Boca diminuta. [Víctor Roura

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Boca diminuta - [Víctor Roura


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se queda uno mejor callado,

      contando con disimulo en los dedos

      cómo otra mujer se ha ido tan de pronto

      —altiva, en silencio— de nuestro lado.

      •

      Una boca femenina habla

      más por lo que insinúa en su

      gesto que por sus silenciosas

      y sinuosas acotaciones.

      •

      ¡Y pensar que en la

      mirada lo dije

      todo! ¡Y pensar que ella

      se fue tan callada!

      V. Labios que son reloj de arena

      Si sabía que eras mujer ajena,

      ¿por qué en tus ojos miro mi condena?,

      ¿por qué en tus labios el reloj de arena

      se consume indiferente a mi pena?

      Si, mujer, lejos de mi vida estabas,

      ¿por qué tu cadera es un remolino

      de fragancia íntima, pecado fino

      de inquerencias con las que tú matabas

      los enardecidos extrañamientos

      de mi piel agotada, fallecida,

      como nostálgicos remordimientos

      jamás expuestos, vida corta asida

      a tus labios que son reloj de arena

      que consume mi vedada condena?

      VI. Excesivo onirismo

      Voy a encender la luz de tu alma:

      no me toques, mantén la calma,

      que la brisa roce la palma

      de mi mano en tu pecho, aguarda;

      la noche tibia en caer no tarda,

      espera a que nuestra piel arda.

      •

      ¿Me ha dicho cuánto me ama? No.

      ¿Me ha pedido noches de amor?

      ¿Me ha buscado con el trastorno

      en cada poro de su cuerpo?

      ¿Para qué entonces desfallezco?

      ¿Para qué la llamo a deshoras?

      ¿Por qué no dejo de pintar

      de rojo, Dios, mi corazón?

      ¡Pero cómo los desfiguros

      son parte de la bochornosa

      inmadurez de la pasión!

      •

      Basta en el amor ser poco feliz

      para agradecer los momentos mínimos

      de las alteraciones corporales.

      •

      Diminuta ayuda

      la del excesivo

      placer corporal

      de los onirismos

      esperanzadores,

      fugaces, inútiles.

      VII. Grito enmudecido

      No me morí: aquí estoy,

      mirando cómo soy

      sin tus palabras hoy.

      •

      Dime si no piensas en las querencias

      que se consumen en doce semanas,

      en los amores muertos bajo sábanas

      de fino tejido: las inocencias

      se deforman con los besos insanos

      y el estruendo de los decires vanos.

      •

      De espaldas, con tus labios en la almohada,

      mi boca se satura de redondas

      fragancias, alteraciones orondas

      de etérea piel y olorosa carnada.

      •

      Mis pesares aún no se marchitan;

      muy adentro mío los labios gritan

      —en vano— enmudecidos: ¡no te tengo!

      ¡Cómo olvido que a ti no voy ni vengo!

      •

      Las tardes a veces son tristes

      no sé si porque estás ausente

      o porque la vida luego arde

      gratuitamente, inútilmente.

      •

      Miro tu cuerpo sinuoso de espaldas:

      una antigua cascada de ansias breves

      me remite a lujuriosas moradas

      de incandescencias grotescas y leves.

      ¿Por qué han de callarme tus grandes ojos

      si en tu muda boca caigo de hinojos?

      •

      Me aíslo en las letras calladas:

      d de durmiente despoblado,

      v de violento viento alado,

      c de cadenciosas vaharadas.

      ¿Por qué el silencio me atormenta,

      por qué una boca muda tienta?

      ¿Por qué callo ante tu presagio,

      por qué todo me sabe a plagio?

      Me guardo en las calladas letras:

      venas abiertas, danzas muertas.

      •

      Te desnudo con la luna apagada

      para buscar, lento, bajo las sábanas

      tu boca, tu pecho, tu luz, tu ombligo

      y una certeza cuyo nombre olvido.

      VIII. Y pensar que decía

      Y pensar que decía que a ti nadie

      te iba a querer como yo te quería.

      Ahí están las palabras ahora muertas,

      en el olvido, prendidas de un árbol

      seco, sin vida, con cientos de letras

      en su tronco de amantes sigilosos,

      que un día creyeron que no moría

      su candor eterno, vana ilusión

      de los enamorados del momento.

      Y pensar que a ti nadie, yo decía,

      te iba a querer como yo te quería.

      IX. Corazones alados

      Soy esquivo, no moro

      en cuerpos. Enamoro

      con cánticos fallidos,

      banales estallidos

      de goces simulados.

      Corazones alados

      que


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