GB84. David Peace
Читать онлайн книгу.para ponerles trabas…
Los hombres de Harworth regresan a sus casas junto a sus familias…
La primera victoria del piquete volante de Arthur.
El Judío está ahora de mal humor. Aparcan en un área de descanso con la radio encendida:
La Compañía Nacional del Carbón ha recurrido al Tribunal Supremo para obtener una orden judicial que impida a los mineros de Yorkshire que formen piquetes en otras zonas.
El Judío está de peor humor. Colérico. El Judío habla por el teléfono del coche. Furioso…
—Si el presidente del consejo hace eso, habrá una puñetera huelga general. Dile de mi parte que es una locura. Le entregaréis todo el movimiento obrero en bandeja a ese rojo gilipollas. Él lo ha visto por televisión, ¿verdad? ¿Lo ha visto por televisión? Pues yo estoy en Harworth, joder, y puedes decirle a tu presidente de mi parte que la solución no es la ley sobre el empleo de mil novecientos ochenta. La solución es más putos policías. Más putos policías y unos superiores con más cojones. Esa es la solución. Y también más perros. Más putos perros. Y dile que eso es lo que Stephen Sweet le dirá a la primera ministra…
»Porque soy sus ojos y sus oídos. ¡Sus ojos y sus oídos aquí fuera, coño!
El Judío cuelga. El Judío se recuesta. El Judío suspira. El Judío sacude la cabeza.
Neil Fontaine ve pasar un minibús de mineros…
Nalgas desnudas pegadas a las ventanillas traseras.
—Se acabaron las contemplaciones, Neil —grita el Judío—. ¡Ahora sí que se acabaron las contemplaciones!
Jen está buenísima bajo esas luces, joder. Su pelo. Su bronceado. La blusa. La falda. Frankie Goes to Hollywood por milésima vez. Buenísima, joder. El Mecánico podría quedarse allí sentado el resto de su vida. Ponen «Your Love is King». Ella le hace señas para que se acerque. Él se termina la copa. Sale a la pista de baile de una discoteca vacía un martes por la noche de marzo. La rodea con los brazos. La abraza. El resto de su vida.
Ha sido un largo miércoles…
Harworth, Bilsthorpe, Bevercotes, Thoresby.
Los furgones policiales forman ahora convoyes, y hay controles en cada cruce…
El Judío se atribuye el mérito.
Los huelguistas de Yorkshire bajan de los autobuses y marchan a través de los campos…
El Judío está otra vez al teléfono.
Ha sido un largo miércoles, y todavía no ha terminado…
Esto es Ollerton.
La policía ha tenido que meter en columnas a los del turno de tarde.
Las diez de la noche, y el Judío está donde hay acción; el Judío está en el Plough…
Lleno. Huelguistas que esperan el turno de noche. Cabreados.
El Judío habla. Toma notas. Manda a Neil a la barra a por bebidas.
—Tu colega el aviador debe de ser un pez gordo —dice la camarera.
—Cuatro pintas de Mansfield y un gin-tonic —pide Neil Fontaine.
—¿Tú no tomas nada?
—Lo he dejado.
—Vaya —comenta ella riendo—. Espero que ella lo merezca.
—Quédate el cambio —le dice Neil.
Está a mitad de camino con las bebidas cuando el ruido aumenta en el exterior…
El turno de noche ha llegado.
Todo el mundo se dirige a la puerta…
—¡Neil! —grita el Judío—. Vamos, Neil. ¡Llegó la hora!
Neil Fontaine ve que el Judío desaparece por la puerta. Sale detrás de él…
Gente que corre. Vasos de pinta que se rompen. Puertas de coche que se cierran.
Neil Fontaine no ve al Judío por ninguna parte…
Mierda.
Neil Fontaine enfila la calle hacia la mina, los piquetes y la policía…
Ladrillos y botellas, palos y piedras, que vuelan por los aires…
Hay una mano en el brazo de Neil. Hay una voz en su oído:
—Hola, hola, hola.
Neil Fontaine se da la vuelta…
Paul Dixon está al lado de un viejo Allegro. Va vestido con su mejor jersey, unos vaqueros con la raya recién planchada y unos zapatos limpios.
—¿Paul?
—¿Qué coño haces tú aquí, Neil?
—No preguntes.
—Sabía que ibas a decir eso —comenta riendo Paul Dixon—. Lo sabía.
Neil Fontaine mira al fondo de la calle. Todo el mundo está ahora junto a la verja. El Judío también.
Paul Dixon abre la puerta del Allegro.
—¿Tienes un minuto? —pregunta.
Neil Fontaine mira otra vez por la calle. Se encoge de hombros. Sube al Allegro.
El coche huele mal. En el coche se respira la suciedad.
Se quedan sentados y observan cómo cuatro policías arrastran a un manifestante del pelo por la calle.
—Bueno, ¿qué haces aquí, Neil? —vuelve a preguntar Paul Dixon.
—Ya te lo he dicho…
—No preguntes —dice Paul Dixon guiñando el ojo—. Pues te lo pregunto.
—¿En calidad de qué?
Paul Dixon abre su cartera. Señala su placa de policía.
—En calidad de esto.
—No sea tonto, sargento.
Paul Dixon cierra su cartera. Mira a través del parabrisas. Avergonzado…
Seis policías esposan a dos miembros del piquete a una farola.
—Está bien —dice suspirando Neil Fontaine—. Llevo a un gran empresario por el país para que escriba artículos sobre las relaciones laborales para su amigo de The Times. ¿Contento?
—Había oído que estabas…
Neil Fontaine se vuelve para mirar a Paul Dixon.
—¿Que estaba qué?
—Nada. Debí de oír mal.
—Sí —asiente Neil Fontaine—. Debiste de oír mal.
Paul Dixon mira otra vez a través de la ventanilla. Avergonzado otra vez.
Unos policías locales golpean los coches de los miembros del piquete a un lado y otro de la calle.
—¿Qué te trae a ti a un sitio tan agradable como este, Paul? —pregunta Neil Fontaine.
—El Centro Nacional de Información. Soy oficial de enlace.
—Un buen trabajo —comenta Neil Fontaine.
—Si lo consigues.
—Y tú lo has conseguido —contesta sonriendo Neil Fontaine.
—Sí, gracias al Stalin de Yorkshire.
—El Rey Carbón para sus amigos —declara riendo Neil Fontaine.
Paul Dixon mira otra vez a través del parabrisas.
—Esta noche hay pocos.
—¿Y nuestro viejo amigo? —pregunta Neil Fontaine—. El Mecánico