E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria Dahl

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E-Pack HQN Victoria Dahl 1 - Victoria Dahl


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ver lo que había bajo su falda. Todavía no sabía que sus braguitas rojas eran, en realidad, un tanga, y…

      —Por Dios… —murmuró él, a su espalda, y Molly sonrió. Por fin se había dado cuenta—. Eres una chica muy traviesa.

      —Eso intento.

      Él le estaba rozando el muslo con los dedos cuando ella aceleró y salió corriendo hacia su habitación. Se había desabotonado la falda casi entera cuando él entró por la puerta. Entonces, ella tuvo un escalofrío.

      Ben arrojó su abrigo y se desabrochó los botones.

      —Será mejor que encienda la estufa.

      —Ya está preparada.

      —Muy bien. No te había imaginado escondida debajo de las mantas esta noche —respondió él. Acercó una cerilla encendida a las astillas y le hizo un gesto para que se acercara—. ¿Por qué no vienes y entras en calor, cariño?

      Con solo una mirada de aquellos ojos del color del chocolate, Molly dejó de temblar. Dejó caer la camisa blanca al suelo y balanceó las caderas al acercarse hacia él. Ben la devoró con la mirada de pies a cabeza. Ella tuvo una sensación de poder mientras se quitaba la camiseta de tirantes y agitaba la melena.

      Ben entrecerró los ojos y se concentró en el satén rojo y el encaje negro que cubría sus senos. Ella se detuvo a dos metros de distancia.

      —Ahora, la falda —le dijo él con la voz ronca. Sin embargo, ella no estaba interesada en ser obediente. En vez de terminar de quitarse la falda, agarró las tablas de la tela con las manos y las subió un poco.

      —Primero, tu camisa —le respondió, justo cuando mostraba la parte superior de las medias.

      Él asintió y se sacó la camisa de la cintura de los pantalones, sin apartar la vista de sus muslos mientras se desabrochaba rápidamente los botones. Llevaba una camiseta bajo la camisa, pero se la quitó antes de que ella tuviera que pedírselo.

      —Ahora, date la vuelta —dijo él, y Molly obedeció. Separó los tacones treinta centímetros entre sí y se subió más la falda.

      —Más —dijo él.

      Molly notó que aquella palabra entraba en ella y recorría su cuerpo hasta que se convertía en chispas entre sus piernas. Se subió la falda lentamente, deslizándola hacia arriba por la curva de las nalgas, centímetro a centímetro, sabiendo que él iba a disfrutar de la tortura.

      No oyó nada a sus espaldas, aparte del crepitar del fuego. O Ben estaba conteniendo la respiración, o respiraba tan ligeramente que ella no lo oía.

      Molly estaba a punto de volverse cuando él la tocó. Sus músculos se contrajeron al sentir la palma de su mano en el trasero, justo antes de que él la deslizara por su cadera y se metiera en sus braguitas. Él le deslizó los dedos en el cuerpo sin vacilación, y a ella se le escapó un grito al sentir aquella invasión.

      —No importaría que odiara esto —le murmuró al oído—. De todos modos no podría detenerlo.

      No, no podría. Entre ellos había una química muy fuerte. La había, incluso, desde que eran demasiado jóvenes como para darse cuenta.

      Ben atrajo las caderas de Molly hacia sí y se apretó contra su trasero desnudo. Sus vaqueros eran ásperos y estaban calientes, y ella notó su erección gruesa bajo la tela. Él comenzó a acariciarla, a meter y sacar los dedos de su cuerpo, y a rozarle el clítoris a cada movimiento. Molly se arqueó hacia atrás y se frotó contra su miembro.

      Él le mordió el cuello, lamió la piel y volvió a morder, y el cuerpo de Molly ardió, y ardió…

      —No quiero… —gimió, y después tuvo que detenerse para pensar en lo que quería decir. Ah, sí—. No quiero tener un orgasmo todavía.

      Ben emitió un ruidito comprensivo, pero no se detuvo. Ella sentía su pecho caliente contra la espalda, y su brazo musculoso alrededor de la cintura. Y sus dedos… resbaladizos, anchos, implacables.

      Pero quería más.

      —Espera.

      Cuando le agarró la muñeca, él le permitió que le alzara la mano y sus dedos quedaron libres.

      —Espera —repitió Molly.

      Ella rebuscó el botón de su falda mientras intentaba recuperar la confianza sexual que había sentido momentos antes, pero era una tarea difícil, teniendo en cuenta que le temblaban las rodillas y que se le había derretido el cerebro. Sin embargo, sabía lo que quería, y lo había estado planeando durante toda su vida de adulta.

      Y el hecho de saber que estaba a punto de hacer realidad sus sueños le proporcionó la compostura que necesitaba para quitarse la falda y volverse hacia él con una sonrisa de seguridad.

      —Te toca a ti —le dijo.

      Él sonrió.

      —Lo siento, cariño, pero no llevo tanga.

      Ella se echó a reír.

      —No sabes cuánto me alegro de eso.

      —No te conozco lo suficiente como para ponérmelo. Todavía.

      Ella se puso en jarras y lo miró con severidad.

      —Este no es momento de hacerse el gracioso.

      —¿Lo quieres serio?

      Ella tuvo miedo de aceptar aquel desafío, así que pasó a la ofensiva.

      —Vamos, desabróchate los pantalones.

      —Sí, señora.

      Él se desabrochó el botón. Después se detuvo.

      —Ahora, la cremallera.

      Él se bajó la cremallera y se quedó ante ella con los vaqueros abiertos, el pecho desnudo, mirándola fijamente, como en las fantasías que había tenido Molly durante los diez años anteriores.

      Con el corazón acelerado, caminó hacia él y le acarició la clavícula con las yemas de los dedos. Él se estremeció, y Molly le besó la mandíbula y comenzó a descender por su cuerpo. Ben mantuvo las manos a los lados del cuerpo, apretando los puños, como si se hubiera dado cuenta de que ella quería el control. Bien.

      Molly le acarició el pecho con las palmas de las manos, y las costillas. Le lamió un hombro y lo arañó con los dientes hasta que él suspiró. Entonces, se apoyó con las manos en sus caderas y se puso de rodillas.

      A él se le encogió el vientre cuando ella se lo besó; o tal vez fuera que tomó aire bruscamente. Molly no lo sabía, porque el corazón le latía con fuerza en los oídos y le enviaba sangre a todas las terminaciones nerviosas del cuerpo.

      Se tomó su tiempo, porque sabía que nunca volvería a haber una primera vez como aquella. Le acarició el estómago firme con la mejilla y hundió la lengua en su ombligo. Inhaló su esencia y probó su piel mientras a él se le tensaban los músculos.

      Por fin, ella lo tomó en su mano, lo liberó de los vaqueros y lo sostuvo.

      —¿Sabes cuánto tiempo he deseado hacer esto? —le preguntó con un susurro.

      Él tragó saliva, con tanta fuerza que ella lo oyó incluso por encima de su pulso.

      —Cuando entré y vi a esa chica… —Molly arrastró los labios por su miembro, acariciándoselo rápidamente, ligeramente. Dejó que su aliento lo tocara a cada palabra—. La vi besándote, succionándote…

      A él se le entrecortó la respiración.

      —Y, cuando lo vi, quise ser ella. Quise que te despidieras de ella y que me dijeras que tomara su lugar, que me enseñaras cómo debía satisfacerte.

      Lamió la diminuta gota de fluido que había surgido en el extremo del miembro y saboreó la sal y el sexo, y dibujó un círculo con la lengua sobre el borde, y después otro, antes de cubrir de


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