Tres años después - Por un escándalo. Andrea Laurence

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Tres años después - Por un escándalo - Andrea Laurence


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salidas del corazón. Sin duda, ella no tenía ni idea de lo mucho que le costaba pedirle a nadie que fuera su esposa, sobre todo, a una mujer que ya lo había abandonado una vez.

      –¡Hablo en serio! –exclamó él, pero solo logró hacerla reír con más fuerza. Armándose de paciencia, se recostó en su asiento y esperó a que se le parara–. Cásate conmigo, Sabine.

      –No.

      Aquella firme y decidida negativa fue peor que su risa.

      –¿Por qué no? –quiso saber él, ofendido. Era un gran partido. Cualquier mujer debería estar agradecida por una proposición así.

      Sabine sonrió y le dio una palmadita tranquilizadora en la mano.

      –Porque tú no quieres casarte conmigo, Gavin. Quieres hacer lo correcto y darle un hogar estable a tu hijo. Un sentimiento muy noble, de verdad. Te lo agradezco, pero no voy a casarme con alguien que no me ama.

      –Tenemos un hijo.

      –Esa no es razón suficiente para mí.

      –¿No es razón suficiente convertir a Jared en hijo legítimo? –preguntó él, sin dar crédito.

      –No estamos hablando de la sucesión al trono de Inglaterra. Y hoy en día, no pasa nada por ser hijo de madre soltera. Si quieres formar parte de su vida, eso es suficiente para mí. Lo único que quiero de ti es que le dediques tiempo de calidad.

      –¿Tiempo de calidad? –repitió él, frunciendo el ceño. Casarse le parecía una manera más fácil de hacer las cosas.

      –Sí. Si estás dispuesto a casarte con la madre de tu hijo a pesar de que no la amas, deberías estar dispuesto a dedicarle tiempo a Jared. No voy a presentarle a su padre para que sigas trabajando hasta medianoche y lo ignores. Jared está mejor sin padre que con uno que no quiere esforzarse por él. No puedes perderte sus cumpleaños, ni sus partidos. Tienes que presentarte siempre que hayas quedado con él. Si no puedes ser su padre al cien por cien, es mejor que no te molestes.

      Sus palabras le resultaron a Gavin demasiado duras. Él no consideraba a sus progenitores malos padres, sino personas ocupadas. Aunque sabía lo que se sentía al ser el último en su lista de prioridades. Miles de veces se había sentado a esperar a sus padres frente a la entrada de casa, en vano. Y otras tantas los había buscado entre la multitud en sus partidos de fútbol, rezando por que hubieran ido a verlo, sin éxito.

      Siempre se había dicho que no repetiría con sus hijos los mismos esquemas. Sin embargo, a pesar de que había visto a Jared y estaba decidido a reclamar un lugar en su vida, no tenía mucha idea de qué iba a hacer con él.

      Sabine tenía razón. Era un completo ignorante en ese terreno. Por reflejo, lo primero que haría sería entregárselo a alguien que supiera cuidar niños y continuar centrándose en su negocio.

      Justo lo que Sabine temía.

      Era lógico, por otra parte. Gavin se había pasado la mayor parte de su relación debatiéndose entre el trabajo y ella. Nunca había logrado encontrar un equilibrio. Con un niño, sería todavía más difícil. En parte, esa era la razón por la que nunca había pensado en formar una familia. Su prioridad era el trabajo y no podía negarlo.

      No obstante, ya no podía elegir. Tenía un hijo, quisiera o no. Y tendría que encontrar la manera de dirigir su imperio sin defraudarlo. No estaba seguro de cómo, pero lo conseguiría.

      –Si os dedico tiempo de calidad, ¿me dejarás ayudarte?

      –¿Ayudarme con qué?

      –Con todo, Sabine. Si no te quieres casar conmigo, al menos, deja que te compre un piso bonito en la ciudad. En la zona que más te guste. Deja que pague la educación de Jared. Podemos inscribirle en la mejor escuela. Puedo contratar a alguien para que te ayude con la casa, alguien que limpie y cocine y recoja a Jared del colegio, si tú quieres seguir trabajando.

      –¿Y por qué ibas a hacer eso? Lo que estás sugiriendo te costaría mucho dinero.

      –Quizá, pero merece la pena. Es una inversión en mi hijo. Hacer tu vida más fácil, te hará más feliz. Estarás más tranquila para cuidar a nuestro hijo. Él podrá pasar más tiempo jugando y aprendiendo que sentado en el metro. Además, si vivís en Manhattan, será más fácil para mí verlo a menudo.

      Gavin adivinó que las defensas de Sabine comenzaban a tambalearse. Era una mujer orgullosa y no estaba dispuesta a admitir que era difícil criar a un hijo sola. Los niños necesitaban tiempo, dinero y esfuerzo. Ella ya había renunciado a la pintura. Sin embargo, sabía que convencerla no sería fácil.

      Él conocía a Sabine mejor de lo que ella creía. No era la clase de chica ansiosa por cazar a un hombre rico y ascender en la escala social. Por eso, no le cabía ninguna duda de que Jared había sido un accidente. Y, a juzgar por la cara que ella había puesto al verlo en su casa, ella habría preferido que su padre hubiera sido cualquiera menos él.

      –Poco a poco, por favor –pidió ella. Su expresión estaba impregnada de tristeza.

      –¿Qué quieres decir?

      –En menos de dos horas, te has encontrado con que tienes un hijo y casi una prometida. Es un gran cambio para ti, igual que para nosotros. Es mejor no apresurarse –opinó ella con un suspiro–. Hagamos las pruebas de ADN, para que no quepa ninguna duda. Luego, podemos hablarle a Jared de tu existencia y contárselo a nuestras familias. Después, es posible que nos mudemos para estar más cerca de ti. Pero son decisiones que deben tomarse con calma, no en cuestión de minutos –propuso, y se miró el reloj–. Tengo que entrar.

      –De acuerdo –repuso él, salió del coche y dio la vuelta para abrirle la puerta.

      –Mañana tengo el día libre. Puedes pedir cita para hacer la prueba de paternidad, llámame o mándame un mensaje y nos veremos allí. Mi número es el mismo. ¿Todavía lo tienes?

      Claro que lo tenía. Gavin había estado a punto de llamarla cientos de veces después de su ruptura. Pero era demasiado orgulloso para hacerlo. Además, no había tenido sentido intentar convencerla de que hubiera vuelto, cuando ella no había querido estar con él.

      En ese momento, sin embargo, se arrepintió de no haber intentado arreglar las cosas. Podía haber buscado más tiempo para ella. Así, tal vez, habría estado allí para escuchar el primer llanto de su bebé. Y, quizá, la madre de su hijo no se habría reído en su cara ante su proposición de matrimonio.

      –Sí.

      Sabine asintió y, despacio, comenzó a caminar hacia la entrada del centro de yoga.

      –Nos vemos mañana –dijo ella, girándose desde la puerta.

      –Hasta mañana –se despidió él.

      Gavin percibió una tristeza en su expresión que no le gustó nada. Siempre había sido una mujer vibrante y llena de entusiasmo. Cuando lo había conocido, le había hecho abrir los ojos y descubrir que la vida era mucho más excitante que sus aburridos negocios. Desde que se habían separado, no había dejado de echarla de menos.

      En el presente, lo lamentaba más que nunca. No solo por su hijo, sino porque Sabine parecía una sombra de la mujer que había conocido.

      –Lo siento, Gavin –murmuró ella, antes de darse media vuelta y entrar en el centro donde daba sus clases.

      Ella lo sentía. Y él, también.

      Gavin llegó a la oficina a la mañana siguiente antes de las siete. Los pasillos estaban silenciosos y desiertos. Su gran despacho había pertenecido a su padre y a su abuelo antes que a él.

      Su bisabuelo había fundado la compañía en 1930. Había empezado siendo un servicio local de transportes pero, enseguida, había comenzado a utilizar trenes, camiones y aviones para llevar sus paquetes a todo el mundo. Desde entonces, la empresa siempre había estado en manos de los Brooks. Todo en


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