Persuasión. Margaret Mayo

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Persuasión - Margaret  Mayo


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pocos de mis empleados se atreverían a hablarme de ese modo —replicó él, mientras le hacía pasar.

      —¿De verdad? ¿Es que acaso no me dijo, justo después de que yo aceptara este trabajo, que todos son aquí una gran familia? ¿Que, por así decirlo, no había distinción entre clases? Si ese es el caso, no veo razón alguna por la que yo no pueda decir lo que quiero —le espetó ella. Aquel hombre había ido tan lejos para contratarla que no tenía miedo de que la despidiera.

      —No importa —comentó él, haciéndole un gesto para que se sentara—. ¿Tienes planes inmediatos, Celena? —añadió. Ella frunció el ceño, sin comprender del todo—. Quiero decir, personales. Vacaciones… ese tipo de cosas.

      —No —respondió ella, aliviada de que su jefe le estuviera hablando en un tono tan profesional, aunque tuteándola de nuevo.

      —Bien, porque quiero que me acompañes a Sicilia.

      —¿Sicilia?

      —Sí, a mi país.

      —¿Y por qué quiere que lo acompañe? —preguntó ella, algo alarmada.

      —Simplemente por negocios, por supuesto. Tengo un volumen bastante grande de publicidad allí.

      —¿Por qué me necesita?

      —¿Es que no es evidente? —preguntó él, agriamente—. Estás doblemente cualificada. Ahorraré tiempo y dinero si creas tus ideas allí mismo.

      —¿Es esto lo que tenía en mente desde el principio? —quiso saber ella, muy a la defensiva. Él asintió con la cabeza—. Entonces, ¿por qué no me lo dijo?

      —¿Hubieras accedido a trabajar conmigo sabiendo que iba a llevarte rápidamente al extranjero?

      —Tal vez no. Por otra parte, podría haberlo considerado como una oportunidad emocionante.

      —Entonces, ¿te alegras de poder acompañarme?

      —Mientras sea estrictamente por negocios…

      —Tienes mi palabra.

      —¿Cuánto tiempo estaremos fuera?

      —Uno o dos días… lo suficiente para atar todos los cabos.

      El vuelo duró dos horas y media. Se registraron en un hotel de Palermo. Durante la cena, Luciano la sorprendió hablándole de su infancia.

      —Aquí, las familias son como una piña, como probablemente sabes. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años, por lo que me criaron mis abuelos maternos, con un fuerte grado de interferencia de mi bisabuela. Aunque mi padre y mis abuelos han muerto ya, mi bisnonna sigue viva todavía, Dios la bendiga. Cumplirá noventa y tres este año.

      Parecía hablar con mucho afecto de ella. Celena se sintió algo envidiosa por un momento, ya que sus abuelos habían muerto cuando era muy niña, incluso antes de que Davina naciera.

      —Fui a Oxford para terminar mis estudios —añadió—, y me gustó tanto tu país que lo convertí en mi hogar. Naturalmente, todavía regreso aquí varias veces al año. Si no, mi familia no me lo perdonaría.

      —¿Tiene hermanos?

      —Tengo dos hermanos y una hermana. Gabriella… Ella es la más joven. Paolo es el mediano y luego está Filippo. Los conocerás mañana.

      —¿Es que vamos a visitar a su familia?

      —Claro. No podría venir a Sicilia sin visitar a mi familia.

      —Me dijo que era puramente un viaje de negocios.

      —¿Y qué hay de malo en combinar los negocios con el placer? Tómatelo como una bonificación, Celena.

      —¿Están casados sus hermanos y hermana?

      —Todos.

      —Entonces, ¿por qué no lo está usted? —preguntó ella, dándose cuenta enseguida, por el gesto de él, de que se había excedido—. Lo siento, olvídese de lo que le he preguntado. Esta salsa boloñesa está deliciosa.

      —Así debería ser —dijo él, más relajado—, pero espera a probar la que nosotros preparamos. Es una receta especial de la familia. Es meravigliosa.

      Tenía que haber alguna razón para que no se hubiera casado. Celena se preguntó por qué. Se imaginaba que tenía que tener unos treinta años y le parecía extraño que siguiera soltero. Era de lo más codiciable, así que ¿por qué no le había robado nadie el corazón? Probablemente él era el culpable de eso. Tal vez su trabajo le robaba demasiado tiempo, tal vez había tenido una mala experiencia. Tal vez… Tal vez… Podría haber miles de razones.

      Aquella noche, en la cama, al lado de la habitación de Luciano, Celena no pudo dejar de pensar en él. Era el hombre más misterioso que había conocido. Atractivo, rico… Era todo lo que una mujer podría desear.

      Le preocupaba que Luciano le hubiera impresionado tanto, que estuviera derribando sus barreras tan fácilmente. Después de descubrir que Andrew estaba viendo a otra mujer a sus espaldas, había pensado que sería siempre inmune a los hombres. Además, la mujer con la que su novio la había engañado era su mejor amiga y por eso, se había jurado que nunca volvería a confiar en nadie. Se había dedicado en cuerpo y alma a su carrera y desde entonces, nadie había conseguido despertar ningún sentimiento en ella hasta el punto de que sus compañeros le habían puesto el apodo de «Mujer de hielo».

      El corto vuelo desde Inglaterra en el avión privado de Luciano había sido una experiencia en sí misma. No solo le había impresionado que tuviera su propio avión y que estuviera equipado con todo lujo de detalles, sino que también le había abrumado la fuerte personalidad que él tenía.

      Cada vez que se encontraba con él, las sensaciones eran muy fuertes, pero en el reducido espacio del jet, lo habían sido aún más. Le había costado respirar, como si no dispusiera de suficiente aire en la cabina. Él parecía llenar todo el espacio con su presencia. Aunque estaba ocupado trabajando con su ordenador, ella no había podido dejar de observarlo.

      En aquel momento, cuando solo una delgada pared de ladrillo los separaba, seguía sintiendo su presencia. Y aquello la turbaba profundamente. Definitivamente, era una fuerza que no podría ignorar.

      Falta de sueño, una llamada a muy temprana hora y la intranquilidad que Luciano le provocaba, hizo que Celena se sintiera irritable. Cuando se reunió con él para desayunar, casi no sonrió.

      —¿Es que no te encuentras bien? —preguntó él, con un aspecto fresco y vital, vestido con una camisa blanca y pantalones de lino oscuros y con el inevitable aftershave que tanto la atormentaba.

      —Tengo dolor de cabeza —mintió ella.

      Efectivamente, no podía decirle la verdad. Él llevaba en su vida seis semanas y solo habían contactado en tres ocasiones antes de aquel viaje a Italia. Sin embargo, él parecía haberse adueñado completamente de su mente. Era una locura pero, al menos, estaba cumpliendo su palabra de no insinuársele.

      —¿Te duele la cabeza con frecuencia? ¿Sufres de migrañas? —quiso saber él. Celena negó con la cabeza—. Entonces, supongo que es solo por el viaje y el cambio. Tómate un par de aspirinas y te encontrarás mejor enseguida.

      —¿Cuáles son los planes para hoy?

      Celena se sentía algo incómoda ante la idea de conocer a su familia. Él le había explicado que descendía de una familia siciliana de rancio abolengo, casi aristocrática, con unos puntos de vista muy conservadores sobre las novias y el matrimonio. No daba la sensación de que fuera un donjuán.

      —Esta mañana, negocios. Por la tarde, iremos a visitar a mi familia. No te preocupes, Celena. Les encantarás.

      Ella frunció el ceño. ¿Encantarles? ¿Por qué les iba a encantar una empleada? Desde el principio, todo aquel asunto le había dado mucho que pensar. La oferta de trabajo inesperada, el generoso sueldo, el viaje


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