Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín


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xx. Una filosofía que pensará que el ámbito de estudio propiamente filosófico es el lenguaje.

      La idea es clara como la luna, si lo sencillo es lo más racional, sigamos ese camino y abandonemos el de las complicaciones innecesarias que, por si fuera poco, nos llevarán fatalmente al error. Hasta tal punto llegó el británico que no tuvo ningún empacho al afirmar que los universales, el otro gran tema de la filosofía medieval, es decir, las esencias, lo que Platón llamaba ideas y que para él significaban la verdadera realidad situada en el mundo inteligible, no eran más que meros nombres. Palabras o signos lingüísticos que colocamos en las proposiciones y que utilizamos para referirnos a individuos que se parecen. De ahí que a Ockham se le conozca filosóficamente hablando como nominalista.

      Ockham en el banquillo

      Pues bien, estableciendo una vez más y, con cierto e indudable atrevimiento, analogías entre el mundo filosófico y el futbolístico, habría que afirmar que la mayoría de los entrenadores de fútbol son fervientes seguidores de la navaja de Ockham.

      Como decía al empezar este capítulo, los técnicos son amantes de la seguridad, de la sencillez y del orden. No quieren complicaciones. Parafraseando a Okham diríamos que piensan que no hay que multiplicar las acciones sin necesidad ya que esto aumenta el riesgo y el cansancio de los futbolistas. En el campo hay que ir a lo seguro, y por tanto los técnicos cortan con su particular navaja y de raíz todas aquellas acciones que, pasando por el lucimiento personal, ponen en peligro la estabilidad del equipo. Incitan a hacer simplemente las cosas necesarias y básicas para ganar el partido. Ya habrá tiempo para adornarse si la diferencia en el marcador es contundente.

      Todos los futboleros que alguna vez hemos asistido a los entrenamientos de nuestro equipo favorito, comprobamos cómo los entrenadores repiten una y otra vez expresiones como «toca, toca», «no te compliques», «hazlo fácil». De hecho, una de las características más apreciadas en los jugadores por parte de los técnicos es la sensatez de no hacer aquello para lo que no están capacitados, y es que en el fondo los grandes jugadores se caracterizan por hacer fácil lo que a otros les parece difícil.

      Este afán de sencillez y simplicidad que también caracteriza a la navaja de Ockham lo podemos apreciar con relativa claridad en todas y cada una de las líneas de un equipo. Empecemos por la portería.

      Si a los técnicos les preguntaran qué características son las que más aprecian en un portero seguramente responderían que la seguridad, la personalidad, la colocación, la capacidad de mando..., esto significa que prefieren porteros, que sin ser espectaculares, cumplan adecuadamente en todas las situaciones a las que se puede enfrentar un guardameta. Es importante que haga sencillo su trabajo y para eso tiene que estar bien colocado bajo los palos, así no se adornará en exceso, pero su participación será fiable y segura, tanto si tiene que rechazar un disparo a media distancia, salir por alto, o afrontar un uno contra uno.

      Es posible que haya porteros con enormes reflejos que sean espectaculares y hagan paradas increíbles o que paren muy a menudo los penaltis, pero si esos mismos guardametas no mantienen una línea regular en todos los aspectos del juego, no serán los preferidos de los entrenadores.

      Exactamente lo mismo pasa con la línea defensiva. Hacen falta defensas sobrios y contundentes, que sin creerse Beckenbauer, cumplan con su obligación. No hay nada más peligroso que un central atlético y poderoso intentando sacar el balón jugado si carece de la técnica suficiente. Lo más probable es que lo pierda y partir de ahí para desesperación del técnico, que vocea en la banda, se origine la jugada del gol.

      Es evidente que el míster le habrá repetido a ese central muchas veces que no se complique, que no intente hacer cosas para las que no está preparado. En ese caso, si corta el avance del delantero y se hace con el balón debe pasarlo con prontitud al centrocampista preparado para jugar la pelota, o si no aparece esa posibilidad, pegar un pelotazo donde Dios quiera. Lo principal es sacar el balón de la zona defensiva propia y no perderla ahí bajo ningún concepto.

      Hay centrales que saben sacar la pelota, pero precisamente son valorados por la facilidad y la sencillez que tienen al hacerlo, empiezan a ver el fútbol desde atrás y son capaces de poner a jugar al equipo sin correr demasiados riesgos, sin perder la pelota en una zona donde hacerlo resultaría letal.

      Lo mismo pasa con los laterales. Hay algunos que se creen extremos e intentan rizar el rizo llegando al córner rival para ponerla en el área. Muchos de ellos vuelven locos a sus técnicos, porque suben mucho la banda y dejan huecos atrás. Si estos no juegan en equipos grandes que se lo puedan permitir, no suelen ser titulares. Los técnicos prefieren hombres menos llamativos, más silenciosos se podría decir, y como normalmente no se puede tener todo, prefieren la sobriedad y la eficiencia a los fuegos de artificio.

      El caso de los centrocampistas es especialmente sangrante. Los que hemos visto mucho fútbol, sabemos que los centrocampistas tienen entre sí características muy diferentes. Los hay que defienden bien, pero que tienen poca clase. Los hay que tienen mucha clase pero no defienden bien; y los hay que juegan de miedo y también recuperan balones. El problema es que estos últimos valen muy caros y escasean bastante.

      En cualquier caso la sencillez y la simplicidad son vitales para cada uno en su contexto, situación o función correspondiente.

      Supongamos que tenemos un centrocampista eminentemente defensivo. Su misión será recuperar balones y destruir el juego rival en la medida de lo posible. Lo cierto, y aunque parezca de Perogrullo, es que lo importante cuando recupera el balón es que no se lo quiten, y ahí entra de nuevo la sencillez porque nada más que recoge la bola debe soltarla. Recuperar y dar al hombre que tenga cerca y que posea las características que a él le faltan para jugar la pelota. Lo básico es que nuestro «destructor» no se entretenga con el balón, que no se ponga a regatear y a hacer cosas que no sabe, porque entonces lo más seguro es que se lo roben y que el técnico asista, con un rebote considerable, a la contra rival.

      La sencillez es también fundamental para los centrocampistas con clase. Estos son muy cotizados porque la facilidad y simplicidad con la que juegan el balón no son habituales. Son hombres que ven el juego fácil, que mueven el balón con relativa tranquilidad. Pueden estar sufriendo la presión del rival, pero en su mente no hay oscuridad ni excesivas complicaciones, de hecho esconden la pelota hasta que como por arte de magia se abre el hueco y sin inmutarse la ponen ahí.

      Ocurre que cuando uno ve en casa a esta gente piensa: «hay que ver qué fácil y sencillo es el fútbol en el fondo». El problema es cuando se está en el campo rodeado de contrarios; entonces se aprecia la dificultad que para una persona normal tiene hacer lo que ellos hacen con tanta sencillez. Y es que en definitiva Ockham tenía razón, el camino más sencillo es el más racional, y el que conduce al gol también. Esto último ya no lo dijo él claro.

      El asunto es que encontrar ese camino sencillo solo está al alcance de unas pocas mentes privilegiadas, que desde luego no abundan.

      Llegamos a los delanteros. Volvemos a la navaja, ya que hay delanteros de todo tipo: altos, bajos, grandes, pequeños, torpes, habilidosos... Pero lo cierto es que el asunto no cambia esencialmente, los entrenadores siguen prefiriendo a los delanteros que hagan bien su trabajo y sin excesivas florituras.

      Les gustan por ello especialmente esos hombres fuertes y poderosos, que lo mismo te aguantan un balón y esperan a que el equipo salga y se desahogue para ponerla en la banda, que rematan en cualquier posición y con la parte del cuerpo que sea menester. Estos delanteros no suelen ser muy espectaculares, pero si tienen que marcar, marcan; si hay que aguantar la bola, la aguantan y si hay que defender un balón por alto lo defienden. Seguro que en muchos partidos pasarán desapercibidos, no harán grandes ni espectaculares chilenas, no meterán goles maravillosos, pero cumplirán con su trabajo sin adornos y con la sencillez por bandera.

      Estos delanteros estarán llamados a ocupar un lugar privilegiado en la plantilla, y desde luego, el entrenador contará con ellos permanentemente.

      Y es que como dijo Ockham: los entes no deben multiplicarse sin necesidad.

      En el fútbol tampoco.

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