E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
Читать онлайн книгу.cuando su amigo y ayudante de chef, Erik Whitney, se asomó sobre su hombro, asintió con gesto de aprobación y preguntó:
—Bueno, ¿te hace ilusión lo del gimnasio que Elliott va a abrir con nosotros?
Sorprendida por la inesperada pregunta, a Karen se le vertió en el guiso toda la caja de sal que tenía en la mano.
—¿Que mi marido va a abrir un gimnasio? ¿Aquí, en Serenity?
Claramente desconcertado por lo perpleja que se había quedado, Erik esbozó una mueca de vergüenza y dijo:
—Veo que no te lo ha dicho.
—No, no me ha dicho ni una palabra —respondió. Por desgracia, cada vez era más típico que cuando se trataba de cosas importantes de su matrimonio, cosas que deberían decidir juntos, Elliott y ella no hablaran mucho del tema. Él tomaba las decisiones y después se las comunicaba. O, como en esta ocasión, ni se molestaba en informarla.
Después de tirar el potaje, ahora incomible, empezó de nuevo y pasó la siguiente hora dándole vueltas a lo poco que Elliott tenía en cuenta sus sentimientos. Cada vez que hacía algo así, le hacía daño y minaba su fe en un matrimonio que consideraba sólido y en un hombre que creía que jamás la traicionaría como había hecho su primer marido.
Elliott era el hombre que la había cortejado con encanto, ingenio y determinación y su empatía hacia sus sentimientos era con lo que la había ganado y convencido de que darle otra oportunidad al amor no sería el segundo mayor error de su vida.
Respiró hondo e intentó calmarse a la vez que buscaba una explicación razonable para el silencio de su marido sobre una decisión que podía cambiarles la vida. Lo cierto era que tenía la costumbre de intentar protegerla, de no querer preocuparla, y menos con cuestiones de dinero. Tal vez por eso no le había dado la noticia. Sin embargo, tenía que saber que a ella no le habría hecho gracia, y mucho menos ahora.
Y es que estaban planeando añadir un bebé a la familia. Ahora que Mack y Daisy, fruto de aquel desastroso matrimonio, estaban asentados en el colegio y equilibrados después de tantos trastornos que habían sacudido sus pequeñas vidas, parecía que por fin había llegado el momento.
Pero entre los fluctuantes ingresos de Elliott como entrenador personal en The Corner Spa y el salario mínimo que le daban a ella en el restaurante, se habían pensado mucho el tema de ampliar la familia. Karen no quería volver a encontrarse nunca en el desastre económico en el que se había visto cuando Elliott y ella se conocieron. Y él lo sabía, así que, ¿de dónde iba a salir el dinero para invertir en esa nueva aventura? No tenían ahorros para un nuevo negocio. A menos que él tuviera pensado sacarlo del fondo destinado para el futuro bebé. Solo pensarlo hizo que la recorriera un escalofrío.
Y después estaba el tema de la lealtad. Maddie Maddox, que dirigía el spa, la jefa de Karen, Dana Sue Sullivan, y la esposa de Erik, Helen Decatur-Whitney, eran las dueñas de The Corner Spa y habían convertido a Elliott en parte integral del equipo. También la habían ayudado mucho a ella cuando era madre divorciada e incluso Helen había alojado a sus hijos durante un tiempo. ¿Cómo iba a dejarlas plantadas Elliott? ¿Qué clase de hombre haría eso? No el hombre con el que creía haberse casado, eso seguro.
Aunque había empezado a intentar encontrarle sentido a su decisión de no contarle nada, parecía que esa estrategia no le había funcionado. Estaba removiendo la nueva olla de potaje con tanta energía que Dana Sue se acercó con gesto de preocupación.
—Si no tienes cuidado, vas a convertirlo en puré —le dijo con delicadeza—. Y no es que no fuera a estar delicioso así, pero imagino que no es lo que tenías planeado.
—¿Planeado? —contestó Karen con voz cargada de furia a pesar de sus buenas intenciones de dejar que Elliott le explicara por qué había actuado a sus espaldas—. ¿Quién planea nada ya o se ciñe al plan después de haberlo hecho? Nadie que yo sepa y, si alguien lo hace, no se molesta en discutir sus planes con su pareja.
Dana miró a Erik como si no entendiera nada.
—¿Me estoy perdiendo algo?
—Le he dicho lo del gimnasio —explicó él con gesto de culpabilidad—. Al parecer, Elliott no le ha contado nada.
Cuando Dana Sue asintió, Karen la miró consternada.
—¿Tú también lo sabías? ¿Sabías lo del gimnasio y te parece bien?
—Sí, claro —respondió Dana como si no fuera para tanto que Erik, Elliott y quien fuera más quisieran abrir un negocio que compitiera con The Corner Spa—. Maddie, Helen y yo aprobamos la idea en cuanto los chicos nos lo plantearon. Hace tiempo que la ciudad necesita un gimnasio para hombres. Ya sabes lo asqueroso que es el de Dexter. Por eso abrimos el The Corner Spa exclusivamente para mujeres en un primer momento. Esto será toda una expansión. De hecho, vamos a asociarnos con ellos. Su plan de negocio es fantástico y lo más importante de todo es que tienen a Elliott que, con su reputación y su experiencia, atraerá a muchos clientes.
Karen prácticamente se arrancó el delantal.
—Bueno, lo que me faltaba —murmuró. No solo su marido, su compañero y su jefa estaban metidos en esto, sino que también lo estaban sus amigas. Sí, de acuerdo, tal vez eso significaba que Elliott no estaba siendo desleal, como se había temido, aunque... con ella sí que lo estaba siendo—. Si no os importa, me voy a tomar mi descanso con antelación. Volveré a tiempo para preparar la cena y después Tina se ocupará del resto del turno.
Unos años atrás, Tina Martínez, una mujer que intentaba llegar a fin de mes mientras luchaba por la deportación de su marido, había compartido turno con ella en Sullivan’s y gracias a eso ambas habían tenido la flexibilidad que tanto necesitaban para ocuparse de sus responsabilidades familiares. Karen seguía dando gracias por ello, incluso aunque ahora, que sus vidas se habían asentado y que Sullivan’s se había convertido en un negocio muy frecuentado y de gran éxito, las dos estuvieran trabajando más horas.
Aunque había pensado que comentárselo a Tina haría que Dana Sue se diera cuenta de que no iban a dejarla en la estacada, la expresión de Dana indicaba más bien lo contrario.
—Espera un segundo.
Y entonces, para sorpresa de Karen, dijo:
—Espero que vayas a tomar un poco el fresco y a pensar en esto. No pasa nada, Karen. De verdad.
Una hora antes, Karen tal vez lo habría aceptado, pero ahora ya no tanto.
—No estoy de humor para calmarme. La verdad es que estoy pensando en divorciarme de mi marido —contestó con desesperación.
Al salir por la puerta trasera, oyó a Dana Sue decir:
—No lo dirá en serio, ¿verdad?
No esperó a oír la respuesta de Erik, pero lo cierto era que su respuesta no hubiera sido muy reconfortante.
Elliott había estado muy distraído mientras impartía su clase de gimnasia para mayores. Normalmente le encantaba trabajar con esas alegres señoras que compensaban con entusiasmo lo que les faltaba de estamina y fuerza. Y aunque le avergonzaba, incluso disfrutaba viendo cómo se lo comían con los ojos tan descaradamente e intentaban buscar excusas cada semana para hacer que se quitara la camiseta y poder admirar sus abdominales. En más de una ocasión las había acusado de ser espantosamente lascivas... y ni una sola se lo habían negado.
—Cielo, yo ya era una asaltacunas de esas que tan de moda están ahora antes de que inventaran el término —le había dicho en una ocasión Flo Decatur, que acababa de cumplir los setenta—. Y no me disculpo por ello. Puede que te salgas de mi rango habitual, pero hace poco he descubierto que incluso los hombres de sesenta me resultan algo insulsos. Puede que tenga que buscarme un hombre mucho más joven.
Elliott no había sabido qué responder y se preguntaba si la hija de Flo, la abogada Helen Decatur-Whitney, estaba al tanto de lo que pretendía su irreprimible madre.
Ahora miraba el reloj