Fruto prohibido. Rebecca Winters

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Fruto prohibido - Rebecca Winters


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un hombre increíble. Cuando él llegó, todo esto no era más que un campo lleno de piedras y malas hierbas.

      Ella se quedó mirando las tierras de labranza, donde los monjes estaban trabajando. Luego, giró la vista hacia el monasterio.

      –Y la piedra de la fachada…

      –Es de la zona. Les llevó muchos años construir el edificio.

      –Me gustaría ver alguna foto del abad en la época en que llegó aquí.

      –Creo que hay alguna, pero no están bien conservadas.

      –En la redacción tenemos un experto en restaurar fotos antiguas. Así que si fuera tan amable de dejarme alguna…

      –Por supuesto.

      Fran estaba encantada. Por alguna extraña razón, deseaba que ese reportaje fuese algo excepcional.

      –¿Se pueden tomar fotografías en el interior de la iglesia?

      –Puede tomar fotos donde le plazca. Desde donde el público puede asistir a la misa, hay una vista estupenda del altar. El abad encargó la Pieta a Florencia.

      –Ya la he visto. Es una maravilla. ¿Y podría fotografiar la tumba del abad? Porque me imagino que estará enterrado aquí… Me gustaría que una foto de su lápida cerrara el reportaje. A pie de foto, podríamos poner: Monumento a un santo.

      –El cementerio de la comunidad está en la parte de detrás del monasterio –contestó el monje.

      Durante una hora, Fran siguió interrogándolo mientras visitaban los campos de labranza, la cocina, la biblioteca y el santuario. A las habitaciones de los monjes no pudieron acceder, como es lógico.

      Finalmente, sacó fotos de la tienda de recuerdos, donde compró miel blanca y mermelada de pera para su familia. También se llevó algunos libros que contenían información que podría servirle para escribir el artículo.

      –Me gustaría pedirle un último favor –comentó ella mientras el monje la acompañaba hacia su coche–. He fotografiado a todos sus hermanos, pero a usted no. ¿Me dejaría fotografiarlo en la escalera de la capilla?

      –No.

      Esa repuesta no dejaba lugar a dudas.

      Ella trató de ocultar su decepción. «¿Qué te pasa, Fran? Pero si es un monje, por el amor del cielo».

      –Ha sido usted muy amable por cederme su tiempo. Ahora lo dejaré que vuelva a sus tareas. Nunca hubiera pensado que ustedes trabajaran tanto.

      Ella se daba cuenta de que estaba hablando demasiado deprisa, pero no podía evitarlo.

      –He aprendido mucho con usted y trataré de hacer un artículo interesante, del que puedan disfrutar miles de personas. Cuando lo tenga terminado, le telefonearé para enseñárselo y para que usted dé el visto bueno antes de que se publique.

      –¿Para cuándo estará terminado?

      Tenía que pensar con rapidez. Después de llegar a Clarion, se pondría a trabajar, así que…

      –Para pasado mañana, hacia las nueve. ¿Le viene bien?

      –A esa hora estaré en la tienda.

      «Muy bien, pero el problema va a ser qué excusa inventaré para volver una vez el artículo esté publicado…».

      –Por cierto, no me ha dicho usted cómo se llama.

      –Eso no es importante –dijo él, abriendo la puerta del coche de ella.

      Fran se subió.

      –Lo único que he hecho, al concederle esta entrevista, es cumplir con la voluntad del padre Ambrose.

      Fran se notaba bastante nerviosa. No sabía si ese hombre se habría dado cuenta de la atracción que había despertado en ella.

      Si trabajaba en la tienda de recuerdos, seguramente se habría fijado en que muchas mujeres se sentían atraídas por él. ¿Sería por eso que él se estaba mostrando tan groseramente?

      Sin atreverse a mirarlo, arrancó y se alejó, consciente de que se había sonrojado. Pero cuando tomó la curva para salir a la carretera, no pudo evitar echar un vistazo al espejo retrovisor, para descubrir que él ya no estaba allí.

      Capítulo 2

      CÓMO era mi papá, tía Maudelle?

      –No lo sé. Tú madre salía con muchos hombres, y lo único que sé es que él no estuvo presente cuando naciste.

      –Yo fui la causa de su muerte, ¿verdad?

      –Pero no fue a propósito. Y ahora deja de hacer preguntas y acaba de fregar los platos. Estoy cansada y tengo ganas de irme a la cama. Mañana tenemos que ir a misa.

      –¿Qué es una misa?

      –Una fiesta que se celebra en la iglesia.

      –Pero a mí no me gustan las iglesias.

      –No tienen por qué gustarte para que vayas.

      –¿Y por qué no?

      –El deber y el placer son dos cosas completamente diferentes. Eso te da carácter.

      –¿Qué es el carácter?

      –Hacer algo que no te apetece.

      –¿Y entonces para qué lo voy a hacer?

      –Porque Dios lo manda.

      –¿Y quién es Dios?

      –¿No lo sabes?

      –No, pero sé quién es María.

      –¿Y quién es?

      –La mamá de Jesús. Él tenía la suerte de poder verla todo el tiempo.

      –¿Quién te ha contado eso?

      –Pierre. A mí me gustaría poder ver a mi mamá.

      –Bueno, pero no puede ser, así que no debes pensar más en ello.

      –Muy bien.

      Andre se despertó muy inquieto. Había tenido una pesadilla y estaba sudando. Miró su reloj y vio que eran las cuatro y media de la mañana.

      Se levantó del camastro del cuarto de huéspedes del monasterio, echó agua fría en un barreño y se lavó la cara. Luego, se pasó las manos por el pelo.

      Por primera vez en su vida, no había soñado que perdía a su padre, solo a su madre. Así que estaba extrañado. Como extrañado y dolido estaba también por el silencio de su tía Maudelle durante todos aquellos años. Nunca le había hablado de su padre.

      Aunque después de hablar con su padre, se daba cuenta de lo mucho que su tía debía de haber sufrido. Porque cuando él le decía que echaba de menos a su madre, ella debía de sentirse herida, ya que estaba poniendo todo su esfuerzo en ser como una madre para él.

      Así que por una parte, hubiera preferido que ella no le hubiera confesado finalmente la verdad. Pero ya era tarde para decirle a su tía que sentía no haberla comprendido.

      ¿No había un antiguo adagio que comparaba la ignorancia con la dicha?

      Pues hasta que su tía le confesó la verdad, él, si no dichoso, sí que había llevado por lo menos una vida agradable. Había recibido una educación y había elegido su modo de vida.

      Pero de pronto, se encontraba atado a un trozo de tierra sin dueño, en medio de ninguna parte.

      Porque si antes de saber la verdad, no tenía una verdadera sensación de identidad, después de conocer a su progenitor esa sensación había casi desaparecido.

      Él y su padre eran dos personas completamente opuestas.

      Su


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