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miró a la perra, que movía felizmente la cola.

      –Creo que está sintonizando con la diva que lleva dentro. El año que viene a lo mejor visto a Atenea para que participe en el desfile.

      –Se comerá el vestido.

      –Es posible. Pero seguro que estará guapísima.

      Las calles estaban rebosantes de vecinos y turistas. Y aunque todavía faltaban un par de horas para las doce, el aroma de las barbacoas flotaba en el aire. Heidi olfateó con apetito.

      –Has dicho algo sobre la comida, ¿verdad? –le preguntó a Rafe.

      –No te preocupes, te invitaré a comer.

      Después de ordeñar, Heidi se había encontrado a Rafe sentado a la mesa de la cocina. Durante los fines de semana, el ritmo del rancho era diferente. Los hombres que trabajaban en la construcción tenían los dos días libres. Y aunque Rafe salía a montar a Mason y continuaba con sus proyectos, todo parecía ir mucho más despacio.

      Aquella mañana, cuando Heidi acababa de guardar la leche recién ordeñada en la nevera, Rafe la había sorprendido invitándola a ir a las fiestas con él. Y aunque desde el primer momento, ella había sido consciente de que aceptar era un riesgo, no había sido capaz de resistirse. De modo que allí estaban, fundiéndose entre la gente y disfrutando del desfile.

      Cuando terminó de pasar la última bicicleta, Rafe sugirió que dieran una vuelta por los puestos.

      –¿Estás seguro de que te apetece? –le preguntó Heidi.

      –Tengo ganas de hacer de turista.

      –Te creeré cuando te vea comprar un imán para la nevera.

      –A mi madre le encantaría.

      –May disfruta con todo.

      Rafe se echó a reír.

      –Prefiero ignorar la insinuación de que yo no.

      –No he dicho eso. Estoy segura de que también tú tienes tus buenos momentos.

      Continuaron caminando hacia los puestos. Cada vez había más gente a su alrededor. Los niños corrían entre la multitud. Cuando llegaron a una esquina, Rafe le agarró la mano y la atrajo hacia él.

      –Tengo que asegurarme de que no te pierdas.

      Solo estaba siendo amable, se recordó Heidi. Nada más. Pero al sentir sus dedos entrelazados con los suyos, en ella despertaba algo más que la amistad. Se sentía... bien. Le gustaba notar la fuerza de sus dedos, de su mano callosa. Era una mano más grande que la suya y, si se hubiera permitido un momento de debilidad femenina, hasta habría admitido que estando con él le entraban ganas de batir las pestañas y suspirar.

      Se recordó inmediatamente que Rafe no era un hombre para ella. Nunca lo sería. Él buscaba una mujer sofisticada. Una mujer que encajara en cualquier parte y tuviera un aspecto impecable. Una mujer que supiera siempre lo que debía decir. La idea que tenía Heidi de ir a la moda era dejarse el pelo suelto. Aunque, en teoría, sabía maquillarse, normalmente se conformaba con ponerse crema para el sol. Y elegía la ropa pensando en que tenía que empezar el día ordeñando cabras.

      –Cuéntame dónde conociste a tu esposa –dijo de pronto.

      Rafe la miró.

      –En el trabajo. En el primer trabajo que tuve al salir de la universidad. Ella estaba haciendo las prácticas con un hombre con el que mi jefe quería hacer negocios.

      –No suena muy romántico.

      Rafe sonrió.

      –No lo fue. Nuestros jefes no se ponían de acuerdo en los términos del contrato. Ansley y yo nos escapamos a la sala del café. Aquel día hice mi primer negocio. No fue muy importante, no gané mucho dinero, pero vi el potencial que tenía.

      Estaban al lado del parque. Heidi se dirigió hacia uno de los bancos y se sentó a su lado.

      –Déjame imaginarla: Ansley es alta, rubia y tiene una familia adinerada y de prestigio.

      Rafe se volvió hacia ella.

      –Tienes razón, en parte. Pertenece a una prestigiosa familia, pero es morena. Su familia había sido muy rica, pero perdió el dinero dos generaciones atrás. Ansley era una mujer ambiciosa. Eso era algo que los dos teníamos en común. Le pedí que saliera conmigo y aceptó.

      –¿Y después te enamoraste locamente de ella?

      –Después comencé a conocerla. No hubo nada «loco» entre nosotros. Nos movíamos en un terreno seguro que debía permitirnos iniciar una vida en común. Compartíamos los mismos valores, los dos queríamos tener hijos y dejar una huella en el mundo –fijó la mirada en el vacío–. Nos casamos. Todo parecía ir bien, hasta que Ansley me dijo que no estaba enamorada de mí y que todo había terminado.

      Se encogió de hombros.

      –Entonces me di cuenta de que en realidad no me importaba perderla.

      El único amor romántico que Heidi había visto había ido creciendo con el tiempo. La pasión se había desbordado hasta el punto de hacer imposible cualquier pensamiento racional. No era eso lo que Heidi quería. No quería ser consumida por sentimientos que no podía controlar.

      Rafe volvió a fijar en ella su atención.

      –¿Y qué me dices de ti? ¿Algún lugareño te robó el corazón?

      –No, suelo evitarlos.

      –Ahora estás conmigo, y tú dices que soy uno de ellos.

      –Pero tú no tienes ningún interés en mí.

      Rafe arqueó una ceja, pero no respondió.

      –Entonces, ¿quién fue? Supongo que debía de ser algún feriante. A no ser que sea Lars. Y, en ese caso, creo que tienes una oportunidad.

      Heidi le dio un golpe en el brazo.

      –Deja en paz a Lars. Se porta muy bien conmigo. Y no ha habido nadie especial. He salido con chicos, pero nunca ha sido nada serio. En un par de ocasiones pensé que la relación podría ir un poco más lejos, pero no fue así.

      Para ser sincera, nunca había experimentado el vacío en el estómago y el intenso anhelo de los que le hablaba Melinda. Ni el sentimiento de querer estar con su chico aun a sabiendas de que era malo para ella, como le había ocurrido a Nevada el verano anterior.

      Eso había sido antes de que Tucker entrara en razón y admitiera que estaba completamente loco por ella, claro. La aterradora verdad era que lo más cerca que había estado de sentir aquella especie de descontrol emocional había sido al pensar en Rafe.

      –A lo mejor tengo algún problema –admitió.

      –A lo mejor el amor es un mito –respondió Rafe.

      –Es imposible que tú creas eso. Mira a tu madre y lo mucho que quiso a tu padre. Han pasado veinte años y sigue siendo incapaz de enamorarse de nadie.

      –De acuerdo, estoy dispuesto a aceptar que los sentimientos de mi madre son sinceros. Pero nombra a otras tres personas de las que pueda decirse lo mismo.

      –Se me ocurren más de tres. Las trillizas Hendrix se enamoraron y se casaron el año pasado. Tú mismo mencionaste a su hermano Ethan, dijiste que estaba locamente enamorado de su esposa. Y su madre está felizmente casada. Años después de haber enviudado, se casó con el que había sido su primer amor, y eso que habían pasado más de treinta años separados. El amor es un sentimiento real.

      A lo mejor era solo para los incautos, pensó con nostalgia. A lo mejor ella tenía demasiado miedo de enamorarse de nadie.

      –No te pongas triste –le dijo Rafe, se inclinó hacia ella y la besó.

      Heidi era consciente de que había gente paseando a solo unos metros de distancia, del sonido de la banda de música que tocaba


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