Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол Мортимер
Читать онлайн книгу.en qué mesa están, Antonio –le pidió Jane, consciente de que se estaba retrasando demasiado.
–Haré algo mejor que eso –la tomó del brazo–. Esta noche tú eres mi cliente, Jane. Te mostraré personalmente tu mesa.
Ser conducida hasta su mesa por el atractivo propietario del restaurante, no era la forma más discreta de llegar. Todos los comensales volvían la cabeza para verlos pasar y Jane ni siquiera se atrevía a mirar a los tres que la estaban esperando. Era consciente, sin embargo, de que Richard y Gabe se habían levantado en cuanto Antonio había sacado su silla y le estaba señalando con un historiado gesto que se sentara.
A continuación, Antonio le tomó la mano y se la besó.
–Ha sido maravilloso volver a verte, Jane –dijo con voz ronca. Le dirigió una significativa mirada y se alejó de allí.
Aquel hombre era el diablo en persona, pensó Jane irritada, mientras intentaba dominar el rubor de sus mejillas. Había insinuado deliberadamente que…
–¿Mutuo reconocimiento profesional? –intervino entonces una voz ya familiar para ella.
Jane se volvió lentamente para encontrarse con la mirada burlona de Gabe, esperando ser capaz de disimular el nerviosismo producido por aquel nuevo encuentro con él.
–Exactamente, Gabe –le contestó con altivez–. Admiro las cualidades profesionales de Antonio. Y creo que él también me respeta profesionalmente –añadió con expresión desafiante.
Que el cielo la ayudara. Gabe estaba devastadoramente atractivo. Se había puesto para la ocasión un traje negro y una camisa blanca como la nieve. Jane contuvo la respiración mientras le sostenía la mirada.
Con el pretexto de extender la servilleta sobre sus rodillas, intentó aplacar el temblor de sus piernas. Había sido un error, decidió, haber vuelto a reunirse con Gabe.
–Buenas noches, Felicity, Richard –se volvió sonriente hacia la pareja–. Y, una vez más, quiero agradeceros que me hayáis invitado.
–Gracias a ti por haber aceptado la invitación –le aseguró Richard, mucho más relajado que la última vez que Jane lo había visto.
–No sabía que conocías a Antonio –comentó Felicity con una intencionada sonrisa.
Jane le devolvió pesarosa la sonrisa. Mientras lo hacía, podía sentir los ojos azules de Gabe fijos en ella. ¿Nadie le habría explicado a ese hombre que era de mala educación mirar así a la gente? Probablemente, pero Gabe estaba acostumbrado a dictar sus propias normas, a hacer siempre lo que le apetecía. Y en ese momento, por incómoda que pudiera sentirse ella, lo que le apetecía era mirarla.
–Estuve trabajando aquí durante un tiempo –le explicó a Felicity. No encontraba nada malo en decir la verdad. Ella trabajaba para ganarse la vida y, por mucho que sus padres odiaran que tuviera que hacerlo, era un hecho irreversible–. Fue aquí donde aprendí a esquivar objetos de cocina voladores –la paciencia de Antonio era inexistente en lo que a sus ayudantes de cocina se refería.
–Es un hombre temperamental, ¿eh? –comentó Gabe, con cierta indiferencia.
–Como la mayor parte de los hombres que he conocido –respondió Jane suavemente.
–Te refieres a los que has conocido en la cocina, por supuesto –replicó Gabe desafiante.
–Por supuesto –respondió ella secamente.
Gabe se echó a reír, sacudiendo ligeramente la cabeza.
–Me alegro de volver a verte, Jane Smith –dijo con voz ronca.
Jane no estaba muy segura de lo que sentía al estar nuevamente cerca de él. El pulso se le había acelerado considerablemente al ver lo atractivo y poderosamente masculino que estaba con aquel traje. Al mismo tiempo, todavía temía lo que Gabe podía haber averiguado sobre ella durante la visita que había hecho a sus padres. Y no podría decir cuál de esos dos sentimientos era más fuerte.
–¿Cómo están las flores? –preguntó Gabe ante su continuado silencio–. ¿O las regalaste en cuanto me fui?
Jane miró a Felicity y a Richard. Ambos parecían estar concentrados en sus respectivas cartas. Pero Jane estaba segura de que Felicity no se estaba perdiendo detalle de aquella conversación.
En cuanto a las flores, en un primer momento Jane no estaba segura de si se refería a las flores que le había regalado a ella o a las que les había llevado sus padres. Afortunadamente, su pregunta lo aclaraba.
–Eso habría sido de muy mala educación, Gabe –le respondió fríamente–. Sobre todo teniendo en cuenta las molestias que te tomaste para entregármelas –señaló.
–Oh, no fue ninguna molestia en absoluto –respondió Gabe divertido–. Y además, conseguí que me invitaras a cenar después en tu casa.
¡Aquel hombre era terrible! Y por la sonrisa de Felicity, era evidente que había ganado el primer asalto.
–Es muy divertido cocinar en pareja –la efervescente Felicity ya no era capaz de seguir manteniéndose al margen de la conversación–. Nosotros solíamos hacerlo, ¿verdad? –se volvió sonriente hacia su marido.
Richard levantó la mirada de la carta.
–A juzgar por tu estado, todavía seguimos haciéndolo –bromeó.
Felicity se sonrojó intensamente.
–Estaba hablando de cocinar, querido –le reprendió entre risas.
Jane no pudo menos que admirar la evidente felicidad de aquella pareja. Felicity tenía la misma edad que ella y contaba ya con un marido maravilloso que la adoraba, dos hijas encantadoras y un tercer bebé en camino.
Jane había añorado todas aquellas cosas en otra época. Y, durante algún tiempo, incluso había llegado a pensar que realmente las tendría. Se entristeció al pensar en lo fugaces que habían sido sus sueños.
Pero se dio entonces cuenta de que Gabe estaba mirándola, arqueando las cejas con gesto interrogante mientras observaba las diferentes expresiones que cruzaban su rostro.
Jane recompuso sus facciones en su habitual inescrutable expresión.
–Creo que ya deberíamos pedir la cena –musitó, sonriendo a Vicenzo, que se había acercado a ellos y le había dirigido una amistosa sonrisa al reconocerla.
Pero la sonrisa de Jane tembló en sus labios cuando se volvió y comprobó que Gabe continuaba observándola. En aquella ocasión con una dura expresión, como si quisiera decirle que no le había gustado nada aquel intercambio de sonrisas con el camarero.
¿Pero qué demonios esperaba?, se preguntó Jane. Tenía veintiocho años, y el hecho de que los hombres la hubieran desilusionado no significaba que ellos hubieran dejado de coquetear con ella. Al fin y al cabo, él mismo lo había hecho en cuanto los habían presentado. Sin embargo, por su expresión parecía estar diciendo que era él el único hombre que tenía algún derecho a hacerlo.
Por otra parte, que a la mayor parte de los hombres les gustara flirtear, no significaba que quisieran ir más allá. Y Vicenzo era el primer ejemplo de ello. Jane sabía que adoraba a su esposa. Además, la propia Anna se encargaría de dejarle las cosas claras a su marido en el caso de que este se propusiera algo más que un inocente coqueteo.
Gabe despejó ligeramente el ceño al ver a Vicenzo hablando amistosamente con Jane. Y cuando esta lo miró con expresión burlona, se encogió ligeramente de hombros, como si quisiera decirle que admitía haberse equivocado.
Pero no era solo con Vicenzo con quien se había equivocado, decidió Jane irritada. Gabe no tenía ningún derecho a sentir celos de ningún hombre. Un ramo de flores y una cena compartida no le concedían ningún derecho sobre ella.
A medida que fue avanzando la cena, fue siendo más obvio para Jane que iba a ser prácticamente imposible sacar un tema tan