Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley. Jaroslav Hašek

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Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley - Jaroslav Hašek


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orientó su indignación contra las autoridades de cualquier orden, ridiculizándolas en sus artículos y sus cuentos (para más tarde mofarse de ellas en Las aventuras del buen soldado Švejk), y también en sus actuaciones cabaretísticas en las que salía al escenario junto al antes citado humorista y escritor E. E. Kisch.

      El hecho de haber participado en un movimiento político le sirvió para escribir sobre su experiencia. En su colección de cuentos Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, una selección de los cuales constituye el presente volumen —la selección se ha hecho siguiendo el criterio de buscar los temas más diversos y descartando los que podrían resultar reiterativos—, dibujó una parodia de la atmósfera política y social del momento, y salvo algunos detalles podría referirse a cualquier época, incluso a la actual. Bajo el humor y la ironía de esas narraciones no se halla una risa ligera ni las bromas de un borracho desenfadado sino el profundo descontento de alguien que ha perdido las ilusiones, una revuelta contra el orden establecido y contra el mundo con el que el autor está en desacuerdo.

      Hašek se ganó la fama de oponerse a todo lo que sucedía, y esa reputación tenía mucho de cierto. Aunque el escritor escribió estas narraciones en los años 1911-1912, es significativo saber que no se publicaron hasta cincuenta y cinco años más tarde, es decir, hasta el comienzo del movimiento político liberador de la Primavera de Praga.

      El escritor carecía de trabajo fijo y de domicilio —pernoctaba en casa de sus amigos y a menudo vagabundeaba por el mundo— y tenía fama de beber compulsivamente, aunque esta podía ser otra de sus muchas mistificaciones porque, asimismo, no dejaba de redactar artículos y cuentos (en su corta vida escribió más de dos mil), además de leer profusamente los clásicos de la literatura de todos los tiempos: la obra de Hašek testimonia una extensa y elevada cultura.

      En una época en la que los escritores, bajo la influencia del romanticismo decimonónico, hablaban de talento divino, inspiración y musas, Hašek, un rebelde tanto en la vida como en la literatura, se burlaba de muchos novelistas y poetas de su tiempo cuyo estilo consideraba grandilocuente y artificial, y se lanzó a redactar sus propias narraciones y artículos en un estilo directo y un lenguaje que surgía del habla popular. Desde sus primeros cuentos, el método de Hašek fue una especie de collage literario avant la lettre.

      Hašek rechazaba la imagen del escritor y del artista como un milagroso ser excepcional dotado de una no menos milagrosa inspiración, un ser alado que se mueve fuera de las leyes de lo humano y de la normalidad cotidiana. Para él, la literatura era un oficio que un escritor debía dominar y desempeñar responsablemente como cualquier otro. En una época en la que el alemán era, en Praga, el idioma de la burocracia y de la pomposidad de la corte vienesa, él fue uno de los primerísimos escritores praguenses en adoptar el lenguaje de las tabernas y las cervecerías.

      En 1915, es decir, un año después de haber estallado la Primera Guerra Mundial, Hašek era perfectamente consciente de que tarde o temprano las autoridades militares le obligarían a participar en la guerra, y por eso se adelantó a los acontecimientos y se convirtió en voluntario por un año. Desde la ciudad de České Budějovice, en el sur de Bohemia, las autoridades militares le mandaron al frente de Galitzia (más tarde, Hašek describiría todo este periplo en su única novela Las aventuras del buen soldado Švejk).

      En septiembre de 1915 se dejó apresar voluntariamente por el enemigo, los rusos; a continuación pasó más de un año escribiendo y publicando en la capital de Ucrania, Kiev. En 1916 ingresó en las Legiones Checoslovacas. Bajo la influencia de la Revolución Rusa, en 1918 abandonó las Legiones para entrar en el Ejército Rojo. Una de las condiciones que le pusieron los militares fue la de abandonar la bebida; el escritor siguió la orden al pie de la letra. Ese mismo año, en la defensa de la ciudad rusa de Samara, se dio a conocer como un valiente adalid militar y un serio funcionario bolchevique.

      Con el Ejército Rojo luchó en Siberia, desde la ciudad de Bugulmá hasta la de Irkutsk, contra el Ejército Blanco liderado por Aleksandr Kolchak. Hašek escribe en clave de humor sobre algunos episodios de la guerra en sus cuentos Comandante de la ciudad de Bugulmá, colección que forma la segunda parte de este libro. En esas narraciones, consideradas unas joyas literarias, habla en primera persona de un jefe militar —él mismo o su alter ego— que defiende a la población local, sobre todo a los más desvalidos, de los rigores revolucionarios. Hašek llegó a ser un importante jefe militar cuando en octubre de 1920, durante la ausencia del comandante del departamento político del Quinto Ejército, fue nombrado su sustituto, cosa que significaba que estaba encargado de tomar todas las decisiones políticas del ejército que controlaba la Siberia soviética entera. Las últimas investigaciones han dejado claro que en el ambiente revolucionario ordenó un elevado número de ejecuciones. Esta última faceta del escritor no queda reflejada en esas narraciones, aunque sí se intuyen en ellas actos de crueldad, siempre llevados a cabo por alguien que no ha entendido la revolución como una nueva justicia. Hašek, sin embargo, era demasiado buen escritor como para etiquetar a sus personajes como buenos o malos o para idealizar la revolución. Más bien retrató en clave humorística las absurdidades que conlleva un cataclismo de estas dimensiones. Si bien el humor aparentemente ligero que emplea antes de la guerra ya daba señales de salir de un escritor desengañado, su humor tras haber experimentado en propia piel más de un conflicto bélico se vuelve implacable, acusador y virulento; no es hasta su única novela que el humor de Hašek recupera su irreverencia inicial.

      Aunque su primer matrimonio se mantenía legalmente vigente, Hašek se volvió a casar en Rusia, esta vez con una empleada de una imprenta, Aleksandra Lvova llamada Shura. En diciembre de 1920 regresó a Praga con su segunda esposa: puesto que se habían comprobado sus dotes de buen organizador político, desde Rusia le enviaron allí para organizar el movimiento comunista. No obstante, por motivos de política internacional, no pudo llevar a término su misión.

      En Rusia, Hašek —en ruso Gashek— es recordado más como un serio e instruido intelectual y un funcionario militar responsable y disciplinado que como escritor, aunque la mayoría de los rusos cultos han leído su novela. En varias capitales rusas, entre ellas Moscú y San Petersburgo, hay calles que llevan su nombre y se le han erigido monumentos en distintas ciudades a lo largo y ancho de Rusia. En Bugulmá le honraron con todo un museo dedicado a Gashek. Praga no quedó atrás: en 2005 erigió su estatua ecuestre, aunque a su manera: el lomo del caballo resulta ser el mostrador de una taberna con jarras de cerveza; al bromista Hašek su irreverente pueblo le dedicó una estatua grotesca.

      Efectivamente, al volver a Praga y no estar sometido a las condiciones militares, Hašek volvió a la cerveza en grandes cantidades y enfermó. Se retiró de la capital al campo checo donde en parte escribió, y cuando su salud ya no se lo permitía, dictó a su secretario su novela, concebida como una crónica de la Primera Guerra Mundial. Al igual que su padre, el escritor murió a consecuencia de la bebida.

      Hašek, heredero de Cervantes, llegó a ejercer toda una corriente de influencia en la literatura europea. «Si me pidieran que eligiera tres obras literarias de este siglo que formaran parte de la literatura universal, diría que una de ellas es, sin duda, Las aventuras del buen soldado Švejk de Hašek», afirmó Bertold Brecht. Para Milan Kundera, Hašek es el mejor autor cómico universal, y no solo del siglo XX. A Bohumil Hrabal, Hašek le enseñó a mirarlo todo desde la perspectiva de los marginados, aquellos que habitan los bajos fondos de la sociedad.

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