La tentación del millonario. Kat Cantrell
Читать онлайн книгу.recurrir. Si podía hablar con él, tal vez se le ocurriera un plan, un modo de salir del agujero profesional en el que había caído. Entonces, la decisión de quedarse embarazada no le parecería tan inoportuna.
–Ha sucedido algo con la aprobación por parte de la FDA de la nueva fórmula de Fyra –los ojos comenzaron a escocerle. Ella no lloraba. ¿Iban a ser así las cosas en adelante? ¿Un sinfín de emociones las veinticuatro horas del día?
–¿El qué?
La Fórmula-47 había sido su primer hijo, concebida y creada en el laboratorio con el propósito de eliminar las cicatrices y las arrugas mejor que la cirugía plástica, mediante el empleo de una clase de nanotecnología que ella había desarrollado. Era brillante, pero tal vez no vería la luz.
No, ella lo solucionaría.
Respiró hondo.
–Sabes que Phillip, el senador Edgewood, nos estaba ayudando con el proceso de aprobación de la fórmula por parte de la FDA.
–Sí, lo recuerdo.
–Pues el comité ha suspendido la petición.
Oírselo decir a Phillip había sido casi el peor momento de su vida. El proceso debería haber sido sencillo: solicitar la aprobación de la fórmula, que ella llevaba dos años perfeccionando, enseñarle al comité de la FDA el laboratorio, explicarle la metodología y enviar muestras. La aprobación para la venta de la fórmula era cosa segura.
Nada había salido como estaba previsto.
–¿Qué? –la expresión de Dante acompañó el tono indignado de su voz–. ¿Por qué?
–Porque tienen dudas sobre las muestras y sobre el laboratorio.
El improperio que profirió él la hizo sonreír.
–Tus métodos son irreprochables. ¿Cómo se atreven a dudar de algo de tu laboratorio?
Ella no pudo evitar deleitarse en su apoyo incondicional, que era precisamente lo que había ido a buscar. Sus socias no entendían lo que las alegaciones del comité significaban para ella tanto en el terreno profesional como en el personal.
Dante lo había entendido inmediatamente.
–Y hay más. Creo que las dudas han surgido porque alguien ha saboteado las muestras –la mera mención de la odiosa sospecha le revolvió el estómago.
Es era lo esencial. Había un traidor en el laboratorio. En su laboratorio, en su santuario. Se temía que, hasta que no lo solucionara, no disfrutaría de los nueve meses siguientes.
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