Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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en ella.

      Rodeándola con sus brazos, le protegió la espalda de la dura pared mientras la embestía una y otra vez. Ella respiró agitadamente mientras recibía cada embiste hasta que su cuerpo se quedó rígido y se colgó de él mientras se estremecía. Con una embestida final, Cal se unió a su éxtasis y gimió de satisfacción.

      Durante unos largos instantes, se quedaron abrazados el uno al otro, luchando por recuperar el aliento. Finalmente él levantó la cabeza y Emily bajó las piernas.

      Cal se la quedó mirando.

      —No he venido para eso, pero mentiría si digo que lo siento.

      —Lo sé —Emily aspiró con fuerza el aire—. No sé muy bien qué decir.

      —Entonces no digas nada —Cal tampoco estaba seguro de nada—. Me iré y…

      Un grito proveniente del pasillo lo interrumpió, y sintió cómo los relajados músculos de Emily se ponían tirantes.

      —Annie —alzó la vista para mirarlo—. A veces, cuando se va a dormir tan temprano, sólo se echa una siesta. Iré a ver qué le pasa.

      Emily se puso las braguitas y los pantalones cortos y se estiró la camiseta.

      Cal no sabía ni cómo empezar a expresar lo que sentía. Estar con Emily suponía para él el mejor sexo de su vida. Tenía más preguntas que respuestas. Incluida por qué ni siquiera recordar a la mujer que le había mentido en el pasado había impedido que hiciera el amor con la mujer que le había mentido en el presente.

      Emily estaba sentada en la mecedora del dormitorio de Annie dándole el biberón a la niña mientras Cal estaba sentado en una butaca frente a ellas, mirándolas. Veinte minutos atrás había perdido el control y había hecho el amor con él. Aquello había sido intimidad. Pero ahora, al estar el padre, la madre y el bebé, los tres juntos, aquello era íntimo en un modo normal, familiar.

      Emily no esperaba vivir un momento así, sobre todo porque pensó que Cal desaparecería en cuanto hubiera conseguido lo que quería. Pero tal vez quería algo más que eso.

      —Entonces, ¿sigues pensando en llevar a Annie el sábado a mi casa para que nade?

      Emily asintió.

      —Le encantó estar en la piscina el día de su cumpleaños.

      —Bien. Estoy deseando que llegue el momento.

      —Yo también.

      Emily bajó la vista y se dio cuenta de que la niña había dejado de succionar la tetina del biberón y que la leche le resbalaba por una de las comisuras de la boca. Emily sacó una toallita y le limpió el líquido. Estiró el brazo para poner el biberón en la mesilla de noche, pero Cal lo hizo por ella.

      —Gracias —susurró Emily sin dejar de mecerse.

      —¿Vas a ponerla en la cuna?

      —Enseguida. Si no espero hasta que se duerma del todo, se despertará. Y tras una siesta tan larga, puede pasar mucho tiempo antes de que vuelva a dormirse.

      Cal sacudió la cabeza.

      —El mundo de Annie es increíble. Todo lo que sabes de ella. Lo que le gusta y lo que no. Cómo manejar cada situación. Su personalidad. El hecho de que no pueda dormirse a menos que las estrellas y los planetas estén perfectamente alineados.

      —Eso es un poco exagerado.

      —Pero ya sabes a lo que me refiero.

      Lo sabía. Cal se había perdido aquella parte de la curva de la paternidad. Emily se sintió atravesada por la culpa aunque había prometido que ya no sería así.

      —De hecho, presto tanta atención porque soy egoísta y vaga.

      Cal parecía sorprendido.

      —¿Puedes explicarme eso?

      —Mi trabajo es más fácil si ella es feliz. Recuerdo lo que le gusta y lo que no le gusta para que coma y duerma y esté sana.

      —Ah. Así que no tiene nada que ver con quererla mucho.

      —Por supuesto que no —bromeó ella a su vez—. No, eso es mentira. La quiero más de lo que podría explicar. ¿Cómo no vas a querer a tu propia hija?

      —Sí —Cal estiró el brazo y pasó un dedo por el bracito de Annie—. ¿Cómo fue su nacimiento?

      —Me puse de parto. Doce horas, por cierto. Fue muy incómodo, pero finalmente empujé y salió.

      —Me refiero a que si había alguien contigo.

      —Sophia.

      —¿Quién es?

      —Sophia Green, una trabajadora social amiga mía. Dirige la guardería. Ella fue la que me llevó al hospital cuando rompí aguas y estuvo conmigo durante el parto.

      Emily pensó que era mejor no mencionar que fue Sophia la que le había convencido para contarle a Cal lo de Annie tras encontrarse el bulto en el pecho.

      —¿Y tu madre?

      Emily le había contado que su madre y ella no estaban muy unidas, pero sin darle detalles.

      —Mamá murió antes de que Annie naciera. Ya lo esperábamos. Tenía cáncer, y el hecho de que el alcohol fuera su fuente más importante de alimento desde que yo recuerde no ayudó.

      —Lo siento.

      —No lo sientas. Ella no se lo merece.

      Cal pareció sorprendido.

      —¿Quieres hablar de ello, de por qué estás tan enfadada con ella? —le preguntó.

      —Ya no está. No hay nada que decir. Además, no creo que quieras oírlo de verdad.

      —Y yo creo que tú no quieres contarlo —respondió Cal observándola—. Cuéntame qué pasó. Te sentirás mejor.

      —¿Qué te parece si me tomo dos aspirinas y te llamo por la mañana?

      Cal sonrió.

      —Me estás dando evasivas. Dicen que las confesiones son buenas para el alma.

      Emily acomodó a Annie en sus brazos y la besó suavemente en la frente antes de mirar a Cal. Tal vez tuviera razón. Y lo más importante, era médico. Le importaban los niños, y ahora que tenía a su hija sin duda comprendería que el bienestar de su bebé fue lo que la llevó a tomar la decisión más dolorosa y difícil de su vida. Finalmente se sentía dispuesta a contarle a alguien lo que había tenido que pasar. Tras aspirar con fuerza el aire, dijo:

      —Me quedé embarazada cuando tenía quince años.

      Emily fue consciente de que su declaración lo había dejado sin palabras, pero no estaba por la labor de rellenar el vacío con palabras.

      —¿Qué ocurrió? —preguntó finalmente él.

      —Mi madre me dijo que no podía permitirse siquiera el ocuparse de mí, así que de ninguna manera podía llevar un bebé a casa para que ella lo mantuviera. Me dio un ultimátum: o entregaba al bebé en adopción o me buscaba otro sitio donde vivir.

      —¿Así que entregaste a tu bebé?

      Emily dio un respingo al escuchar su tono censurador.

      —Huí.

      —¿Fuiste a casa de alguna amiga? ¿Y el padre del bebé?

      —No volví a verle después de decirle que estaba embarazada —Emily sacudió la cabeza—. Mi propio padre tampoco salió nunca en la foto. En aquella época, crecer con una madre soltera que desaparecía de la realidad en una botella de vino barato tampoco ayudaba a integrarse. Es difícil hacer amigos cuando se es diferente a los demás.

      —¿Dónde fuiste?

      Un escalofrío le recorrió a Emily la espina dorsal.


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