E-Pack Placer marzo 2021. Varias Autoras
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Ansel asintió, pero aún había un problema que Brice no lograba identificar. Entonces se acercó Stephen.
—Ha estado a punto de escaparse tres veces, Brice —explicó—. Una vez ha logrado llegar hasta el perímetro sur del campamento sin ser vista —Brice miró a los dos hombres que custodiaban la tienda y vio que varios tenían arañazos y hematomas. Luego volvió a mirar a Stephen, que respiró profundamente y se encogió de hombros—. Échame la culpa a mí si quieres, pero era la única manera de que estuviera a salvo.
Brice se preguntó cómo lo habrían hecho.
—Traedle algo de comer y luego buscad algo para vosotros —dijo—. Procederemos después de comer.
Los hombres se alejaron y Brice levantó la solapa de la tienda para poder entrar. Se agachó para no golpearse la cabeza con el techo de la tienda, entró y se detuvo. A pesar de que en el interior sólo había un farol, pudo verla claramente y se quedó con la boca abierta ante lo que vio.
Sus hombres habían clavado estacas de madera al suelo y la habían atado a ellas, con las muñecas y los tobillos juntos y atados a los postes. Tenía la capucha quitada y una mordaza en la boca. A causa de retorcerse contra las ataduras, el vestido se le había subido por las piernas y dejaba ver su forma. Debido a la posición de sus brazos y al movimiento del escote del vestido, sus pechos se restregaban contra la tela y los pezones erectos eran visibles a través del tejido.
Brice tragó saliva, pero la boca volvió a secársele. Terminó de entrar en la tienda y dejó caer la solapa tras él. Gillian comenzó a retorcerse de nuevo al verlo aproximarse, y sus esfuerzos provocaron que el vestido se le subiera más y le proporcionara una visión clarísima de sus muslos y de sus caderas. Brice apretó los dientes y los puños para evitar deslizar las manos por su piel y palparle las nalgas. El pulso se le aceleró mientras pensaba en todos los lugares donde la besaría y la acariciaría antes del amanecer.
Gillian murmuró algo y él se dio cuenta de que no podía dejarla así. Se agachó junto a ella, sacó su daga y le rompió la mordaza.
—Ya está, señorita —susurró. Con una caricia suave, le apartó el pelo de la cara y le secó las mejillas.
Lágrimas. Había estado llorando. Por lo poco que sabía de su prometida, deducía que aquel síntoma de debilidad la humillaría y no le apetecía eso. Se acercó a la mesa, sirvió vino en una jarra metálica y se lo ofreció.
—Tomad, bebed esto —le levantó la cabeza y la ayudó a beber hasta que se tomó el vino. Después volvió a llenar la jarra y se la bebió rápidamente.
Se arrodilló a su lado y comenzó a colocarle el vestido. Pero cuando le tocó el tobillo, no pudo evitar disfrutar del momento. Deslizó la mano hasta su rodilla antes de agarrarle el dobladillo del vestido. Su cuerpo le pedía que siguiera subiendo, que introdujera la mano entre sus piernas hasta llegar al lugar que le haría llorar de placer. Brice se resistió al deseo de explorar su cuerpo y sólo las suaves palabras de Gillian le hicieron volver en sí.
—Os lo ruego, milord. Por favor, no… — susurró.
No se movió en absoluto, y fue algo bueno, pues Brice se debatía entre hacer lo correcto o seguir los instintos de su cuerpo. Tras un momento que duró demasiado, tiró del dobladillo hasta cubrirle las piernas y luego se apartó.
La tensión entre ellos se rompió cuando Ansel lo llamó desde fuera. Brice se dio la vuelta, salió y regresó con un plato de madera para la dama. Lo colocó sobre la mesa y volvió a sacar la daga para soltarle las muñecas. Cuando le ofreció la mano, se dio cuenta de que aún llevaba puesta la cota de malla y los guantes de cuero.
A pesar de la mirada suave en su rostro en aquel momento, Gillian no confiaba en él. Oh, sus hombres no le habían hecho daño aún, pero ser atada y amordazada, después abandonada durante horas, había puesto a prueba su paciencia y su coraje. Aunque era virgen, había reconocido la lujuria en la mirada de aquel hombre cuando le había tocado la pierna y había observado el modo en que el vestido se le movía y dejaba al descubierto partes que era mejor no enseñar. No sabía cuánto tiempo permanecería intacta, y no se atrevía a preguntar.
Aun así, si no estaba atada, tendría más posibilidades de escapar que si permanecía así. Gillian aceptó su mano y le permitió ayudarla a incorporarse. Cuando se dispuso a desatarse las piernas, él la detuvo.
—Déjalo —dijo con voz grave, esa voz profunda de palabras acentuadas que le afectaba más de lo que desearía. Tiró del dobladillo del vestido y se cubrió los pies todo lo que pudo antes de hacer lo mismo con el escote.
Él sumergió un pedazo de lino en un cubo situado junto a la entrada de la tienda y luego se lo entregó. Gillian se frotó la cara y se limpió el polvo y las lágrimas que había derramado a pesar de sus esfuerzos por no llorar. Luego se limpió las manos y le devolvió el trapo.
—Merci —susurró, una de las pocas palabras que conocía en su idioma.
Él se sorprendió al escucharla y Gillian se dio cuenta de su error. Una pobre doncella inglesa no sabría hablar francés. Una pobre mujer inglesa sólo sabría hablar inglés… o sajón o danés, pero no francés. Cuando él respondió en su propio idioma, ella parpadeó y negó con la cabeza como si no entendiera nada. En realidad podía entenderlo casi todo si hablaba despacio, pero no quería que él o sus hombres lo supieran. Mejor obtener toda la información posible y compartirla después con su hermano cuando regresara a la fortaleza de Thaxted.
Si lograba regresar.
Gillian se estremeció al darse cuenta de que tal vez no sobreviviera a esa noche. Después de todo, aquellos hombres no se creían su historia y la creían prostituta. Si la obligaban contra su voluntad, tal vez no estuviese viva por la mañana para intentar escapar una vez más. Un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies descalzos.
El caballero reaccionó con rapidez, pero de una manera inesperada, pues llamó al otro, Stephen, y le pidió algo. ¿Una túnica? ¿Una capa? Pronto le devolvieron la capa y los zapatos. Él sacudió la capa y se la puso sobre los hombros. Gillian la agarró y se tapó con ella para intentar protegerse. Su cuerpo comenzó a calentarse casi de inmediato bajo la gruesa capa de lana. Después volvió a sorprenderle su actitud cuando le puso los zapatos suavemente. Sus hombres se los habían quitado la última vez que había intentado escapar, sabiendo que no podría ir muy lejos sin ellos.
Cuando le ofreció el plato, el estómago le rugió y no le dio opción a rechazar su oferta. Aceptó la comida y se la comió. Sin importar los desafíos que pudieran venir, tenía que estar con fuerzas, así que siguió comiendo hasta acabar con todo. Levantó la mirada y vio que él estaba observando todos sus movimientos. Cuando le sirvió una jarra, ella se la bebió de un trago.
Consciente de que aquello no era más que un respiro antes de lo que fuera que hubiese planeado para ella, supo que debería haber tardado más para tomarse su tiempo, pero el estómago vacío y el ejercicio realizado durante el día habían puesto a prueba su voluntad.
Apenas había terminado de beber y comer cuando oyó movimiento fuera y varias voces acercándose. ¿Acaso su hermano había descubierto su desaparición y la había seguido? Cuando el soldado le quitó el plato, abandonó toda farsa y comenzó a intentar soltarse los tobillos. O la ignoró o no la creyó capaz de hacerlo, pues abandonó la tienda mientras ella forcejeaba.
Si al menos tuviera una daga o un cuchillo pequeño, o algo afilado para poder aflojar el nudo o cortar las cuerdas. Gillian continuó hasta que oyó las palabras que Stephen le dirigió a su captor.
—Los hombres están listos.
Su mente se vacío entonces de todo pensamiento y lo único que pudo hacer fue forcejear contra las cuerdas. Estaba segura de que saciarían sus necesidades con ella. ¿Pero todos? Que Dios se apiadara de ella.
Tratando de luchar contra el pánico, Gillian sabía que debía mantener el control y buscar un momento en el que pudiera escapar.