Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс
Читать онлайн книгу.un precio a su desesperación.
–Más de lo que puedas imaginar porque no estaba en el mercado –respondió. Pero él había seguido haciendo ofertas hasta que por fin tuvieron que aceptar.
Audrey lo miró con un brillo de comprensión en los ojos.
–Por eso hablaste con el encargado de las libélulas y por eso te hacen reverencias. Ahora lo entiendo todo… y antes has llamado Gerard al chef. Eres su jefe.
–Tratan igual a todo el mundo –se defendió él.
–¿Por qué lo has comprado, Oliver?
Ah, no. Eso no era algo que estuviese dispuesto a admitir ante una mujer que no quería saber nada de él.
–Era una buena inversión, los beneficios son enormes –respondió–. ¿Quieres ver la suite? Es espectacular.
–¿Y vas a…? –Audrey tragó saliva–. ¿Vas a dormir allí esta noche?
¿Era una sutil manera de preguntar si había una cama en la suite?
–Estás a salvo conmigo, no te preocupes.
–Lo sé.
Pero ¿no había sido él quien había instigado esa caricia unos segundos antes?
–Es mucho más que un dormitorio, es como una casa pequeña en lo más alto de las montañas. Desde cada ventana hay una vista diferente de Hong Kong.
A Audrey le gustaba mucho la ciudad y él lo sabía. De hecho, le gustaba todo lo oriental y eso hizo que se preguntase si Shanghái le gustaría tanto como a él.
¿Y por qué era tan importante…?
La notó indecisa. Quería ver la suite, pero no se atrevía a estar a solas con él. ¿En quién no confiaba, en él o en ella misma?
Un camarero se acercó entonces y dejó un plato sobre la mesa.
–Ah, genial.
No se había mostrado tan animada con los demás platos, pero, cuando corrió a sentarse, Oliver la siguió, sonriendo.
–Vieiras y anguila ahumada en un mar de capsicum en corteza de parmesano y eneldo –anunció Ming-húa antes de alejarse.
Cada bocado en un enorme caparazón blanco, con tres tiernas vieiras y trozos de anguila regados con una salsa roja y dos ramitas de eneldo.
–¿Blake te estafó o algo así? –le preguntó Audrey de repente.
Era lo último que esperaba escuchar, aunque no debería sorprenderle que se escondiera tras el recuerdo de su marido.
–No. ¿Por qué?
–Pensé que os habíais separado por una cuestión económica.
Oliver suspiró. No iba a dejarlo estar.
–Blake y yo fuimos amigos durante mucho tiempo, pero la gente cambia, los valores cambian. Cuanto más tiempo pasaba, menos cosas teníamos en común.
Salvo Audrey. Ella era la única constante.
–No entiendo que Blake lo mantuviera en secreto.
Incluso después de muerto Blake, seguiría mintiendo para no delatar a su amigo, pero era más que eso. ¿No acababa de contarle Audrey los problemas de autoestima que había tenido durante su adolescencia? ¿Qué sentiría si supiera que su marido había sido un adúltero?
El deseo de protegerla era más fuerte que todo lo demás.
–Déjalo ya.
Estaba claro que algo la perturbaba porque mordió una vieira como si fuera una tostada, masticando sin prestar atención al suculento bocado.
–¿Qué valores?
–¿Cómo?
–Has dicho que los valores cambian con el tiempo. ¿Qué cambió si no se trataba de una cuestión de dinero?
–Audrey…
–Por favor, Oliver, tengo que saberlo.
–¿Por qué?
–Porque unos años antes de que muriese, Blake cambió y quiero saber si tiene algo que ver.
–¿En qué sentido cambió?
–Pues… no sé, se volvió más afectuoso.
–¿Más afectuoso?
–Me abrazaba, me besaba… nunca lo había hecho antes.
–¿Te preocupa que tu marido se mostrase afectuoso contigo?
¿Qué clase de matrimonio había sido el suyo?
–No, pero es que fue algo repentino –Audrey se aclaró la garganta–. Sobre todo a principios de diciembre, como un reloj.
Las semanas antes de su peregrinaje a Hong Kong, compensándola porque iba a traicionarla.
–Pensé que podría tener algo que ver con mi viaje a Hong Kong, que no le gustaba que viniera.
–Pero era él quien te animaba a venir, ¿no?
–Sí, por eso no lo entiendo. Sabía que no le gustaba el trato que había entre nosotros y pensé que tal vez creía…
Audrey no terminó la frase.
«El trato que había entre nosotros». Oliver sabía a qué se refería.
–¿Blake creía que había algo entre nosotros?
–Es la única explicación que encuentro.
–¿De verdad, Audrey? ¿Esa es la única explicación que encuentras?
No había querido decirlo en voz alta, pero lo hizo.
–¿Qué quieres decir?
«Demonios».
–Que podría haber otras opciones. Blake sabía que podía confiar en mí.
Y por eso la traición era más vil.
–Pensé que tal vez había hablado contigo y… no sé, os habíais enfadado. Tal vez te sentiste insultado porque Blake pensó eso…
Tal vez eso era lo que ella quería creer.
–No, no ocurrió nada de eso.
–Ah, muy bien.
Oliver sabía que podría cambiar de tema y ella lo aceptaría. Jugaba con varias posibilidades, pero estaba decidida a no acercarse a la verdad. Y era comprensible.
Pero… ¿sería así para siempre?
Audrey tomó una vieira y sorbió la rica salsa.
No. No iba a dejar que la curiosidad muriese con su marido. Iba a dejar que las dudas se pudriesen, como ocurría con todos los secretos. Pero contarle la verdad no serviría de nada.
Claro que, si lo sacara a la luz… tal vez entonces podría enfrentarse a ello. Esas cosas perdían fuerza cuando eran expuestas a la luz. Si Audrey no sospechase nada lo habría dejado estar, pero tarde o temprano lo descubriría. O alguien se lo contaría. Alguien que no sería su amigo.
Oliver tomó una decisión.
–Se sentía culpable. Estaba compensándote porque sabía lo que iba a pasar en cuanto te fueras del país.
Audrey dejó la vieira sobre el plato.
–¿Qué quieres decir?
Él respiró profundamente.
–Tu marido te engañaba. Muchas veces. Cada año, cuando venías a Hong Kong…
Audrey se levantó de un salto, justo en el momento en que un camarero le servía una copa, manchándose la blusa y la falda de vino.
La traición de Blake le había