Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri. Alfonso López Quintás

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Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri - Alfonso López Quintás


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embargo, yo pienso que el encuentro fue real y que, básicamente, Beatriz se declaró con ese gesto.

      Para entenderlo, debemos comprender la mentalidad de la época. Beatriz es una chica de buena familia —los Portinari son una de las estirpes más conocidas de la ciudad—, está prometida con otro hombre, nunca sale sola, siempre va acompañada por dos damas de compañía, dos especies de guardaespaldas que controlan que no haga nada indigno de su rango. Y una chica de buena familia que sale por Florencia ha de llevar los ojos bajos, mirar al suelo, jamás se arriesgaría a alzarlos, menos aún para mirar a un hombre, para sonreírle y saludarle. Al mirar a Dante, sonreírle y dirigirle un saludo, Beatriz está llevando a cabo un gesto claramente transgresor.

      El caso es que Dante lo entiende perfectamente. Porque con esa mirada es como si Beatriz le dijera: «Yo te conozco, te reconozco. Has hecho bien al esperarme. Soy la que Dios había pensado para ti, para tu felicidad. Soy Beatriz, la que de veras te trae beatitud. Soy yo».

      Dante se queda pasmado ante el consentimiento que le regala Beatriz. Corre a su casa, compone poesía, tiene visiones, sueña, escribe a sus amigos… comienza para él una vida nueva.

      Lo primero que hace —es el primer impulso que te viene cuando te sucede algo bello, quieres compartirlo— es contar lo que le ha sucedido. Y, como buen poeta, lo hace escribiendo poemas. Este es el primero.

       A ciascun’alma presa e gentil core

      nel cui cospetto ven lo dir presente,

      in ciò che mi rescriva ’n suo parvente,

      salute in lor segnor, cioè Amore.

       Già eran quasi che aterzate l’ore

      del tempo che onne stella n’è lucente,

      quando m’apparve Amor subitamente,

      cui essenza membrar mi dà orrore.

       Allegro mi sembrava Amor tenendo

       meo core in mano, e nelle braccia avea

      madonna involta in un drappo dormendo.

       Poi la svegliava, e d’esto core ardendo

      lei paventosa umilmente pascea.

      Apresso gir lo ne vedea piangendo.

      A toda alma cautiva y corazón gentil / a la que estas palabras se presentan / para que me descubran su opinión, / salud en nombre de su dueño Amor. / Ya eran casi terciadas las horas / del tiempo en que toda estrella resplandece, / cuando me apareció el Amor súbitamente / y me estremece recordar su esencia. /Alegre me parecía el Amor teniendo / mi corazón en la mano, y en los brazos / a mi dama con su túnica, dormida; / después la despertaba y del corazón ardiendo / ella, temerosa, pacía humildemente. / Luego lo vi marchar llorando.7

      Aquí Dante cuenta la historia recurriendo a una serie de imágenes del lenguaje poético del tiempo: se le aparece el Amor, que tiene entre los brazos a Beatriz («a mi dama», mi mujer) y en una mano su corazón (el de Dante), hasta que ella se despierta y empieza a alimentarse de ese corazón. La metáfora evidentemente señala un mimetismo total (un poco como cuando una madre le dice a su hijo pequeño «te voy a comer»).

      Así que Dante escribe y alguien le responde.

      Este soneto fue contestado por muchos y en diverso sentido. Entre ellos me contestó aquel a quien yo llamo el primero de mis amigos, que escribió entonces un soneto que empieza Viste, a mi parecer, todo el valor. Y este fue casi el principio de la amistad entre él y yo, cuando él supo que yo era quien le había enviado aquel.8

      Los amigos le responden escribiendo otras poesías. Y, entre ellas, está la réplica extraordinaria, preciosa, de Guido Cavalcanti: Viste, a mi parecer, todo el valor. Como si dijera: «Dante, creo que has dado en el clavo, por lo que dices, por lo que cuentas, te ha pasado lo más importante de la vida. ¡No lo dejes!». Y Dante dice que, a partir de ahí, empezó la amistad entre ellos.

      Me paro un momento en esta palabra, «amistad», porque creo que, hoy en día, para entender qué era entonces la amistad tenemos que hacer otro gran esfuerzo de imaginación. En mi experiencia como profesor, si llamase hoy a un grupo de jóvenes para que me dijeran qué es la amistad, me temo que las respuestas serían muy inciertas, llegando incluso a poner en duda su existencia y posibilidad. Cuando intentan definirla, lo hacen de forma insegura, confusa, como si la amistad fuera un vago sentimiento, que va y viene, dependiendo de la consonancia momentánea o de los temperamentos: «Estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo; piensa como yo, tiene la misma idea sobre…».

      Pensar así no tiene nada que ver con la amistad que tenían Dante y sus amigos, y, por tanto, con la confianza que se tenían recíprocamente. Tenéis que imaginar a un grupo de jóvenes, de amigos, para los que era habitual levantarse por la mañana tomándose en serio la vida, razonando sobre el deseo que la mueve y sobre lo que responde en concreto a ese deseo. Tenían claro que, si la naturaleza de la vida humana es este deseo incesante, compartirla es el contenido de toda amistad auténtica, como dice Dante en un famoso soneto.

      Guido, yo quisiera que tú y Lapo y yo / fuéramos sorprendidos por un encantamiento / y metidos en una barca que, obedeciendo a todo viento, / corriese por el mar conforme a vuestra voluntad y mía, / de tal suerte que ninguna tempestad o mal tiempo / lograse ponernos en mal trance, / antes, por el contrario, / viviendo todos en un mismo querer, / creciese siempre más el anhelo de estar juntos. / Y D.ª Vana y D.ª Lagia después, / con aquella que está por encima de los treinta, / pusiese entre nosotros al buen encantador, / y así siempre hablaríamos del amor / y todas ellas estarían contentas, / como creo que estaríamos todos.9

      Guido —escribe Dante— me gustaría que tú, Lapo y yo fuéramos sorprendidos por un encantamiento y metidos en una embarcación, sin que nada se pusiera por delante, y viviendo siempre «en un mismo querer», en una sola voluntad, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos», el deseo. El cumplimiento de la amistad, el cumplimiento de la vida, es que se acreciente el deseo. No hay otra definición verdadera de la amistad. ¿Quién me es amigo? ¿Quién es el amigo de verdad? Aquel que sostiene mi deseo y siempre lo relanza. Aquel que, cuando estoy metido en algo grande, lo reconoce, también lo mira y me ayuda a mirarlo mejor, a entenderlo mejor.

      Algo te ha herido, te ha impresionado —algo bueno, doloroso o fatigoso— al igual que a mí, hemos compartido algo grande; cuanto más grande es lo que hemos compartido, más fuerte y tenaz es el sentimiento que nos une. La amistad nace de ahí, de la experiencia humana que se comparte con el otro y no de un vago sentimiento. Nace de la fuerza que tiene lo que miramos juntos, lo que deseamos juntos, lo que nos ha sucedido y que es más grande que nosotros.

      A veces también imprevisible. Hasta el punto de que es verdad que se puede decir que tengo grandes amigos, pero que no los he elegido. No es que haya ido por ahí y, como uno me gustó más que otro, le dije: «Venga, seamos amigos». No los he elegido, los he encontrado. En la vida muchas veces he estado ante cosas grandes y, en ese momento, he tenido a alguien al lado. No elegido, no buscado, pero nos hemos mirado y hemos dicho: «Pero, si tú y yo estamos ante algo tan grande juntos, somos amigos». El amigo es aquel que reconoces por la grandeza que tiene él en los ojos y que tú tienes en los ojos. Dante y sus compañeros entendieron que el objeto de la amistad es alimentar el deseo, que, estando juntos, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos».

      Es una afirmación que se puede aplicar también a la experiencia del amor. Así que alguien que está realmente enamorado, después de pasar un día con su novia, ¿qué hace cuando la deja? ¿Cómo os despedís de un amigo con el que habéis pasado un gran día? «¿Cuándo nos vemos?». Te preguntas cuándo os volveréis a ver. Haber estado juntos ha alimentado el deseo de volver a verse. A nosotros nos cuesta conquistar este dinamismo como el modo normal de vivir una relación. Sin embargo, para Dante y sus compañeros era normal.

      Y aquí la experiencia de la amistad se encuentra con la de la memoria. Porque, cuando nos sucede algo grande, todos necesitamos


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