Resistencia bisexual. Elisa Coll Blanco

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Resistencia bisexual - Elisa Coll Blanco


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me da urticaria y me hace pensar en un señor muy poderoso y terrorífico.

      • A lo largo del libro intercambiaré las palabras bi y bisexual por subrayar simbólicamente que el deseo no es solo sexual.

      Bifobia para principiantes

      La bisexualidad ha sido y es definida erróneamente de forma constante. Aunque en el libro profundizaré sobre su definición, de momento aclaro que la bisexualidad no implica que solo existan hombres y mujeres, pues se define como la atracción hacia personas de más de un género, o de mi propio género y otros. La bifobia es cualquier violencia ejercida sobre las personas bisexuales por el mero hecho de serlo. La base más férrea de la bifobia, como veremos, es la invisibilización: no reconocer la bisexualidad como algo real, no tenerla en cuenta, hacerla desaparecer de nuestro imaginario. La invisibilidad no es exclusiva de la bisexualidad: todas las letras de lo lgtbiqa+ excepto la g sufren una fuerte invisibilidad dentro del colectivo (si no, no se hablaría de Orgullo Gay), pero cada una se articula de una manera distinta. En este libro exploro las formas concretas de la invisibilidad bisexual. También son bifobia los mitos y estigmas extendidos sobre las personas bisexuales que a su vez alimentan otras formas de violencias bífobas. Algunos de estos mitos son:

      • Las personas bisexuales son promiscuas

      • Las personas bisexuales son infieles por naturaleza

      • Las personas bisexuales son transmisoras de its o vih

      • Las personas bisexuales no son de fiar

      • Las personas bisexuales son inmaduras, o están confusas, o no saben lo que quieren

      • Las personas bisexuales son realmente heterosexuales u homosexuales

      • La bisexualidad es una fase

      • La bisexualidad no existe

      • La bisexualidad es vicio, ambición o producto de una carencia o trauma

      Dicho esto, al lío.

      Introducción

      El 5 de agosto de 2019 salgo de la consulta del dentista y rompo a llorar. Me he estado aguantando durante toda la cirugía porque tengo veintisiete años y ya no es socialmente aceptable llorar en el dentista, así que al pisar la calle exploto y me siento ridícula. No lloro por el dolor, que un poco sí, pero no es eso en el fondo. Cuando realmente noto el pinchazo de angustia y se me aprieta la garganta es cuando el dentista me dice tan tranquilo que lo que tengo no se cura, que está alarmantemente avanzado para alguien tan joven como yo y que, si no lo freno, puedo empezar a perder dientes antes de ser mayor. Y no sé por qué, pero esas palabras me recuerdan de pronto que me voy a morir. Que mi cuerpo no va a ser para siempre, que se va a ir deteriorando y que igualmente se me iban a caer los dientes y el pelo y los huesos. Ahí es cuando me entran los pucheros. Y quiero abrazar a alguien, pero he ido sola. Ella, nada dramática.

      Hoy, unos días después y aún con los puntos de sutura en la boca, decido que voy a hacerme mi primer tatuaje.

      Mientras escribo esto, todavía no he empezado a redactar de verdad este libro. No sé casi nada de él. No tengo ni idea de a qué lugares me va a llevar, cómo va a desarrollarse, si te va a gustar, cuántas noches me va a tener en vilo, a cuántas personas de mi familia voy a escandalizar, si va a ser capaz de expresar lo que quiero expresar. Solo sé una cosa: que una vez esté publicado, se va a quedar así. Para «siempre». No se va a poder modificar. No voy a poder ir casa por casa a borrar un párrafo que en unos años de pronto decido que no me gusta o ya no me representa. Y es que hoy me he dado cuenta de que, aunque nunca me he tatuado por pensar que no quiero tomar una decisión tan permanente, escribir este libro es una decisión mucho, mucho más permanente que un tatuaje. De hecho, realmente he estado tomando caminos permanentes toda la vida, aun sin darme cuenta: ya no puedo haber cursado una carrera distinta, no puedo no haber hecho autostop en Albania, no puedo volver atrás y estudiar música al acabar el instituto. Cuando este libro se publique no voy a poder cambiar nada aunque yo siga cambiando: se va a quedar tal cual, me guste o no. Así pues, ¿qué es un tatuaje al lado del terror de quedar inamoviblemente abierta a bocajarro ante los ojos de quien lee? Y aun con todo, ese para siempre es relativo: hasta que se pudran los libros, hasta que se pudra mi cuerpo.

      Ni siquiera sé qué va a ser, pero cuando leas estas palabras ya llevará tiempo siendo parte de mi piel. He decidido empezar esta etapa así: fiándome un poco de mi yo de ahora, y no pensando tanto en si la Eli de dentro de unos años se enfadará conmigo. Ojalá la Eli de hace unos años no hubiera gastado tanto tiempo pensando en si yo iba a pasarlo mal por su culpa. Cerrándose puertas, dudando de sí misma y creyendo que yo tendría mejor criterio que ella. Siendo convencida por el sistema tan jodido en el que vivimos de que muchas de las cosas que más real le hacen sentir son pasajeras o fases. Así, a muchas de las piezas que forman una parte importante de quien soy hoy he tardado años en darles un nombre y hacerles un hueco en mi identidad. También he perdido en muchas ocasiones la oportunidad de profundizar y explorar esas «fases» (algunas lo eran, otras no) por pensar que el hecho de que algo pueda ser temporal significa que es menos real, o menos importante, o menos válido. Así que sí, lo he decidido: voy a escribir este libro y voy tatuarme. Porque el tatuaje, igual que este libro, igual que mis dientes, igual que tu vida, realmente no van a permanecer para siempre... pero no por eso nos lo vamos a tomar menos en serio, ¿no?

      Lo que no se concibe

      Me gustan las chicas, ¿cómo pudo pasar?

      Me gustan las chicas, no me lo puedo explica-aar

      Cariño

      Diez años. Me engancho a la serie de televisión Embrujadas y siento fascinación por el personaje de Phoebe. Me encanta mirarla, y en los primeros planos me fijo especialmente en su boca y sus ojos. Pienso que es porque quiero ser como ella, tal vez vestir como ella. No se me pasa por la cabeza ninguna otra opción.

      En abril de 2019, numerosos periódicos y telediarios se hicieron eco de una polémica noticia: el obispado de Alcalá de Henares impartía terapias ilegales de «cura de la homosexualidad». Ángel Villascusa, periodista de eldiario.es, se había infiltrado en una de las sesiones, pudiendo realizar grabaciones en las que la propia terapeuta admitía ser consciente de que estaba ejerciendo un acto de lgtbifobia. La noticia desencadenó fuertes reacciones en redes sociales y se organizaron acciones protesta, denunciando no solo este centro, sino la lgtbiqa+fobia imperante en la sociedad que permite precisamente que lugares así sigan abiertos a día de hoy. Por supuesto, la Conferencia Episcopal se apresuró a mostrar su apoyo a este centro y sus pseudoterapias, a las que se refirió como «cursos de sanación espiritual». En una de estas grabaciones, la terapeuta le dice a Villascusa: «La palabra “atracción” no hace justicia a lo que significa lo que sentís cuando os fijáis en alguien del mismo sexo ... Se está como proyectando lo que uno cree que no tiene. Las carencias las está proyectando en el otro ... ¿Admirabas a los que eran más altos, más fuertes...?».

      Catorce años. Me entra una fijación tremenda por dibujar cuerpos normativos que leo como femeninos. Me fascina dibujar labios, ojos, tetas y caderas. Las dibujo una y otra vez. Aunque muchos de los peinados o vestimentas no son mi estilo, pienso que en parte lo hago por las inseguridades que tengo con mi propio cuerpo, y que lo que dibujo es solo una proyección de lo que quiero ser. No se me pasa por la cabeza ninguna otra opción.

      En 2018, un año antes de que saltara la noticia, se estrenó La (des)educación de Cameron Post, largometraje dirigido por la directora bisexual Desirée Akhavan. Basada en la novela de Emily M. Danforth e influida por una historia real, la película retrata la vivencia de una adolescente que en 1989 ingresa en uno de estos centros de «curación de la homosexualidad» en Estados Unidos. En una de las escenas, las jóvenes hacen una sesión de grupo en la que la terapeuta les explica que lo que ellas perciben como deseo de estar con una persona de su mismo sexo (sic) es realmente deseo de ser como esa persona, una proyección de las propias inseguridades. Exactamente lo mismo que se le dice, veinte años más tarde, a Villaescusa en la sesión que consigue grabar.

      Dieciséis


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