E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


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encantaría tener nietos –reconoció su madre, sonriendo de nuevo–. Imagínate, tu familia podrá venir a verme al rancho.

      Aquella era su particular visión del infierno, pensó Rafe sombrío.

      –Claro, mamá. Será maravilloso –decidió retomar el tema de conversación inicial–. ¿Estás segura de lo del rancho? ¿De verdad quieres quedarte a vivir aquí?

      –Sí, quiero vivir en el rancho. Tener animales y un huerto en el que poder cultivar frutas y verduras.

      –No creo que eso sea fácil con las cabras alrededor.

      –Seguro que Heidi y yo conseguiremos ponernos de acuerdo.

      Rafe no se molestó en decirle que Heidi y su abuelo no iban a representar ningún problema. Al igual que Nina, Dante era el mejor en lo que hacía. Al final, solo habría un ganador, y, por supuesto, no iba a ser Heidi con sus cabras.

      –¿El rancho no tiene cerca de cuatrocientas hectáreas?

      May se encogió de hombros.

      –No estoy segura. Sé que la cantidad de tierra es más que suficiente.

      A lo mejor se le ocurría algo que hacer con ellas, se dijo Rafe. De modo que quizá aquello no fuera una pérdida de tiempo. Porque no estaba dispuesto a marcharse hasta que May no hubiera conseguido convertirse en la propietaria del rancho.

      Se levantó, hizo incorporarse a su madre y la abrazó.

      –De acuerdo, entonces –le dijo–. Si quieres ese rancho lo tendrás, cueste lo que cueste.

      Heidi se alegró de que no le temblaran las manos mientras servía el café en las cuatro tazas que había en la mesa. May, fiel a su promesa, había concertado una reunión. Apenas veinte horas después de haberse encontrado en el juzgado, estaban en la cocina de Heidi a punto de tomar una decisión que podía cambiar su vida para siempre. Se decía a sí misma que no debía ser tan dramática, pero era incapaz de reprimir la sensación de pánico. Era cierto que la jueza le había dado una tregua, pero aun así, todavía podía perder el rancho. ¿Y entonces, qué? ¿Adónde irían Glen y ella?

      Aquellas eran preocupaciones de otro tiempo, se recordó a sí misma mientras se sentaba a la desvencijada mesa. De momento, iba a colaborar con May y a averiguar cómo conseguir doscientos cincuenta mil dólares en aproximadamente tres semanas.

      –Muchas gracias por invitarnos –le dijo May, sonriéndole.

      –Eres más que bienvenida en esta casa.

      Heidi intentó sonreír e ignorar la expresión desafiante de Rafe.

      Aquella era la primera vez que estaba en una habitación relativamente pequeña con aquel hombre y le irritaba descubrir que ocupaba tanto espacio. Tenía los hombros tan anchos que desbordaban el respaldo de la silla. No era capaz de fijarse en nada que no fuera él y eso la frustraba y le hacía desear fingir que no estaba allí. Una tarea imposible. Se sentía completamente cautiva de aquella mirada oscura.

      –He decidido quedarme en Fool’s Gold –continuó explicando May, aparentemente ajena a aquellas malas vibraciones.

      Quizá fuera porque Heidi era la única que las estaba sintiendo. A lo mejor Rafe era un hombre arisco por naturaleza y apenas fuera consciente de su existencia. A lo mejor...

      «Tranquilízate», se ordenó a sí misma, obligándose a concentrarse en May.

      –Tengo muchos recuerdos de este rancho –continuó diciendo May.

      –Es un verdadero hogar para una familia –reconoció Glen–. Agradecemos que tengas la voluntad de que podamos solucionar este problema de manera amistosa.

      –Por supuesto. Estoy segura de que tiene que haber una solución que no suponga una decepción para ninguno de nosotros.

      Rafe musitó algo que Heidi no fue capaz de comprender, pero estaba convencida de que no era nada relativo a un posible acuerdo amistoso.

      May le dirigió a su hijo una mirada de advertencia y se volvió después hacia Heidi.

      –¿Crees que podríamos dar una vuelta por el rancho? Me encantaría ver los cambios y entender algo más sobre tu negocio.

      –Eh..., sí, claro –Heidi habría preferido darle la dirección de vuelta a San Francisco, pero no era una opción–. ¿Cuándo te apetecería hacerlo?

      –¿Ahora, por ejemplo?

      Glen se levantó en aquel momento.

      –No hay nada mejor que poder pasar un buen rato con una mujer atractiva.

      Rafe elevó los ojos al cielo.

      –Qué halagador –musitó May.

      Heidi se descubrió del lado de Rafe en aquella ocasión. Los intentos de seducción de Glen no iban a ayudarlos nada. Hablaría con él más adelante, después de la gira por el rancho.

      Ella también se levantó.

      –La verdad es que no hay mucho que ver –comenzó a decir–. Las cabras y el corral en el que están y, por supuesto, los establos.

      –Y no te olvides de las cuevas –le recordó Glen. Apartó la silla de May–. Hay cientos de cuevas. Probablemente los nativos las utilizaban como refugio. Podrían ser un auténtico tesoro.

      Heidi suspiró.

      –Me temo que no tienen mucho interés. Yo las utilizo para curar el queso. La temperatura es perfecta y no tengo que preocuparme por el espacio. Hay más que de sobra.

      Rafe se levantó.

      –Cabras y queso. Genial.

      –No tienes por qué venir con nosotros –le dijo Heidi–. A lo mejor prefieres quedarte aquí y llamar a tu oficina.

      Rafe arqueó una ceja, como si le sorprendiera que estuviera dispuesta a comprenderle. Heidi alzó ligeramente la barbilla. No estaba segura de que sirviera de mucho, pero hasta la más mínima ayuda psicológica sería bienvenida. Tenía la sensación de que Rafe no solo tenía muchos más recursos en el campo de batalla, sino que además estaba acostumbrado a ganar a cualquier precio. Y lo más parecido a un buen combate a lo que se había enfrentado Heidi había sido a capturar a Atenea cuando se escapaba.

      –No me gustaría perderme el hallazgo de algún tesoro.

      Y entonces, advirtió Heidi, sonrió por primera vez. Por un instante, le pareció una persona accesible, atractiva e increíblemente sexy. Deseó devolverle la sonrisa y decir algo gracioso para verle sonreír otra vez. Curvó los dedos de los pies y le entraron unas ganas sobrecogedoras de sacudir aquella melena que, en realidad, llevaba recogida en sus habituales trenzas.

      «¡Contrólate!». Rafe no era un hombre cualquiera con el que pudiera apetecerle coquetear. Era el enemigo. Era peligroso. Estaba intentando robarle su casa. El hecho de que pudiera desarmarla con una sonrisa solo era una prueba de lo patética que había sido su vida amorosa durante lo que le parecían décadas. Pero cuando todo aquello se solucionara, encontraría a un hombre bueno y atractivo y tendría una relación. Pero de momento, haría bien en recordar todo lo que estaba en juego y en actuar en consecuencia.

      Salieron de la casa y caminaron hacia la zona en la que vivían las cabras. Heidi había elegido una bonita zona para el rebaño. La mayor parte de las cercas del corral estaban todavía en su lugar, lo que le había permitido invertir casi todo el dinero en el cobertizo que ella llamaba «la casa de las cabras». Era una estructura sólida en la que solía ordeñarlas. Había espacio suficiente como para que se refugiaran cuando hacía frío o cuando alguna de ellas iba a dar a luz. Unas enormes puertas corredizas permitían que las cabras salieran y entraran a su antojo.

      May se reclinó contra la cerca y estudió a las cabras.

      –No son todas iguales.

      –No,


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