Nunca es tarde para amar. Marie Ferrarella

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Nunca es tarde para amar - Marie Ferrarella


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al son de esa música silenciosa e intentó alegrarle el ánimo.

      –Si esto es contenida, qué el cielo ayude al hombre que te suelte.

      «Era realmente encantador», pensó Margo. Y, lo supiera o no, hacía maravillas para su ego. Era lo que necesitaba en ese momento, a medida que la soledad penetraba en su interior sin importar sus esfuerzos por bloquearla.

      –El cielo tiene poco que ver con ello, Bruce. O conmigo –le guiñó un ojo–. Al menos eso es lo que dijo mi padre la última vez que lo vi.

      –¿Cuándo fue?

      Si Margo cerraba los ojos aún podía ver la fría mirada de desaprobación y condena en los ojos verdes de Egan McCloud cuando le ordenó que se marchara. Ningún instrumento conocido por el hombre podía medir la profundidad de esa frialdad.

      Respiró hondo antes de contestar, sin que su sonrisa titubeara en ningún instante. Comenzó a notarse a los cuatro meses. A los cinco, su padre ya no creyó que fuera un problema de peso.

      –Cuatro meses antes de que naciera esa hermosa joven con el vestido de novia.

      Bruce sintió que el cuerpo de ella se ponía tenso. Fue algo ínfimo, pero no le cupo ninguna duda.

      –¿No lo has visto desde entonces?

      –No con vida –Margo sacudió la cabeza y deseó que el recuerdo no doliera tanto. Había regresado del funeral y nunca más volvió a derramar una lágrima–. No quiso saber nada de mí. Era un hombre muy temeroso de Dios, y creo que me consideraba como un terrible fracaso.

      «Creía lo que decía», se dio cuenta Bruce. Sus simpatías estaban completamente de su lado. Sabía lo que era anhelar la aceptación de alguien. En su caso él había buscado la de su hijo. La aceptación y el perdón de Lance. Había tardado en conseguir las dos cosas. Y no es que lo culpara. Sintiéndose a la deriva tras la muerte de su esposa, había dejado que Bess criara a Lance. No había comprendido cómo su marcha había afectado a Lance. De forma inconsciente, la estrechó un poco más en sus brazos.

      –Puede que esté un poco fuera de lugar diciendo esto, pero creo que a tu padre le habría ido mucho mejor contigo y consigo mismo si a cambio hubiera sido un hombre que amara a Dios –la sonrisa que Margo le ofreció le recordó a las libélulas que iluminan el cielo de junio. Incluso creyó ver un matiz de gratitud en ella.

      –Por el bien de Melanie, espero que Lance salga a ti –para ser un hombre reservado, sabía cómo expresar una frase.

      –Lance hace tiempo que siguió su camino como para ser todo lo opuesto a lo que soy yo –el comentario hizo resonar algo que hasta hace poco había sido muy doloroso–. No fui un buen padre.

      –Estoy convencida de que si tus sentimientos tienen alguna base real, hubo circunstancias atenuantes –no había nada más inútil que lamentar cosas que no se podían cambiar.

      –Dime, ¿eres siempre tan abierta mentalmente? –cambió de tema; era la boda de Lance, no el momento de hablar sobre la muerte y cómo le había quemado el corazón, dejando sólo cenizas.

      –Algunas personas consideran que es mi mejor rasgo.

      Bruce no estaba seguro de eso. Si se lo hubieran preguntado, le habría resultado difícil decir cuál era el mejor rasgo de Margo. Era hermosa de un modo cálido. Aunque se suponía que la apariencia no importaba. Hacía tiempo que había aprendido que la transitoria belleza exterior tenía poco peso, aunque debía reconocer que la madre de Melanie era un festín para la vista. Y su manera de ser, abierta, cálida, sensualmente encantadora, multiplicaba por diez ese festín.

      –Yo no diría eso –comentó.

      –¿Oh? –sus ojos penetraron en su alma–. ¿Y qué dirías tú?

      –Que tengo el placer de saber que yo no sería el único hombre que no sabría qué decir a tu lado.

      –Para un hombre «tímido», lo haces muy bien, Bruce. Y para lo que pueda servir, de verdad espero que Lance sea como tú.

      –Gracias a Melanie tendré la oportunidad de averiguarlo de primera mano –vio la pregunta en los ojos de Margo–. Lance y yo nos reconciliamos por Melanie. Por lo que sé, no dejó de insistirle en ello, haciendo que resultara más fácil para mí cuando al fin hablamos. Hiciste un trabajo espléndido educándola.

      Margo sólo había supervisado el proceso. En realidad, Melanie jamás necesitó guía. Era inherentemente buena. Jamás le dio motivos de preocupación, salvo cuando padeció la difteria. Siempre había sido el tipo de hija con el que sueñan todas las madres. Pero no pensaba aburrir a Bruce con los detalles.

      –Tuve ayuda –resumió.

      –¿Tu marido? –fue la suposición lógica de Bruce.

      –Mi tía –¿marido? Esa sí que era una buena broma.

      –Imagino que tenemos eso en común. Lance fue criado por su tía Bess, mi hermana. Es aquella que está bailando allí –señaló–. Te la presentaré luego. Se ocupó de Lance al morir mi esposa.

      –El padre de Melanie realizó un fantástico acto de desaparición en cuanto supo que quince minutos de placer darían como resultado dieciocho años de compromiso –«si iba a ser familia», decidió Margo, «no habría secretos».

      –¿Estaba ciego? –la revelación lo sorprendió. Bruce no imaginaba a nadie en su sano juicio abandonando a Margo.

      –No –rió en voz baja–, era frío y estúpido –siempre que pensaba en Jack no sentía nada. Ni dolor ni ira, nada. Le había costado llegar hasta eso–. De ser ciego, no habría podido ver el camino que lo sacó de mi vida. Pero Jack fue muy estúpido porque se perdió una experiencia maravillosa. No habría cambiado ser la madre de Melanie, ni un sólo minuto, por nada del mundo, incluido un matrimonio fantástico –ya había hablado bastante de sí misma–. Lo cual, a propósito, es algo que Melanie y Lance van a tener. Está loca por él.

      –Y él por ella. Los dos, de hecho. Lance está convencido de que Melanie ha sacado lo mejor de él y, aunque la conozco desde hace pocos meses, es algo que corroboro.

      A Melanie le sorprendió que ni su madre ni Bruce parecieran notar su aproximación. Pero el hecho de que aún siguieran bailando le indicó que iban de camino hacia un mundo propio. Un vistazo a Bruce le bastó para saber que su madre volvía a tejer su magia. Esperó que en esa ocasión se viera atrapada en sus propias redes.

      Pero ese no era el estilo de su madre.

      Apoyó una mano en el hombro de cada uno. Bruce se mostró asombrado de verla, su madre puso expresión divertida.

      –¿Nadie os ha dicho que la música paró hace unos minutos?

      –Sólo la música que se puede oír, cariño –sonrió Margo. Algún día Melanie lo descubriría. Despacio separó la mano de la de Bruce–. Pero no queremos darles algo de lo que hablar, ¿verdad?

      –Eso depende de lo que digan –Bruce fue reacio a romper el contacto. Escoltó a Margo fuera de la pista con un brazo sobre sus hombros.

      Melanie miró a los dos. Sintió una fugaz sensación de incertidumbre. Nunca había interferido en la vida de su madre. Todo se lo debía a ella, y, con excepción de Lance, no había nadie a quien quisiera tanto. Pero Bruce era su suegro. Más un padre, en realidad. Aunque sólo lo conocía desde hacía unos meses, se sentía protectora con él. En el fondo, era un hombre dulce que podía confundir el estilo de su madre. No quería que ninguno saliera herido.

      –¿Puedo robarte a mi madre durante unos minutos, papá? –se disculpó, asiendo la mano de ella.

      –Me da la impresión de que tu madre es independiente –la sonrisa que recibió le indicó que Margo le agradecía que lo hubiera reconocido–. Sólo se dejaría robar si así lo deseara. Lo que alguien tenga que decir al respecto no entra en sus planes –la sonrisa de Margo se hizo más sexy.

      –Sólo


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