Un corazón rebelde. Kira Sinclair
Читать онлайн книгу.pareció sonreír.
–Estás enfadada conmigo.
–¡Pues claro que estoy enfadada contigo, pedazo de idiota!
–No tienes por qué.
–¿No tengo por qué? Stone, llevas diez años negándote a verme o a hablar conmigo, después de que mataras a mi hermanastro para protegerme.
Su relación se había complicado un poco entonces, pero aun así, seguían estado unidos. Eran los mejores amigos. Y de pronto… desapareció.
Cuando más lo necesitaba.
Pero no era esa la razón de su enfado. Había logrado asimilar lo ocurrido con años de terapia, que la había ayudado a superar la ira y la culpa. Lo que no había podido superar había sido su empecinamiento en bloquearla, en dejarla fuera, en no permitir que ella lo protegiera del mismo modo en que él siempre la había protegido a ella.
–No me diste oportunidad, Stone. No me dejaste admitir que Blaine llevaba años intimidándome, acosándome. Lo sacrificaste todo, para luego negarte a hablar conmigo.
Estaba tan ciega por la irritación que no se dio cuenta del cambio que se había obrado en la postura de Stone y en su expresión.
–¿Llevaba años acosándote? –preguntó, agarrándola por los brazos. Su expresión se había vuelto asesina–. ¿Aquella no fue la primera vez que te hacía daño?
El cambio la pilló desprevenida y negó con la cabeza.
–No. Bueno, sí.
–¿Sí o no?
–No. Sexualmente no me había atacado nunca antes de aquella noche, pero me había pegado. Me pellizcaba. Me asustaba. Una vez, me cortó con unas tijeras, pero dijo que había sido un accidente y no pude demostrar lo contrario.
Esa parte de la historia con Blaine era la razón por la que no había hablado. Todo había ocurrido muy deprisa, sí, pero cuando se dio cuenta de lo que Stone había hecho… tuvo miedo de que nadie la creyera si decía la verdad. Cualquier prueba que pudiera tener contra Blaine había desaparecido. Tenía miedo, se sentía dolida y perdida.
Stone abrió las manos despacio y las dejó caer rozando sus brazos, despertando con el contacto una cascada de sensaciones que contrastaban notablemente con la expresión de su rostro. La esquivó y se alejó de ella.
–¿Dónde vas? –lo llamó. Ni de lejos habían terminado con aquella conversación.
–Quiero desenterrar a ese hijo de perra para poder volver a machacarle el cráneo –masculló.
Piper sintió que las rodillas no la sostenían. Simplemente, dejaron de hacerlo. Pasó de estar de pie a estar hecha un manojo de brazos y piernas en el suelo. Mierda… así no iba a transmitir precisamente la imagen de una mujer de éxito y poderosa, que era lo que pretendía. Que, sin él, estaba bien.
Vio cómo los ojos de Stone se abrían de par en par y casi sin saber cómo se encontró en el aire, mientras el mundo se movía a su alrededor, aunque dejó de hacerlo cuando apoyó la cabeza en su cuerpo firme.
Su olor la envolvió y su calor le llegó a la piel de inmediato. Tenía los labios apretados, y estaban tan cerca… ¿Qué narices le pasaba? ¿Por qué quería acercarse y saborearlos? No era la primera vez que sentía esa necesidad, pero había pasado mucho tiempo. Y ella que creía tener el control absoluto de sus reacciones.
La dejó en el sofá más cercano, una enorme monstruosidad de piel que resultó ser mucho más cómoda de lo que parecía, y se agachó delante de ella. En otro tiempo habría podido saber con exactitud lo que estaba pensando, pero en aquel momento no encontró nada. Ni rastro de lo que podía pensar o sentir.
Y, por primera vez desde que planeó aquella confrontación, se paró a pensar cómo le haría sentir su encuentro.
En realidad no era cierto. Lo había pensado, pero había descartado la única opción lógica: que estuviera tan enfadado con ella por lo que había ocurrido, por haberle destrozado la vida, que no podría siquiera soportar su presencia.
Lo que no entendía era por qué había sacrificado su libertad y su futuro por ella, si aquello era cierto. Él fue quien quiso romper el contacto.
Llevaba un vestido de diseño sin mangas y con cuello alto que lucía una sensual abertura en la espalda, y le vio seguir la línea del brazo que tenía apoyado a lo largo del torso y la cadera. Y lo que hicieron sus ojos lo repitió su mano, desde el hombro hasta llegar a sus dedos, con un contacto que era apenas un suspiro y no debería bastar para encender una llama en su interior. Pero es que su cuerpo no respondía bien cuando Stone estaba cerca. Al menos, así había sido desde los quince.
–¿Por qué nunca dijiste nada?
Piper se encogió de hombros.
–¿Qué iba a decir? Tú sabías que Blaine era un malcriado.
Su expresión volvió a endurecerse de tal modo que sintió una imperiosa necesidad de tocarlo, de calmarlo. Pero no tenía ese derecho.
–Hay una gran diferencia entre meterse con una persona y atacarla físicamente, Piper.
–Lo sé perfectamente. No ocurría de continuo. A temporadas parecía que las cosas iban bien, o todo lo bien que podían ir con Blaine, y de pronto, al pasar a mi lado por el pasillo, me daba un golpe que me dejaba huella. Pero siempre se cuidaba de hacerlo en un sitio en el que nadie más pudiera verlo.
–Deberías haber dicho algo.
–¿Y qué ibas a hacer? Si me hubiera imaginado adónde iba a llegar, lo habría hecho, pero es que ya casi era libre. Un par de meses más, y me habría largado de la casa y de su alcance.
A menudo se había preguntado si precisamente eso fue lo que lo desencadenó todo aquella noche, pero la pregunta siempre se había quedado sin respuesta y parecía que iba a seguir así.
–No tiene sentido darle más vueltas –dijo, haciendo un gesto con la mano. Se había pasado años en terapia y había logrado un sentimiento de paz en cuanto a Blaine.
Lo que ahora necesitaba era pasar página con Stone. Dejar atrás el anhelo que se había pasado años intentando convencerse de que no existía.
Había entrado en aquella estancia enfadada con él y consigo misma, pero debajo de todo eso siempre había palpitado una burbuja de necesidad y desconcierto y, en aquel momento, mirando sus ojos dorados, sintió la necesidad imperiosa de encontrar el modo de purgar todo aquello.
–Lo siento –dijo, casi sin darse cuenta de que quisiera decirlo.
–¿Qué sientes?
¿Que qué sentía? ¿Cómo podía dudarlo?
–Haberte arruinado la vida.
Capítulo Dos
Las palabras de Piper fueron para él como un puñetazo en el pecho, pero seguía hablando ajena a su efecto.
–He trabajado mucho para poder dejar atrás lo que Blaine me hizo. Ahora ya no tiene ningún poder sobre mí. Lo que no consigo dejar atrás es lo que tú me hiciste.
Esa era, exactamente, la razón por la que no podía tocarla. No podía culparla por odiarle. Él se odiaba a sí mismo por cómo habían salido las cosas, aunque seguramente no cambiaría ni una coma. No, si con ello conseguía que Piper estuviera a salvo.
Solo los años de práctica controlando todo lo que llevaba dentro le permitieron seguir sin que su expresión reflejase nada en absoluto, pero no porque sus palabras no le dolieran más que la herida de arma blanca que le infligieron el primer año de cárcel, antes de que encontrase el modo de amasar poder e inspirar miedo y respeto.
De pronto Piper le empujó por el pecho. En circunstancias normales habría podido permanecer perfectamente equilibrado, pero aquella