Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс

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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс


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esa horrible posibilidad no cuadraba con la mujer que tenía delante.

      Oliver fingió estudiar sus cartas, pero aprovechó la oportunidad para estudiarla. No parecía triste, al contrario. Estaba disfrutando del juego, de la comida, de la conversación, como siempre. También a él le encantaba el lujoso almuerzo-cena que compartían cada veinte de diciembre, pero era él quien insistía en comer en el mejor restaurante de Hong Kong, uno de los mejores del mundo. A Audrey le gustaban los sitios tranquilos y discretos, como ella. Era elegante más que llamativa, con el pelo oscuro sujeto en un moño alto, y tenía la costumbre de pasarse las manos por la falda, como si le gustase la textura de la prenda. Por eso la llevaba, no para él ni para ningún otro hombre. No porque abrazase sus curvas de manera casi indecente. Audrey gastaba dinero en ropa porque le gustaban las prendas de calidad.

      Y exigía calidad en todo. Por eso le costaba tanto creer que le pareciesen bien las… excursiones maritales de Blake. Eso era lo que le había dicho su amigo, pero Oliver no lo creía.

      Estaba claro que no era un matrimonio convencional, pero Audrey no parecía la clase de mujer que toleraría una infidelidad. Por las razones obvias y porque eso daría una mala imagen de ella.

      Y Audrey Devaney no era una mujer cualquiera.

      –¿Oliver?

      Oliver levantó la mirada y vio los ojos azul zafiro clavados en él.

      –Ah, perdona. Las veo –murmuró, mirando sus largas pestañas.

      ¿Conocía el secreto de Blake? ¿Sabía que su marido le era infiel en cuanto ella se iba de la ciudad y no le molestaba? ¿O inventaba viajes para distanciarse de sus infidelidades y preservar su asombrosa dignidad, que llevaba como uno de sus trajes de seda?

      Estaba seguro de que no viajaba para hacer lo mismo que Blake. Si lo hiciera, sería tan discreta sobre ello como lo era sobre otros detalles de su vida, pero su ética era tan sólida como su lealtad y, si decía que estaba en Asia trabajando, eso era lo que estaba haciendo.

      Porque, si no fuera así, él lo sabría.

      Y, si Audrey Devaney estuviera dispuesta a tener un amante, él estaría dispuesto a serlo.

      Fuera cual fuera el precio. Daba igual lo que hubiera pensado durante toda su vida sobre la fidelidad. Había pasado suficientes noches en vela tras despertar de uno de sus sueños, llenos de pasión y sentimiento de culpabilidad, con Audrey apoyada en el ventanal, frente al puerto de Hong Kong, como para saber lo que quería su cuerpo.

      Pero se conocía bien a sí mismo y sabía que reducir a una mujer que admiraba tanto a una barata fantasía era una manera inconsciente de lidiar con territorio desconocido.

      Un territorio con la única mujer que no podía tener.

      –Tu turno –Audrey echó un puñado de caramelos en el montón, interrumpiendo sus pensamientos.

      –El tuyo –Oliver tiró ases y jotas por el placer de ver el rubor que no podía disimular. Le encantaba ganar, particularmente le encantaba ganarle a él.

      Y a él le encantaba verla disfrutar.

      Audrey echó un trío de cuatros con gesto de triunfo y los ojos brillantes de alegría, y de inmediato Oliver se preguntó si brillarían de ese modo si la apretase contra el mullido respaldo del sofá para apoderarse de sus labios.

      Su cuerpo daba hurras ante ese pensamiento.

      –Volvamos a jugar –dijo, intentando borrar de su mente tales pensamientos–. Doble o nada.

      Ella se rio inclinando a un lado la cabeza y su moño, decorado con un trocito de espumillón robado del aeropuerto, se inclinó peligrosamente.

      –Sí, claro, pero pon más atención o me quedaré con todos tus caramelos.

      Audrey se quitó los zapatos y subió las piernas al sofá mientras Oliver barajaba y, de nuevo, le sorprendió que fuese una mujer tan normal. Y tan inocente. Aquella no era la expresión de una mujer que sabía que su marido la engañaba.

      De modo que su mejor amigo era un mentiroso además de un adúltero. Y un idiota por engañar a la mujer más asombrosa que ninguno de los dos había conocido nunca. Desdeñar algo tan hermoso, el regalo que el destino le había hecho a Blake en lugar de a él…

      Pero, aunque el destino era equívoco, el anillo que Audrey llevaba en el dedo era muy real. Y, aunque su marido se acostaba con medio Sídney, ella no hacía lo mismo.

      Porque ese anillo significaba algo para ella.

      Como la fidelidad significaba algo para él.

      Tal vez esa era la atracción. Audrey era sincera, ética, compasiva y su integridad tenía raíces tan firmes como las montañas que salían del océano formando la isla de Hong Kong donde quedaban cada veinte de diciembre, a mitad de camino entre Sídney y Shanghái.

      Y él se sentía atraído por esa integridad, aunque la maldijera. ¿Sería igual si Audrey se acostase con otros hombres o solo estaba obsesionado porque no podía tenerla?

      Eso sería lo más lógico.

      Que Audrey fuese una persona fiel no significaba que él quisiera un compromiso serio. Con Tiffany en realidad había decidido dar marcha atrás. Había abandonado la idea de conseguir a la mujer con la que soñaba en secreto y aceptado a una que le dejaría hacer lo que quisiera, cuando quisiera. Y que parecía contenta haciéndolo.

      Y, evidentemente, eso no iba a ocurrir.

      –Vamos, Harmer. Pórtate como un hombre.

      Oliver levantó la mirada, temiendo por un momento que Audrey le hubiese leído el pensamiento.

      –Solo es una partida –bromeó ella–. Seguro que ganarás la siguiente.

      En realidad, le daba igual quién ganase y solía perder a propósito. Haría lo que hacía cada año: mantenerla interesada, tirar algunas partidas y llevarse las suficientes como para verla indignada, hacer que volviese por más. Que volviese con él en nombre de su engañoso marido, que aprovechaba cualquier oportunidad en cuanto Audrey estaba fuera del país.

      Tenía que disimular su disgusto con Blake para poder mantener esa comida anual, pero guardaría el secreto.

      No solo porque no quisiera hacerle daño a Audrey ni porque perdonase el comportamiento de Blake en absoluto. Y no porque le gustase ser el confesor del hombre que había sido durante años su mejor amigo.

      Mantendría el secreto porque mantenerlo significaba no tener que despedirse de Audrey. Si le contaba lo que sabía, dejaría a Blake y si dejaba a Blake no volvería a verla.

      De modo que cada veinte de diciembre intentaba que lo pasara bien en el poco tiempo que estaban juntos. Disfrutaba de su conversación y su presencia y se olvidaba de todo lo demás.

      Tenía todo el año para batallar con eso. Y con su conciencia.

      Mientras le daba las cartas sus dedos se rozaron, provocando todo tipo de sensaciones, pero intentó disimular. Combatiría esa reacción más tarde, cuando no tuviera delante a aquella mujer asombrosa, con sus penetrantes ojos azules clavados en él.

      –Tu turno.

      20 de diciembre, tres años atrás

      Restaurante Qingting, Hong Kong

      AUDREY apretó las manos contra el espejo del ascensor, desesperada por enfriar la sangre que corría por sus venas, por contener la emoción que temía tiñera sus mejillas estando tan cerca de Oliver Harmer en un sitio tan pequeño.

      Doce meses debería ser tiempo suficiente para prepararse.

      Pero allí estaba, angustiada y ansiosa por un simple beso de despedida. Nunca era más que un roce, apenas un beso al aire. Y, sin embargo, sentía la quemazón de sus labios en la mejilla como si el beso del año anterior hubiese tenido lugar


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