Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín


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De gran ayuda para el desarrollo de este capítulo ha sido el delicioso texto de David Jou que a continuación cito: David Jou: Reescribiendo el Génesis. De la gloria de Dios al sabotaje del Universo. Barcelona: Ediciones Destino, 2008.

      El fútbol es cultura

      El fútbol no es otra cosa que veintidós tíos en calzoncillos corriendo detrás de un balón. Y punto. ¿Quién no ha oído alguna vez tan categórica e impactante afirmación?

      Yo desde luego, muchas, aunque justo es reconocer que también la versión que terminaba afirmando que los tíos en calzoncillos se daban patadas entre sí era habitualmente muy socorrida.

      Cuando uno era más joven, aparentaba además de menos años cierta indiferencia ante estas sesudas afirmaciones. Pero en realidad, de tanto oírlas acababas pensando si, tal vez, no serías un absoluto y primitivo descerebrado por tener semejantes gustos.

      Sin embargo el paso del tiempo te acaba ayudando a superar esos complejos intelectuales y a reconocer, primero que el fútbol no es exactamente eso; y segundo que por mucho que les pese a algunos, tiene todo que ver con la cultura en el más estricto sentido de la palabra.

      Desde luego quien dice eso de que el fútbol es veintidós tíos corriendo tras un balón, demuestra que sabe poco de esto, porque el fútbol es todo menos correr detrás del balón. Antes que eso, es correr delante de él, tirar un desmarque y abrir un hueco en la defensa que antes no existía. Pero también es controlar una pelota y mirar, mandar y templar, anticiparse a una jugada y sacar con categoría el balón jugado desde atrás.

      En fin, decir que todo eso es dar patadas a un balón es lo mismo que decir que Plácido Domingo da voces.

      Lo cierto es que cuando digo que el fútbol es cultura, no quiero hacer una metáfora o decir algo que suene medianamente interesante, sino que quiero decir exactamente eso, que es cultura y que además lo es en el sentido más puro y real del término.

      Normalmente empleamos el término cultura de una manera cotidiana para indicar que alguien sabe más o menos de tal o cual cosa. Así por ejemplo decimos que Peláez tiene mucha cultura, y queremos decir que es un tío leído y cultivado. Pero realmente cultura en sentido estricto viene a significar el conjunto de creencias, valores, técnicas, habilidades, creaciones artísticas y quién sabe qué montón de cosas más, que el hombre crea y aprende en sociedad y con las que hemos sido capaces, a lo largo de miles de años, de adaptarnos al medio que nos rodea y sobrevivir.

      Parece claro que el hombre es fruto de una evolución biológica por un lado, y cultural por otro. Además, ambos tipos de evolución se condicionan e influyen mutuamente. Sin ir más lejos, hoy sabemos que el progresivo grado de complejidad del cerebro (biología) favoreció la fabricación de herramientas cada vez más complejas (cultura) entre nuestros antepasados, pero, al mismo tiempo, esas mismas herramientas (cultura) provocaron que un órgano tan plástico como nuestro cerebro fuera creciendo en complejidad a medida que nuevas conexiones neuronales se iban estableciendo en el mismo.

      A raíz de lo dicho, no sería descabellado afirmar que la cultura es, al fin y al cabo, una forma de estar en el mundo, una manera de habérnoslas con la realidad, una manera, en definitiva de vivir, original y específicamente humana.

      El fútbol, el deporte en general, y en realidad cualquier otro juego, son manifestaciones culturales del ser humano. Creo que atendiendo al concepto de cultura que hemos descrito, nadie puede negarlo.

      El asunto es que si cada país, cada región, cada pueblo, tiene sus particularidades culturales que le confieren una cierta identidad propia frente a los demás, esas particularidades también tienen que darse en la forma de entender un deporte como el fútbol. Si la cultura viene a ser una forma de estar en el mundo, diferente en cada caso, el fútbol será al final una forma diferente de estar en el campo.

      Al sostener este planteamiento, tendremos que intentar hacer ver cómo las peculiaridades genéticas de los distintos pueblos, su entorno físico, su clima, sus tradiciones, sus ideas, creencias y en definitiva su forma de estar en el mundo, se acaban plasmando en un campo de fútbol. Y aún a riesgo de que me llamen loco, voy a intentarlo.

      Desde luego voy a hablar de aspectos muy generales, casi de tendencias que pueden apreciarse o tal vez intuirse. Antes de que muchos puristas se me echen encima, quiero decir que soy consciente de la necesidad de abordar el asunto subjetivamente y desde el punto de vista que a mí me interesa en función de la idea que defiendo en este artículo. Repito que voy a hablar de tendencias y aspectos muy generales de esas distintas maneras de estar en el campo.

      Allá vamos.

      8

      Me refiero a las islas británicas, es decir, a la manera que existe de entender el fútbol en Inglaterra, Gales y las dos Irlandas.

      No me atrevo a decir lo mismo de los escoceses. Escocia no juega del todo igual que los ingleses a esto del fútbol. Hay una tradición en la tierra de William Wallace que gusta algo más del toque y la circulación de balón. Aunque este es un asunto que no está del todo claro. Por eso tal vez lo mejor sea no insistir mucho en él.

      La historia de las islas ha sido especialmente convulsa en lo que se refiere a refriegas militares y enfrentamientos bélicos. Desde los britanos, pasando por los pictos, varios pueblos del norte y este de Europa, como los sajones y los vikingos han llegado, conquistado y vivido en esas tierras, quedándose en ellas para siempre.

      Estos pueblos, algunos de los cuales eran llamados bárbaros con bastante injusticia por los romanos, estaban formados por hombres rudos, altos y fuertes, acostumbrados a una condiciones climatológicas muy adversas. Eran hombres que trabajaban duro y se movían deprisa para sobrevivir. Rivales terribles en el campo de batalla, contaban con la capacidad para formar ejércitos que podían pasarte por encima con extrema contundencia y facilidad.

      De esta forma, la dureza de una bella tierra intensamente disputada, a la vez que deseada, acabó forjando gente poderosa físicamente, de alma guerrera y con un marcado sentido de lo práctico o lo útil.

      Se trataba de sobrevivir en un medio climatológicamente hostil y con un contexto social marcado por las constantes invasiones de los vecinos norteños, hasta el punto de que quizá no sea descabellado afirmar que ese estado de cosas fue enseñando a los británicos a valorar como bueno no tanto lo bello o lo justo, sino aquello que servía para solucionar problemas y convertir su vida en algo más agradable y feliz.

      Más adelante trataremos de analizar cómo ese espíritu utilitarista es algo que se puede rastrear en la tradición filosófica de las islas.

      A veces cuando disfruto el fútbol británico en su más pura esencia, no puedo dejar de entrever esas tendencias en sus campos. Las gradas ya reflejan esa forma de vivir el fútbol basada en la fuerza y la agresividad, y estoy seguro de que cuando el choque es importante, los jugadores foráneos tienen que sentir una cierta impresión ante los cánticos que pueden oírse en el túnel de vestuarios antes de saltar al terreno de juego.

      Que conste que hablo de tendencias, ya lo he dicho antes. Es evidente que existen y han existido innumerables jugadores británicos que lejos de tener su fuerte en la agresividad y en la potencia, lo tenían en su exquisita calidad y elegancia.


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