Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI. Luis Fernando arean Alvarez

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Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI - Luis Fernando arean Alvarez


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siendo mayor. ¡Para nada! Jamás he tenido un domingo por la tarde, antes de ir al despacho al día siguiente, la sensación tan horrorosamente nostálgica que sufría los domingos pensando en que tenía que volver al colegio la mañana del lunes. Y para qué te voy a contar cuando iba a empezar el colegio en septiembre. No tengo que decirte más.

      Respecto a lo que estaba viviendo en el aeropuerto, uno siempre piensa que una situación no puede ir a peor. Es lo que yo creía viéndome con una imagen tan ridícula con mi pegatina en una cola de cuarenta personas desconocidas, algunas españolas y la mayoría de Panamá, todas con una sonrisa impostada intentando ser agradables.

      Pasado el check-in, que por cierto duró un par de horas porque solo podíamos pasar por una fila de grupos, llegó el momento de ir hacia la puerta de seguridad.

      Unos meses atrás estaba viajando por el mundo con los miembros de la banda Queen, acompañando a Brian May y Roger Taylor a estrenos de We Will Rock You, al gran concierto que Nelson Mandela dio en Ciudad del Cabo y a presentaciones de patrocinios en Londres, y, en cuestión de días, por un revés de la vida, me veía haciéndolo como lo que parecía una excursión escolar.

      Cuando estás acostumbrado a volar solo y no esperar colas de grupos, esas horas para hacer check-in me hacían adivinar lo que podía ser el viaje al completo. ¡Un tostón!Y fue entonces cuando se produjo el encuentro por primera vez con el padre Majadas. Te cuento la situación.

      Había dos personas colocadas en nuestro camino hacia las puertas de seguridad, una enfrente de la otra, pidiéndonos que los que lleváramos el distintivo de la Escuela Bíblica pasásemos entre ellas como si fuese un «callejón humano» del colegio, donde te obligaban a atravesarlo para darte collejas.

      Justo cuando estaba a punto de traspasar la puerta, me detuvo un hombre calvo con gafitas de intelectual y me dijo:

      —¡Hola! Soy el padre Majadas. Tú eres el número dieciocho. Por favor, pasa por aquí.

      Inmediatamente después le dijo a Daniela, que venía detrás.

      —¡Hola! Soy el padre Majadas, y tú eres la número diecinueve. Por favor, pasa por esta puerta.

      Así, sucesivamente, fuimos pasando uno detrás de otro hasta completar los cuarenta que viajaríamos juntos. Se notaba que muchos del grupo ya conocían al padre Manuel Majadas, o, mejor dicho, como a él le gustaba que le llamasen, padre Majadas. Todos manifestaban un verdadero afecto hacia él. Parecía una buena persona, pero durante los doce días que duraría el viaje a mí lo último que me apetecía era dedicar tiempo para averiguarlo.

      Una sensación interior me decía que tenía que haber hecho caso a mi instinto y no haber emprendido el viaje. Cierto es que lo ocultaba por no aguar la fiesta a mi hija y al resto de pasajeros que venían con nosotros. Siempre he sabido que todas las personas en este mundo son genios en algo, y nuestra genialidad radica en descubrir dónde está la de los demás.

      Por eso, por dentro me picaba la curiosidad de intentar averiguar dónde estaba la genialidad de este padre al que la mayor parte del grupo le manifestaba un cariño tan especial. Siempre intento no prejuzgar a las personas.

      No juzgues para que no seas juzgado, porque con el juicio que hagas se te juzgará a ti y con la medida que midas se te medirá a ti.

      SAN MATEO

      POR FIN DESPEGAMOS

      Tuve la suerte de que en el avión me tocara sentarme al lado de Daniela. Parecía que las cosas se relajaban, pero cuando pensaba que el grado de frikismo del grupo ya había tocado techo, el padre Majadas empezó a entonar las estrofas de La paz esté con nosotros, pidiéndonos a todos que, por favor, las memorizáramos para cuando subiéramos al autobús la cantáramos juntos. Creo que no hace falta que te diga qué cara puse y las ganas que yo tenía de practicar esos «cánticos de alegría».

      Mientras los demás la tarareaban, a mí me venían continuos recuerdos de las vicisitudes que me habían ido ocurriendo a lo largo de la vida para llegar a ese día. Hice un repaso a todo mi pasado.

      Había luchado mucho para llegar hasta donde había llegado, y rememoré mis inicios viajando en una furgoneta con mi familia, recorriendo colegios, haciendo infantiles, instalando y desinstalando decorados, haciendo de chófer, actor y montador. Tan pronto estaba disfrazado de Pinocho como de príncipe, sapo, oso o chambelán. Recordé los miles de kilómetros que hacíamos de ciudad en ciudad, el frío, el calor, las noches sin dormir, los días sin comer, los veranos sin descanso y los inviernos agotadores. Recordé también cómo conseguí convencer a una gran artista para hacer La Cenicienta, mi primer gran show de teatro, cómo logré los derechos de 101 dálmatas, los de El Zorro, Spiderman y otros tantos que siguieron. Esto que se escribe en unas pocas líneas fueron años de trabajo, horas de reuniones y días sin descanso. Y aun así, después de todo, me encontraba en esa situación. Siempre había creído que aquello me daría la felicidad y ahora me daba cuenta de que no había sido así.

      Repetidas veces me venía a la cabeza la respuesta del famoso actor Jim Carrey en una entrevista cuando le preguntaron sobre la felicidad. Él dijo que habría que buscarla en otro sitio que no fuera el dinero, el reconocimiento y el éxito, y que cada persona solo la podría encontrar en su interior.

      El hombre no puede apropiarse de nada si no le es dado del cielo.

      SAN JUAN

      UNA LECCIÓN INOLVIDABLE

      Al despertarme después de una pequeña siesta, la vida me tenía preparada una de las enseñanzas más bonitas y más importantes que he aprendido nunca.

      Se acercó una azafata a una monja que iba en nuestro grupo, justo en la fila anterior a nosotros, exactamente en el asiento que había delante de mi hija Daniela. La auxiliar empezó a hablarle en inglés, pero ella la miraba sin entender nada. Me ofrecí para traducirle, y, obviamente, la monja aceptó. Tenía una cara que transmitía muchísima paz.

      La azafata me pidió que le comunicara que su equipaje no había salido de Madrid y que se lo mandarían a alguno de los hoteles en los que nos alojaríamos en el destino en los próximos días. Me imaginaba el grandísimo disgusto que se iba a llevar cuando se lo notificara, pero para mi sorpresa ella tan solo me dijo:

      —Muchas gracias por traducírmelo.

      La hermana mantuvo la misma sonrisa que llevaba antes de recibir la noticia.

      —¿Me ha entendido bien? Su maleta no va a estar cuando aterricemos —le repetí cuando la azafata se había marchado.

      Se veía por sus facciones que no era española y pensé que tal vez no me había entendido tampoco. En efecto, no lo era, pero lo había entendido perfectamente. Y con un español con acento, me contestó con un pasaje del Evangelio.

      Si quieres ser perfecto, dijo Jesús, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.

      SAN MATEO

      Pero no terminó aquí su reflexión.

      —Si eres capaz de aceptar con fe lo que la vida te da, sabiendo que todo es por tu bien y que todo sigue los cánones de los mandamientos de Dios, serás capaz de caminar siempre con una sonrisa.

      Que tu buena actitud cambie el mundo.

      No dejes nunca que el mundo te cambie a ti.

      No pude evitar mostrar mi admiración y a la vez mi sorpresa, puesto que la reacción que la hermana tuvo no era para nada la que se espera de alguien que recibe una noticia como aquella.

      El padre Majadas, que desde su asiento había visto y escuchado todo lo que había sucedido, se levantó y dijo en voz alta, dirigiéndose al grupo.

      —Con lo que acaba de pasar con la hermana me ha venido a la cabeza una historia que contaros, una divertida que voy a llamar «Ve por la


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