo a Él. No tienes base alguna para atribuirte ningún mérito. Has creído “por la gracia”, y eso porque tu misma elección fue “por gracia” (Romanos 11:5).
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