Aprender a preguntar. Carmen Valls Ballesteros

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Aprender a preguntar - Carmen Valls Ballesteros


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que ayudan a los hijos a crecer sanos emocionalmente. Por esto, como dice Neville Symington, la experiencia compartida es la principal medicina para la salud emocional.

      Partimos, por tanto, en este libro de esa capacidad de los grupos humanos para actuar como motor del desarrollo de sus miembros a través de la estimulación de esta función transformadora.

      Ofrecemos un manual que se basa en el valor que tienen las preguntas para el desarrollo de la capacidad intelectual y emocional de las personas, como generadoras de conciencia, de perspectiva, de autoconocimiento. Creemos firmemente que este manual es una aportación, pequeña, sencilla, pero valiosa, para cambiar el mundo.

      Las preguntas, como ya nos enseñó Sócrates, ayudan a romper con la conformidad indiscriminada y desarrollan pensamiento crítico, contribuyendo a gestar personas responsables de sus pensamientos, emociones y acciones.

      Como dice Romano Guardini en su libro La muerte de Sócrates, el método socrático se basa en formular preguntas que enfocan hacia la reflexión sin tratar de influir en el otro, siguiendo la imagen clásica de la partera que ayuda a alumbrar el pensamiento, contribuyendo a:

      • Conocerse más uno mismo.

      • Fomentar pensamiento autónomo y crítico.

      • Propiciar la madurez intelectual y moral.

      Desde nuestra experiencia, si las preguntas las formulamos en grupo, además, incrementamos su valor como motor de mejora de la capacidad de los grupos para desarrollar su poder transformador. Los espacios azules transforman interna y externamente.

      Como dicen Linda Elder y Richard Paul en su libro El arte de formular preguntas esenciales, la calidad de nuestro pensamiento está relacionada con las preguntas que nos formulamos. Las preguntas nos ayudan a establecer conexiones entre diferentes ideas propias, entre nuestras ideas y las ideas de los otros, entre lo que pensamos y lo que sentimos, y entre lo que sentimos y lo que hacemos. Las preguntas son herramientas imprescindibles para ayudarnos a desarrollar autoconocimiento y autoconciencia.

      Las preguntas formuladas en espacios grupales de respeto y libertad generan una capacidad profunda de que las personas se vinculen, sacando a la luz aspectos esenciales de la convivencia, conectando con la verdad y produciendo apertura y esperanza en relación con la vida del grupo y la superación de conflictos y dificultades.

      Los grupos que se preguntan juntos y comparten sus respuestas en un clima de conexión generan una comprensión profunda que los fortalece y que refuerza las capacidades del propio grupo y de cada uno de sus integrantes. A través de las preguntas se produce un ambiente que estimula el crecimiento.

      Las preguntas en grupo ayudan a abrir espacio mental y perspectiva. Los grupos que desarrollan esta perspectiva pueden revisarse a sí mismos y sentar las bases para crecer y mejorar. Las preguntas son la fuerza que propulsa el pensamiento emocional y ayudan a desarrollar profundidad tanto en los procesos relacionales como en los procesos de pensamiento dentro del grupo.

      Se trata de formular preguntas que ayuden a los integrantes de los grupos a exponer su verdad y escuchar la verdad de los otros, desarrollando una mirada profunda. Sabemos que el pensamiento se desarrolla en base a establecer contacto con la verdad, mientras que el uso de mentiras constituye un veneno para la capacidad de pensar.

      Estos espacios azules conducidos por adultos que los faciliten —pueden ser padres, profesores o compañeros— constituyen experiencias grupales de acompañamiento, comprometidas con el desarrollo de las personas, que generan riqueza de intercambio y colaboración. Quizá estés pensando solo en grupos de niños, pero también estamos hablando del poder de trabajar así en los equipos de profesores, en las familias, como forma de crear comunidad y de aprender de cada experiencia vivida juntos.

      ¿Qué te vas a encontrar en este libro? Unos primeros capítulos que ayudan a conceptualizar el modelo emocional que subyace a todo lo que te proponemos.

      También encontrarás una parte en la que te dirigimos preguntas a ti, para conectarte con tu tarea y con tu rol docente, en relación con los chicos y en relación con sus familias.

      Y después, hemos clasificado las preguntas alrededor de determinados temas que consideramos de interés para alguien que quiere acompañar a sus grupos a pensar y crecer.

      Tendrás espacios donde escribir este libro junto con nosotras, donde convivirán nuestras preguntas con las tuyas, y con tus respuestas y reflexiones, con tus recuerdos de infancia. Queremos escribir este libro contigo. Queremos que este libro sea para ti un espacio azul.

      Bloque I.

      La pregunta como herramienta educativa

      Células de un mismo organismo

      Pensemos por un momento en un organismo vivo, es pura armonía, miles y millones de células cooperando para facilitar la vida y la evolución. Pensemos por un momento que nuestra sociedad es un organismo vivo. Esta sociedad puede ser tan grande como el Planeta o tan pequeña como mi comunidad más cercana. Si pensamos en nuestro centro educativo, cada uno de nosotros somos células cooperando para proteger la vida y facilitar que prospere.

      Cuando reflexionamos sobre nuestra misión como docentes o como padres o, si queremos, como médicos, policías, etc., nos llega la imagen de numerosas células del cuerpo humano colaborando para proteger la vida, para facilitar la evolución de una forma segura.

      Así vemos el papel del adulto en su relación de acompañamiento y cuidado de los niños, como células especializadas, al servicio de un mismo propósito: crear un lugar seguro para que los niños puedan vivir y crecer. Por ello, en este libro hablamos casi de forma mezclada o indistinta de padres y docentes. Al fin y al cabo, quizá unos sean células del cerebro y otros del corazón, o puede que unos sean del hígado y otros de los pulmones, pero, en definitiva, células cooperando en armonía para proteger y facilitar la vida.

      No podríamos pensar en un organismo donde las células del pulmón estuvieran en contra o no se entendieran con las del corazón o sería un organismo enfermo. Así, entendemos el rol de adulto como un rol de cuidador (como explicaba el Dr. James Bernstein), donde cada uno se ha especializado en una parte (profesores, padres, médicos), todos al mismo nivel. Es esta interconexión la que garantiza la vida.

      Si pensamos en nuestra sociedad o, si queremos, en nuestra comunidad educativa, nos gusta destacar la idea de que se diluya esta conciencia de “mis hijos”, “mis alumnos”, “mi colegio” para centrarnos en una cooperación colectiva donde los adultos hablan de “nuestros niños”.

      Pongamos un ejemplo: el año pasado, en mi urbanización, había un chico que comenzó a consumir drogas. Su comportamiento era huraño, incumplía las normas de convivencia de la urbanización…y, poco a poco, se fue generando una actitud de rechazo entre los demás vecinos adultos, no solo hacia el chico, sino también hacia sus padres, cuando habían sido personas muy integradas en la vida social de la urbanización. En una ocasión, encontrándome en una conversación vecinal, donde el tema de conversación era “este chico es malo”, comprendí que cuanto más hiciéramos crítica de esa familia, menos seguro iba a ser nuestro vecindario para este chico, esa familia y para nuestros propios hijos. Entendí que si un niño se “tuerce”, podemos pensar: “menos mal que no es el mío” o podemos pensar, “¿cuál puede ser mi contribución, como célula a este organismo para que siga creciendo en armonía?”.

      De repente, conectados con esta idea (solo algunos vecinos, es verdad), surgieron movimientos discretos por parte de unos y de otros, que fueron dando luz a los padres: un centro donde podían ayudar a su hijo, una actitud de seguir hablándoles a ellos y al hijo, …en fin, una serie de pequeños “milagros colectivos” que restablecieron la armonía.

      Comprendí que los límites de “mi familia”, “tu familia”, “yo no soy su profesor”, “yo soy su madre”, “tú no eres su padre”, …de repente perdían su sentido, y se me abría una forma de inteligencia colectiva que simplemente se ponía al servicio de crear espacios seguros para que los niños, los


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