Las cosas suceden. Carlos Roberto Morán

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Las cosas suceden - Carlos Roberto Morán


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Las cosas suceden

       Las cosas suceden

      Carlos Roberto Morán

      Índice de contenido

       Portadilla

       Legales

       El perfil de Morena

       Golpes en la puerta

       La película del Yuaseneger

       La materia hierve su cólera cerrada

       Algo así como un gen

       La forma de la felicidad

       La mirada de Juan Prado

       Las cosas suceden

       Tríptico de Verónica

       Sentís que te vas a morir

       La muerte del abogado

       En un mundo opaco

Morán, Carlos RobertoLas cosas suceden / Carlos Roberto Morán ; coordinación general de Viviana Rosenzwit ; editor literario Patricia Severin. - 1a ed . - Santa Fe : Palabrava, 2020.Archivo Digital: descarga ISBN 978-987-4156-19-81. Antología de Cuentos. 2. Narrativa Argentina. I. Rosenzwit, Viviana, coord. II. Severin, Patricia, ed. Lit. III. Título.CDD A863

       Las cosas suceden

       Carlos Roberto Morán

      Editorial Palabrava

      Diagonal Maturo 786

      Santa Fe

      [email protected]

      www.editorialpalabrava.blogspot.com

      Colección Rosa de los vientos

      Directora de colección: Patricia Severín

      Coeditora: Viviana Rosenzwit

      Diagramación: Álvaro Dorigo y Noelia Mellit

      Diseño de Colección y Tapa: Álvaro Dorigo y Noelia Mellit

      Santa Fe – www.sugoilab.com

      Digitalización: Proyecto451

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

      Inscripción ley 11.723 en trámite

      ISBN edición digital (ePub): 978-987-4156-19-8

Ilustración

       Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado

       con las mínimas distracciones.

       Jorge Luis Borges, El Sur

       I

      Alcancé a ver el perfil de Morena en el diario de la mañana. La cuarta foto, abajo, la de los festejos por la inauguración del hotel. La toma, aunque un tanto difusa, me permitió encontrar de nuevo a Morena, con esa actitud arrogante que por lo visto no la había abandonado veinte años más tarde.

      Cuando se visita un lugar por primera vez, con cierta expectativa y ansiedad, quedan marcas que la costumbre, la rutina, no terminan de diluir. Y así, cuando mucho después se vuelve a ese sitio se recuerdan con precisión sus particularidades, digamos la grieta, el camino irregular o un árbol añoso. Lo mismo con las ciudades, lo mismo con las personas.

      Porque había visitado con expectativa y ansiedad ese lugar que para mí fue Morena (poco tiempo, gran entusiasmo), la recordaba con bastante precisión a pesar de los años pasados. Y más aún porque ella, de un día para el otro desapareció. Ocurren estas cosas. Alguien, sin avisar, decide clausurar una entrada particular y ese sitio especial en concreto de pronto deja de existir.

      Morena no murió, pero para mí fue prácticamente igual porque de súbito se esfumó sin dejar rastros, como suele decirse. Veinte años más tarde recuperaba su perfil en una fotografía publicada en el diario, una recepción en el hotel cinco estrellas que terminaban de inaugurar. No estuve allí, no conozco a esa gente, pero no me extrañaba que en cambio Morena hubiera participado del festejo porque era lo propio de ella. Al fin, es imposible cambiar las señas de identidad más profundas.

      Podía estar equivocado porque a la memoria le gusta confundir. Quizás se tratase de otra persona. Además, la fotografía, a pesar del color no entregaba con claridad la imagen de la mujer retratada (ella aparecía en un costado, casi saliéndose de la misma imagen). Pese a todo supe que era Morena y nadie más que ella, un poco más engrosado el cuerpo, el mismo porte, un similar corte de su pelo oscuro (que, pensándolo bien, ahora debía estar teñido).

      Hasta ese momento me había resignado a lo que me tocó en suerte. Hablo, es evidente, de la lotería de la vida, premios menores y más castigos que cualquier otra cosa, pero era lo que me había correspondido y lo aceptaba. Ninguna electricidad, ninguna conmoción. Me dejaba estar y no había más para decir. Hasta el momento mismo en que, al abrir el diario, volví a ver a Morena.

      Lo nuestro fue breve, clandestino y, para mí, tan especial como irrepetible. Después Morena se casó con el que tenía que ser y de ella dejé de tener noticias. Alguien me habló de la designación del marido como embajador (o algo así) y otro, tiempo después, me contó que creía que Morena se había divorciado. Sus parientes, los que quedaron acá, eran escasos y ajenos a mi vida. Por ser tan extraños su ámbito y el mío, ella aceptó la relación a cambio del silencio y de la anulación de cualquier futuro compartido. De entrada puso las condiciones, es decir que Morena fue quien estableció las reglas y yo acepté porque el deseo se imponía sobre todo lo demás.

      Ocurrió lo que buscaba, pero tuvo mínima duración. Ése era el acuerdo, me lo recordó Morena, sin sentimentalismos, en la despedida. No me opuse, tratando de mostrarme con una pose mundana y autosuficiente, mentirosa también porque por dentro sentía amargura y desprecio por mí mismo. Y amor.

      Y de Morena no supe más.

      Por haberla visto en la fotografía volvieron los recuerdos y sentí el impulso de buscarla, pero de inmediato me refrené porque, por supuesto, era una actitud irreflexiva, negada por la realidad. Porque aún en el supuesto de que fuese Morena la del diario, me resultaría una mujer totalmente desconocida, veinte años no es un día. Casi como si viviéramos en dimensiones diferentes. Me había pasado con varias personas a las que, al reencontrarlas, no reconocí.

      Persistía en mí un centro duro y angustiante que reiteradamente :


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