Por un beso. Teresa Southwick
Читать онлайн книгу.Él dudó solo un momento.
–Lo habitual.
–Ha sido una suerte para mí que estuvieras libre para ayudarme con las compras. Pero tengo que volver pronto al restaurante. ¿Podemos dejar esta discusión sobre juegos para otro momento? Ahora necesito la ayuda que tan generosamente me has ofrecido. Todo esto de la electrónica me confunde. No distingo un woofer de un hooter.
–Creo que te refieres a un tweeter.
–¿Ves? No sé nada de esto.
–Bueno, me siento barato, degradado y disponible –dijo él haciéndose la víctima.
–¿De qué me estás hablando?
–Quieres mi ayuda con la electrónica, pero no con los adolescentes –afirmó él suspirando exageradamente–. Me siento utilizado.
Ella deseó reír y darle un puñetazo en un brazo, pero se contuvo. Nick siempre ponía fácil comportarse amigablemente con él. Pero Abby tenía una norma inquebrantable, siempre recordaba su posición. Nunca se pasaba de la raya. El problema estaba en que nunca sabía dónde estaba esa raya con él. Tal vez por su historia compartida.
Ella tenía que agradecerle a Nick su primer trabajo como camarera. Cuando ella tenía dieciocho años, sus padres habían muerto en un accidente de carretera y Sarah tenía once años entonces. No tenían parientes que las ayudaran y Abby se había visto repentinamente responsable de sí misma y de su hermana pequeña. A pesar de ser un completo desconocido, Nick le dio trabajo cuando nadie más lo hizo. Ella entró en el restaurante donde él estaba de encargado y pidió trabajo. Logró convencerlo y, con el tiempo, había ido ascendiendo hasta llegar a ayudante del encargado y nunca se había olvidado de la promesa que le hizo entonces de que lo iba a hacer sentirse orgulloso de ella.
Siempre trataba de mantener un comportamiento profesional con él, cosa que le resultaba muy difícil por la forma amigable con que él la trataba.
–La fiesta es dentro de un mes. Tenemos mucho tiempo para hablar de ese juego de la botella. Pero estas rebajas se acaban hoy y le prometí a Sarah un equipo de música para su cumpleaños. Tengo que decidirme por uno. ¿Me vas a ayudar o vas a dejar que todos estos tiburones que nos rodean vengan a por su presa? –dijo ella refiriéndose a los dependientes de la tienda.
Él la tomó del brazo y se la llevó a donde estaban los equipos de música.
–Dale gracias a tu buena suerte de que la caballería esté viva.
Como ella no dijo nada, Nick añadió:
–¿Qué? ¿No me dices nada?
–Cuando tienes razón, la tienes. Te agradezco la ayuda. Si me hubieras dicho que tenías una cita para cenar cuando llegaste al restaurante, no te habría molestado.
–No me has molestado.
–¿Estás seguro de que no te estoy retrasando?
–No. Tengo mucho tiempo –dijo Nick señalándole un equipo–. Este es bueno y creo que el precio es razonable.
Abby abrió mucho los ojos cuando vio el precio.
–Puede que sea razonable para un Marchetti, pero es demasiado caro para una Ridgeway, a pesar de tener un descuento del cuarenta por ciento.
–Yo podría…
–Es muy amable por tu parte, Nick. Pero no puedo permitir que lo hagas.
–No me has dejado terminar.
–Perdona. No debería haberte interrumpido. Di lo que quieras y luego yo rechazaré tu oferta de regalárselo a Sarah.
–Te iba a sugerir que me dejaras intervenir. No sé qué comprarle y así me harías un favor.
Abby sabía que ese era uno de sus gestos de caridad. Él siempre encontraba una forma de hacer como si no lo fuera, pero lo conocía bien. Su don para la maniobra era probablemente la razón por la que había transformado Marchetti´s de un restaurante de éxito a una cadena de restaurantes en rápida expansión por todo el Sudoeste. No estaba muy segura de a qué venía esa benevolencia. Tal vez a que ella estuviera tan cerca de terminar sus estudios y pronto, por fin, se sentiría más independiente. No necesitaba su ayuda, pero iba a tener que luchar contra la ingratitud.
Nick la había ayudado cuando tan desesperadamente había necesitado a alguien. Siempre había tratado de ocuparse ella misma de sus asuntos, pero él nunca le había negado su ayuda cuando se la había pedido. ¿Por qué entonces sentía la necesidad de hacer las cosas por ella misma?
–Compraré el menos caro –dijo señalando otro modelo de la misma marca–. Esto es cosa de una hermana mayor. Quiero hacerle yo este regalo a Sarah.
–¿Y qué le voy a comprar yo? No sé mucho de chicas de dieciséis años.
–Tú sabías que se moría de ganas de tener una fiesta.
–A los chicos los encantan las fiestas. Y, además, me lo dijo. Pero la presión de encontrar el regalo adecuado para una chica…
–Estoy segura de que a Madison la encantará ayudarte a encontrar algo apropiado.
Madison. Un nombre sofisticado para una mujer con clase que era de una belleza poco habitual y la novia de Nick.
Abby los había visto juntos a menudo, ya que él solía llevarla a cenar al restaurante donde trabajaba ella, porque decía que así se aseguraba de que todo estaría perfecto. Abby se imaginaba que lo que hacía era mostrar a esa mujer. Además, era la novia que más le estaba durando.
Nick la miró divertido.
–¿Por qué no te cae bien? –le preguntó–. Madison es una mujer con mucha clase.
No era que no le cayera bien, solo que la hacía sentirse inadecuada. Madison era todo lo que ella no era.
Se inclinó sobre un montón de cajas para ver el modelo de equipo que había elegido.
–Yo no he dicho que me caiga mal.
–No, pero se te nota mucho. ¿Te importaría decirme por qué?
–Yo no soy nadie para decir nada de ella.
–¿Es que te parece que no es mi tipo?
–Sí.
–¿Lo que significa que yo no soy un tipo con clase? –le preguntó él levantando una ceja.
–Estás poniendo palabras en mi boca.
–En los seis meses que llevamos saliendo Madison y yo, ella siempre ha sido encantadora y se ha mostrado hermosa e inteligente. Sería una buena pareja para cualquier hombre.
Estaba claro que podían hacer buena pareja, pero había algo en ella que la hacía pensar que Madison no era la mujer adecuada para Nick.
Abby siempre se había preguntado cómo un hombre como Nick Marchetti seguía soltero.
–Entonces, ¿por qué no le has pedido que se case contigo?
–¿Hay alguna regla que diga que un hombre que admire los atributos positivos de una mujer tenga que pedirle que se case con él?
–¿No te estás poniendo un poco a la defensiva?
–No. Yo no… Bueno, tal vez, pero solo porque mi madre y mi hermana ya han pasado por ello.
–Desde que Rosie se casó y tuvo su hijo te has ablandado con lo de sentar la cabeza. Tengo la impresión de que te lo estás pensando.
–Se me ha pasado por la cabeza.
–¿Y cuándo se lo vas a pedir a Madison?
Él se apoyó en la pared y cruzó los brazos.
–¿Y cuándo vas tú a sentar la cabeza?
–La tengo sentada desde los dieciocho años. Lo que